Quiso este hombre sonámbulo, abarcar la realidad en una sola frase. El vaso de leche tembloroso entre sus manos ídem, le sirvió como aparente alivio para tan pretenciosa misión. Al recorrer sus interiores, el sacrosanto líquido volcó repentinamente en sus rodillas, dejándolo encuclillado, sometido a un dios imaginario con el que hacía varias noches venía soñando. A lo lejos, no tanto, por las escaleras, se sintió bajar una anciana. Luego, un tropiezo y, finalmente, un grito corto y agudo. El hombre sonámbulo no pudo moverse. Entonces, preso de su posición arrodillada, aprovechó de asumir una actitud pía, esa que por pudor intelectual siempre había evitado. Montó en fe, pero la fe se había marchado a ocupar su lugar en la cama. Ya no había esperanza. La fe roncaba desvergonzadamente y la anciana madre del hombre noctámbulo, yacía tristemente muerta, en medio de los viejos peldaños de madera. Al amanecer los policías, boquiabiertos, descubrieron un descomunal desparramo de leche rodeando a la anciana y en la cocina, con los ojos invertidos, un hombre semidesnudo, arrodillado y tembloroso, pronunciando frases ininteligibles. Una de ellas, la única que podía entenderse decía algo así como “nada, nada que poder hacer”, entonces el avispado policía de turno comentó con su ocasional colega lo acertado de esa frase, casi contenedora de toda la realidad.
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