Movías los brazos y el listón hecho guadaña sobre tu pecho vibraba al son de la zamba... No había razón para mirarte directo a los ojos, sin embargo me desvivía por verte y se castigaban ambos globos, convirtiéndose en dos platos de oro.
Olvidando a esos ojos que realmente hacían falta…
Tus caderas eran más que perfectas y nada superaba tu pelo, y no esperaba que creyeras en mi alegría, pues había más razones para sentirme solo, abandonado, más que triste.
Y dabas vida, junto al brillo de tus dientes que no parecían cansarse.
-¿Dónde estaría la dueña de mi noche…?
Llegué a creer en tus muecas y tu perfección. La lluvia no dejaba de ser el instrumento adecuado al tiempo y más que sentirme solo me sentía castigado, quizá por ser el único afortunado en presenciar semejante exquisitez… quizá por mantenerme en la tierra, siendo que no lo estaba.
Pero la vi, sacando mi atención de tus rayos hermosos; estaba, quizá con otro, pero no más afortunado que yo. Imagino entonces su cabello y lo comparo con el que se movía delante de mí, el tuyo, y ni en cien años llegaría a ser el mismo, pues ya conocía la perfección, y no lo cambiaba por otro, y aún así estaba sumergido patas arriba en la más profunda soledad, que llamaba la atención y absorbían mis ojos y tragaban mi cuerpo, mostrando esos tus dientes de alegría que no parecían cansarse.
Cuán loco hay que estar para poder soportar eso y más, sin compartir, sin caer en la furiosa felicidad que me cortaba el pecho, dejando a la vista de todos, un corazón oxidado… Y tus ojos, tu sonrisa no decían más, pues la perfección no podía reemplazar el gran arte de la desilusión…
Pues seguramente después de haber visto mi sonrisa vencida, sé que pudiste ver que bajé la cabeza y desconecté de raíz tu magia, y es natural que hayas seguido, pues el agua no tiene idea de lo que tus caderas pueden lograr…
Y la dueña de aquella noche mía ignoraba todo y se hundía en su propia imperfección, y yo, pensando en ella…
Will
(Vale por una estrella.)
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