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Mis ojos se abren y me disgusto al ver las siete y no las once de la mañana y al sentir que el peso de mis ojos insisten en continuar el sueño mientras que el resto de mi cuerpo se niega y me obliga a levantarme a sufrir el día. Lucía, en la laptop mientras diligentemente habla por el celular, me mira con ojos de fiera y los labios arrugados por la rabia del trabajo matutino ¡cállate, carajo! Me indica antes de que le diga cualquier cosa; me lo dice sólo con la mirada, claro, pues disimula una voz amable con la oficinista al otro lado de la línea.
Con el pedazo de conciencia con que amanecemos todas las mañanas, voy a la cocina: cereal, pues nadie está cocinando nada, cereal, lo más simple. Abro la despensa, no hay leche; más consciente de mi situación, doy un rugido de frustración que reemplaza ese chucha madre que grito en horas más avanzadas, cuando hablar no me cansa. Examino más y otro chucha madre camuflado sale cuando veo solo ese cereal de avena y pasas que me sabe a mierda.
Me siento en la silla de la cocina y termino de despertarme. Luego, camino al balcón y me asomo a oír la orquesta del tráfico junto a la percusión metálica que hacen las herramientas de las mil y un construcciones que hay en esta parte –al igual que en todas las otras- de la Ciudad de Panamá. No, hoy no leeré poesía.
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Texto agregado el 13-02-2010, y leído por 85
visitantes. (2 votos)
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Lectores Opinan |
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13-02-2010 |
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Texto que es un pedazo de hogar; un pedazo de cotidianidad, bien relatado. Te felicito. peco |
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