Quijoteando
Un regalo para Soledad
El joven poeta, erguido en su larga figura, miraba la sombra de su amigo Bruno que se perdía en el camino pedregoso. Conectado al suelo con su espíritu indomable, estiró sus largas piernas que las sentía frías, agarrotadas. Todo él, sin embargo, marcaba optimismo y agitación. Su mente bailaba al ritmo de sus latidos que no se contenían de la impaciencia. Sus pensamientos desbordaban de ilusión. Estaba en un bosque, muy cerca del poblado donde desde hacía años, suponía, la esperaba Soledad. Su entrañable amigo, conocedor de sus andanzas, tenía la misión de descubrir si aun le esperaba la dulce amante, Anda –le había dicho, busca a Soledad; cuéntale que estoy herido y haz que ella me acuda de inmediato. Con ojos penetrantes clavados en sí mismo, alucinado, meditabundo y con su rostro de circunstancia, entró en una sosegada abstracción, Como no tengo nada más que hacer, mientras espero el retorno del buen amigo, esperaré al sol en su camino estelar, mezclaré mis chispas con las suyas y en formidable alianza, fundaré una nueva luz que será la primera ofrenda para mi bella dueña -pensó. Y cuando ella alcance el esplendor con el que yo espero vestirla, sólo entonces, giraré mis haces en serena actitud, cediendo mis exhalaciones hacia este lado de la esfera terráquea. Gracias a mi espléndida decisión, acabaré con esta larga opacidad y también haré despuntar un inédito día en esta mitad del mundo. Le daré a la humanidad más de lo que necesita para vivir, porque, pensándolo bien, de nada más precisa para rendirse a los pies de mi Soledad. Todo lo demás, en fuerza, amor y claridad, será la entrega total para mi dulce quimera.
Respiró profundo, buscando nutrir su complejidad psicosomática y atemperar su espigada estampa por dentro y por fuera. Retuvo el aire para beneficiarse plenamente; y. luego, exhaló con gran calma. Repitió la operación varias veces, inhalando y expeliendo hondo, muy hondo, como si quisiera dejar sin aire a todos los habitantes del bosque. Terminado el ejercicio, aferrado a las riendas de su caballo continuó su soliloquio, No me estancaré en el silencio de los crepúsculos que van desertando, ni en el fandango del alba que me dispongo a emprender. Aunque nadie más que yo podría diseñar tan feliz despunte luminoso para darle de ese modo nitidez y perfección a la belleza, yo se que mi amor merece más y en busca de ese cúmulo de preseas iré de inmediato, Santo Dios. Y haría bien el sol, mi socio, en ser grato con ella que ha sido capaz de darle potencia a mi mente, sensibilidad a mi corazón y dominio a mi capacidad de dar. Sin Soledad tal vez no podría yo hacer faena tan magnífica; y, sin mí, el sol tampoco haría lo que tendría que hacer por ella ¡válgame Dios! Porque, pensándolo bien, el sol es un habitual y aburrido personaje cósmico. Sentado en su propio fuego, dejaría pasar las noches y los días, como si nada más tuviera que hacer. Cualquiera diría que el Astro no sabe que las noches tienen su motivo y los días su razón ¿Acaso no fue la oscuridad lo primero que descubrió Dios en el camino de la creación? De otro modo no hubiera dicho: “hágase la luz...” ¿En qué andará metido este sol del cielo? ¿No advierte la presencia del amor capaz de cambiar el rumbo del universo? Y que lo diga Dios, mi testigo: este premio que yo le ofrezco a Soledad, también lo gozará el mundo que es de todos. Cuánta dicha saber que al coronarla, haré resaltar su belleza, la colmaré de gloria y honor; y, en compensación, ella me entregará el Amanecer ¡OH! El Amanecer... ¿Podrá algún ser humano recibir estímulo tan preciado? ¿Y qué haré yo, Dios mío, con esta sin par alborada? Pues... generoso, la distribuiré a raudales a los moradores de la tierra ¿Podrá alguien ser más dadivoso? ¡Nunca!” Y haré todavía más, mucho más, haré justicia, devolveré la ecuanimidad perdida, rasgaré surcos frondosos para que haya equidad en el reparto, arañaré firmamentos que desconozco para que a nadie le falte cielo, aventaré luz de trozo en trozo para que la humanidad no se empache de albores y ataré la vida a la eternidad para que haya tiempo y espacio suficientes ¿puede alguien dar tanto? ¡Jamás! Todo eso concebiré por ella y para este mundo que la cobija, como si nada más tuviera que hacer”.
El jinete, sintió la necesidad de bajarse para estirar un poco sus cansadas venas, Es preferible que Soledad me encuentre despejado y predispuesto a rendirle mi amor perdurable”--dijo-- dando libertad a su caballo para que se alimentara. Se sentó al pie de un árbol y en contados segundos se recogió insondable hasta alcanzar un sueño maravilloso: soñó que su amigo, con el alma en vilo, volvía del poblado con enormes noticias, Aquí estoy, amigo mío. No sólo te traigo buenas nuevas. Te traigo –le dijo- a la mismísima Soledad. Ella es portadora de su belleza embrujadora y te trae el amanecer como regalo. El poeta abrió los ojos. Su corazon latia a ritmo alacado, Cuidado con lo que dices, viejo amigo. Bien sabe Dios que el sol es mi aliado y que en feliz convenio yo le he concedido el privilegio de coronar con el alba a mi amada ¿Dices la verdad, leal amigo y compañero de aventuras? El amigo sonrió triunfante, La verdad digo y Dios lo sabe bien - respondió. Pareciera que la bella dama quisiera competir con esta madrugada de plenitud poblada, agregó. El rostro del poeta se encendió, ¿Y viene a mí? -preguntó ansioso. El leal amigo lo miró soorprendido, Que yo sepa, a nadie más esperas –respondió. Ella es el preciado tesoro que os entrego con mi más caro respeto...y para colmo, la bella Señora viene acompañada de dos tan bellas como galanas mozas que harán más grato el rayar del alba –agregó, ¡OH amigo del alma! Si estás hablando con verdad, esta clarinada será la compensación de mis grandes avatares. Pero, hombre ¿dices que está cerca? -volvió a preguntar el poeta, Tan cerca que sentirás su respiración y su presencia será el divino pan del día que alimentará tu nueva vida –dijo en son de triunfo, ¡Oh! majestuosa beldad de este primer amor que se aviva con el alba. Sólo me conformaré mirándote a los ojos que han de brillar el doble de la luz que ya posees por mi don. Ven a mí, Soledad amada, con tu presencia me concederás renovación y sosiego. Desde hoy, todas las madrugadas serán felices porque tu ánima y la mía, confundidas y amantes, dominarán el horizonte y harán otra existencia.
El joven poeta, absorto, cristalino, verídico, ingenuo, de hinojos, dirigiendo la mirada al cielo, agregó, Bello sol, aliado noble, pequeño gran dios de la luz. Sólo basta sentirte así tan cerca para imaginar cómo es Dios, nuestro Hacedor. Tú eres la verdad visible. Tú has vestido de encanto a la mujer de mi vida. Tú la traes para dar paz a mis grandes impaciencias. Tú la has convertido en esta gran verdad, Por favor, dijo el amigo, que voy a enloquecer. Tu dulce amada se está acercando. El poeta se puso de hinojos...largó la mirada a la profundidad de su alma y se ensimismó. Escuchó el armonioso paso llano de los corceles. Le parecían arrogantes, fuertes, temperamentales. No podía ser de otro modo si eran portadores de las musas extraídas del mismo Olimpo. Percibió también la voz cálida y sutil de su dulce amada, ¡Soledad!, amada mía. Tanto te he esperado. Dios mío ¿Es verdad esto que me está pasando?, Es verdad, caballero osado. Yo soy la ventura que viene del cielo, soy la respuesta del amor, el premio a la constancia y a la entrega de tu amor –dijo Soledad.
Una ligera brisa que acompañaba a la claridad sacudió las hojas y las ramas de los árboles. Fue suficiente para despertar al poeta amante y también sirvió para recordarle que no eran sueños los que le esperaban. Se instaló con hidalga postura en su corcel sin alas y sin decir palabra, ni tampoco pensarla...enfiló su camino al encuentro verídico de su bella amada. Fin.
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