MALICIA
El ascensor abrió sus puertas en el último piso, a esa hora el habitual ajetreo de los oficinistas todavía no empezaba. Ella, siempre era la primera en llegar, lo prefería, de ese modo no tenía que saludar a nadie mientras recorría con paso cancino, el largo pasillo antes de llegar a su oficina.
Alicia había sufrido, hace años, una parálisis facial que había dejado uno de sus ojos inmóvil que resucitaba cuando algo le molestaba, cobrando vida propia parpadeando sin parar. “El tiritón de ojo”, llamaban sus subalternos a esos episodios que nada bueno traían, lo más probable era que despidieran a alguien.
Allí, todos buscaban trabajo, tarde o temprano sabían que caerían bajo la ira de la jefa, si tenían suerte, conseguían trabajo antes y se iban sólo con el reproche de haber sido un pésimo empleado.
Para la gerencia, Alicia, era una eficiente jefa de departamento, tenía todo ordenado y producía de acuerdo a los objetivos, la rotación de personal o el elevado número de licencias por estrés, en su sección, no era relevante mientras no interfiriera en la producción. Para los trabajadores, en cambio, era un sátrapa y la apodaban “Malicia”
A juicio de los varones o de cualquier persona, para ser franco, Alicia, era fea, usaba el pelo corto, masculino, tenía un abundante sobrepeso, los pechos lacios y caídos, brazos cortos y en forma de “c”, arqueados, dando la ridícula impresión de estar rodeada de un paréntesis o como un vaquero apunto de desenfundar, poseía un rostro inexpresivo y lo único delataba alguna emoción era “el tiritón de ojos”, que sólo auguraba funestos presagios. Su vida privada también era un desastre, su marido había estado sólo dos años con ella abandonándola por otra.
Tal vez por eso, ella veía en cada mujer joven y bonita, una amenaza, las trataba con dureza, las humillaba cada vez que podía, ponía reglas en el vestuario: nada muy provocador.
Cuando llegaba una mujer joven a su oficina, la observaba detalladamente, hablaba a sus espaldas con sus subordinados, diciendo que la había visto coquetear con todos lo hombres del departamento y criticando abiertamente el look de la muchacha; en cuanto a su trabajo, se empeñaba en enrostrarle la mayor cantidad de errores posibles.
El gerente, por su parte tenía la tesis que siendo una mujer tan horrible, sólo podía brillar en el trabajo, por eso no permitía que nadie en la oficina, su feudo, le quitara protagonismo de ningún tipo. Los trabajadores, bromeaban con cuantos tragos empezaría verse atractiva, concluyendo que un segundo antes del coma etílico ocurriría el milagro.
Hacía varios años que nadie la había tocado, este estado de abstinencia obligada provocaba un sentimiento de frustración y mal humor constante, era irritable y las demostraciones de afecto que las parejas hacían en público, la enfurecían.
Fiel a sus costumbres una mañana, emprendió pesadamente el camino entre los cubículos, para llegar a su privado, una voz interrumpió su trayecto:
- Buenos Días, Jefa…
Alicía, se sobresaltó, por primera vez alguien se le adelantaba, giró y reconoció el rostro sonriente de Juan, el nuevo empleado recomendado del gerente, que reemplazaba a Magaly, quién salió llorando de la oficina, para nunca volver después de haber sido evaluada por ella.
- ¿Qué haces aquí, a esta hora…? Preguntó agriamente.
- Trabajando, respondió Juan, me gusta llegar temprano, así organizo el día y avanzo en mis metas…
¿Que hacía Juan tan temprano?, ¿Estaría robando?, ¿sacando información confidencial? , ¿tratando de obtener algún antecedente para perjudicarla?, ¿inoculando virus en los ordenadores?. Todas estas preguntas la tomaron por asalto, llenándose de angustia, el “tiritón de ojo” se apoderó de ella y anduvo de mal humor el resto del día.
A partir de ese día, se topó con ese “buenos días, jefa” todas las mañanas; Juan, llegaba primero. Lo observó con atención, Juan parecía adicto al trabajo, sus informes eran impecables, él, siempre tenía varias soluciones a los problemas y acostumbraba adelantarse a las situaciones; la gerencia, había empezado a notar las habilidades de este empleado, que además, era recomendado del Gerente General.
Esta situación la descompensó absolutamente, no sólo tenía entre su equipo a alguien que sabía más que ella, sino que además la Gerencia empezaba a darse cuenta de esto y sentía que su puesto estaba en riesgo, tenía que hacer algo.
Le encomendó las tareas más complicadas, duplicó su carga de trabajo y empeoró el trato que le daba, todo esto con el fin de que Juan se equivocara, para despedirlo, o se reventara y renunciará.
Pero, no ocurrió ni lo uno ni lo otro, Juan cumplió con creces, llevaba trabajo a su casa y no dormía hasta terminar, nunca dijo no, aguantó todas las descalificaciones a que Alicia lo sometió y siempre entregó antes del tiempo presupuestado su trabajo.
Este exceso de responsabilidades sólo mejoró la opinión que la Gerencia tenía de él.
Fracasada su estrategia, Alicia, le asignó labores secundarias y redujo su carga de trabajo al mínimo, entonces, Juan, una vez terminado su trabajo, se dedicó a ayudar a sus compañeros y a crear procedimientos para optimizar la gestión, que no fueron aprobados por ella, sin embargo, atribuyéndose la autoría, los propuso a la Gerencia.
Una mañana, Alicia, no escuchó el “buenos días, jefa…” que se había hecho habitual, intrigada se desplazó sigilosamente hasta el cubículo de Juan y no lo encontró, se dedicó todo el día a esperarlo, con la finalidad de amonestarlo si llegaba tarde, sin embargo, Juan no apareció.
Al día siguiente, Personal, le informó que Juan, había presentado licencia médica y estaría 20 días ausentes. Los dos primeros días se sintió a gusto al estar libre de esa presencia tan amenazadora, luego, de la alegría pasó a la preocupación: si estaba enfermo, tal vez lo visitaría el Gerente y ¿si le contaba de los abusos de ella?; o tal vez la licencia era falsa y le estaban tendiendo una trampa, todo para que Juan tuviera libertad de reunirse con quién quisiera y hablara mal de ella con la Gerencia, entonces la despedirían… Rabia, alegría, preocupación, estos y otros sentimientos llenaban su cabeza, así, se dio cuenta que no podía pensar en otra cosa que no fuera Juan. Tanto observarlo, conocía todos sus gestos y rutinas, ahora se había descubierto, mirando furtivamente su puesto de trabajo con la esperanza de verlo ahí, sentado frente al computador. Empezó a imaginar como sería su vida, apenas lo conocía, ¿tendría novia, mujer, hijos…? , ¿… con quién viviría, como sería su casa…? Temió no volverlo a ver y la invadió un deseo incontenible de llorar, se encerró en el baño y brotó el llanto, desanudándose el lazo que apretaba su pecho.
Esa noche, Alicia, se contemplaba frente al espejo, veía el calamitoso estado de su cuerpo, los brazos fláccidos, los senos como botas de vino, el vientre abultado llenó de estrías y la celulitis enseñoreándose en sus muslos y glúteos. Nunca conquistaría a Juan, menos sabiendo que él tenía una relación con una mujer que parecía modelo, sin embargo, estaba decidida.
El primer paso no fue muy alentador, el cirujano plástico tenía que someterla a un sinnúmero de intervenciones: Correctivas en los brazos, abdominoplastias, reconstrucciones de abdomen, mamoplastias, liposucciones, etc… pero lo peor de todo era el sobrepeso, debía bajar 50kg, la única operación que podía realizarse con su tamaño actual era en los brazos, para enderezarlos.
El dinero no le importaba, tenía ahorros y un buen seguro médico, decidió hacer la corrección de sus brazos primero. Llegado el día se internó en el hospital y tendida en la camilla esperaba comenzar una nueva etapa de su vida; pero, algo sucedió, su entrada al quirófano se demoró más de lo habitual, le informaron que en el Centro se había desplomado un edificio y las víctimas habían saturado la capacidad hospitalaria, ocupando quirófanos, cirujanos y creando anarquía en los hospitales de la ciudad.
Apareció el “tiritón de ojo”, Alicia se enfureció, armó un escándalo de proporciones, gritó y maltrató a enfermeros, auxiliares y médicos, pidió hablar con el Director del Hospital y amenazó con demanda:
-¡Tengo un contrato con la Clínica y quiero que me operen …!, ¡ … aunque se haya venido abajo el palacio de gobierno o un orfanato… no me importa, quiero que me operen...! , vociferó, no estaba dispuesta a perder un minuto de su plan para conquistar a su amado Juan.
Al final, el Jefe de cirugía accedió a operarla y cuando un quirófano se desocupó la intervino el cirujano que allí había con la planificación que allí había.
El ascensor abrió sus puertas en el último piso, lentamente descendió Alicia, “el tiritón de ojo” la acompañaba en cada paso, el trayecto hasta su oficina se había vuelto interminable, sentía un odio tan profundo contra todos, excepto por Juan, que el dolor del post-operatorio pasaba inadvertido. Nunca debió haber insistido en operarse en ese momento, producto del desorden fue operada de una cadera, en vez de los brazos, ahora, debía acostumbrarse a caminar con una pierna diez centímetros más corta y al insoportable ruido del taco al chocar contra el piso.
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