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¿Y me pides misericordia? Tú fuiste siempre quién quiso que yo llegara hasta este punto. Acaso no lo recuerdas. Incluso llegaste a mentirme para esconder lo que por tantos años planeaste. Robarme. Nunca olvidaré este día. Hoy robaste mi alimento. Y me pides misericordia. No sé ni siquiera si creerle a tu moribunda y lamentable rostro. Lo que te queda de rostro. Después de la paliza que te di. Y pensar que me manipulaste, que no dejaste mi respiración en paz ni por un maldito minuto. Durante tantos años. Como si fueras mi padre. Como si en ti existiera algún yugo sobre mi. Como si un vínculo nos uniera. Ya incluso repentinamente se me olvida tu nombre, y no lo recuerdo hasta que pienso en aquel maldito día que te vi la cara. Innecesariamente penosa. Y me pides misericordia. ¿Alguna vez pensaste en lo desastroso que es la vida a tu lado? Que tu felicidad no alcanza para los demás. Pues piénsalo. Si es que ahora puedes. No hay nada peor que vivir contigo en la misma casa y bajo el mismo techo. Aunque nuestra sangre es completamente distinta tu apego hacia mi la hace casi igual. Y eso es muy desagradable. No soporto ni siquiera tu mirada. Tu triste y humillante mirada. Y te paseas por toda la casa. Descansas donde mejor te parece sin pensar si algo está mal. Miras tranquilo tu alrededor, bostezas y duermes como si está casa fuera tuya. Como si estuvieras en “tu casa”. ¿Qué se siente pensar que eres el rey cuando eres menos que la mierda? Sólo mierda cercana. Gritando por un poco de amor incondicional que nunca llegará. Realmente me enervas. Y cualquiera juraría que defiendes esta casa inclusive con tu vida. Te haces el bueno y el simple cuando otros nos visitan. Te crees el centro de la atención con tus sonoros pasos. Y cuando se oscurece me miras buscando algo de calor para la fría noche. Pero no. A la mierda contigo. Y ese es el mejor momento del día. La noche. Cuando intentas hablar con suplicas para que sienta compasión de tu estúpida piel blanca y para que no te pateé fuera de esta casa. Y todas las noches lo mismo y yo me río de ti y tu cuerpo torcido por el frío. Por tu cara de lamento y tristeza. Y siempre te grito. Fuerte y duro. Y tú te vas con el rabo entre las piernas al fondo del patio, donde lo único que hay es frío. Todo el frío que puede haber para un infernal perro como tú. |
Texto agregado el 21-06-2004, y leído por 176 visitantes. (0 votos)
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