Alcé todo el volumen de la radio… ¡Ah!, qué extraña e intensa es la música clásica… Tenía cosas que hacer pero ¿para qué?... Miré los libros sobre la pared y me dije que eran demasiados para leerlos… Tengo que acabarlos, pero no en esta vida. Llamé por teléfono a un librero. Le dije que deseaba vender mis libros… ¡Ahora voy!, dijo y colgó. Miré mis libros y decidí salir a la calle, solo, en busca de mi propia identidad... ¿los libros, ese enano podía esperar mas de una vida en aquel hueco de libros usados... Caminaba entre tanta gente tan perdida como yo. Era algo tan deprimente que seguí arrastrando lo que quedaba de mis ganas de vivir… Llegué a un bar y pedí una copa. Tomé hasta el amanecer. Estaba mareado pero no tanto como para caminar. Llegué a un restaurante. Entré y pedí una taza de café. La tomé, pagué y sentí que no pasaba nada amargo como el café en mi vida. Todo seguía igual que siempre. Desde que nací era así, aunque, antes fuera más fuerte y veía todo con ilusión y algo de belleza. Me eché en la calle (estaba harto de todo), sobre la misma acera y traté de dormir, a pesar de la gente que miraban parte de mi existencia sin decir palabra… Un grupo humanitario me cargó hasta llegar a la policía. Les dije que estaba perdido. ¿Cómo?, respondieron los azules. Estoy mal, me siento muy mal pero no estoy loco. Les mostré mis papeles y les dejé unos buenos billetes. Para colaborar con la fuerza, les dije. Sonrieron y dijeron que podía irme con el mayor de todos los respetos. No tenía adónde ir, así que busqué un basural y me senté hasta esperar la noche. No quería nada mas en la vida, tan solo vivir y sentir mientras lo hacía, algo de alegría y paz… La paz, la paz, aquella ave que se presenta una que otra vez, y que cuando se aleja, deja un viento por la fuerza de sus alas, me hace feliz, y siento que la vida tiene algo más de lo que veo, escucho, palpo, huelo, pienso... La vida tiene que ver con mi propia identidad, con todas sus respuestas y preguntas... Fue extraño en aquel basural. Un perro se puso a mearme, como a un árbol... Sonreí por aquello y mientras lo hacía, sentí que la paz mojaba mi existencia. Y sobre el espejo de la noche se iluminaba el rostro de todos los dioses, iluminando la oscuridad en cada punto del universo. Infinitos dioses, y todos, todos, todos, tocaban mi identidad, cada instante, cada instante...