Besarte, Clara, fue como besar la música del vicio.
Se florecían tus labios de gritos, tus amigdalas que respiraban como anémonas mientras jadeabas huyendo.
Contorsionadas las columnas alabastrinas de tus piernas.
Tu corazón en miedo, en saltillo, sincopado, perfecto, rogando bajo la cúpula de mis dedos.
Besarte Clara fue como encapsular al tiempo, como inventar días que durasen lo que dura un suspiro, lo que dura un disparo o el ladrido de un perro.
Minutos azucarados y verdinegros.
Petrolinos tus ojos, mientras apuntaba mi boca dura contra tu frente de seda. Dura, platinada, argentina y violenta, chasqueando el gatillo de mi lengua como la cascabel de las ciénagas.
Besarte la frente Clara, fue como hundir mi barco en un mar de la mas materna de las leches, estremecido de sonidos, temblando de anhelos.
Besarte la frente Clara, fue como un instante insoportable y abyecto. Y mi beso fue un hoyo oscuro, humeante, carbonizante manchando la pulcritud de tu entrecejo.
Avergonzado entonces me aparté de ti, lejos de tu ojos eternamente abiertos y de las rosas rojas que sangraste sobre el suelo.