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Ya habían pasado casi tres años y aún no se iba ese desagradable olor a sangre que tenía impregnado desde aquella noche en que conociera a Leopold. William sabía que sólo se liberaría de ese olor cuando le pusiera fin a la vida de Leopold si es que se puede decir que Leopold alguna vez tuvo vida.

Así era, Leopold no poseía vida ni nunca la tuvo, era un vampiro. Pero no era un vampiro cualquiera, él era un vampiro nacido de la union no consentida de un no-muerto con una mortal, esto hacía que tuviera no solo las ventajas de ambas razas sino también la infinita crueldad y odio de ellas. Pero ahora había sucumbido ante un ser mas cruel que él , y es que no hay un ser mas cruel que un hombre con el deseo de aniquilar a otro ser sin importar el como ni el por qué. Precisamente ese tipo de hombre era William, un hombre guiado sólo por el deseo de acabar con una vida.

William estaba ahí frente a Leopold tenía la mirada perdida en la nada, trataba de reconstruir aquella noche; pero por más que lo intentaba no lo conseguía, definitivamente lo único que quedaba de esa noche era el olor a sangre fresca. Leopold por su parte, mientras yacía mal herido sabía que su fin estaba próximo y esto se evidenciaba en su mirada, reflejo de odio e impotencia.

Leopold luchaba para liberarse no sólo de las ataduras de las cadenas sino también de su impotencia y su miedo a la muerte, su parte humana se hacía presente; ahora sentía lo que talvez muchas de sus victimas alguna vez sintieron. Trataba de aferrarse a la vida que nunca tuvo y si sintió que la tuviera ahora esa vida estaba en las manos de William, tal como tuvo él la vida de esa niña que matara la noche en que conoció a William.

Precisamente en las manos de William estaba el único objeto que podía poner fin a al existencia de Leopold y junto con él ese desagradable olor a sangre fresca que tanto trastornaba la integridad mental de William. Después de preparar este objeto-una estaca de madera obviamente-con sus propias manos se disponía ahora a usarlo. Un golpe seco en el pecho con la fuerza suficiente para llegara al corazón. Y así lo hizo sin vacilar.

El golpe fue rápido. Leopold ante la llegada del fin de su existencia revivió los rostros de todas sus víctimas. Cada una pasó ante sus ojos. Mientras su mirada se nublaba vio por último el inexpresivo rostro de William a la vez que sentía como su vitalidad se iba desvaneciendo con cada milímetro que se adentraba la estaca en su frío e inherte corazón hasta que finalmente su existencia desapareció y junto con él ese desagradable olor que William tenía impregnado desde aquella noche hace casi tres años.

Texto agregado el 21-06-2004, y leído por 137 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
21-06-2004 Entretenido texto Un saludo franlend
 
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