Estaba el ángel más chico
ante los pies de El Señor,
cabizbajo, preocupado,
sin querer alzar la voz.
Papá Dios se había enterado
de que el pincel celestial
el bebé lo había tomado
para el cielo decorar.
¡El mundo estaba tan feo
silueteado en gris y blanco!
parecía un cuaderno nuevo
sin olor y sin encanto.
Y bajó de nube en nube,
escalón tras escalón
para pintar el espacio
con sus tintes de algodón.
Allá unas flores azules,
aquí unas bellas violetas,
allá periquitos verdes,
aquí petunias coquetas.
Y todo lo coloreaba,
animales inclusive,
y se fue luego a lo alto
a inventar un arcoiris.
Cuando estaba más contento
con su pintura en las manos,
un ángel grande le dijo
que El Señor estaba entrando
y que lo estaba llamando
porque se había llevado
el pincel sin Su permiso.
Que Dios estaba enojado.
Y allí estaba el angelito
con su juego interrumpido,
con sus lágrimas pequeñas,
esperando su castigo.
El Altísimo, clemente,
lo recibe compasivo
Y perdona a su querube
con sus alitas de armiño.
Así, le dice que puede
para alegrarnos la vida
poner las cosas bonitas,
tonos de rosa y de lila,
con mariposas de grana,
con hierba verde y florida.
Y el pequeñito, travieso,
se escapa a veces. No yerra
cuando esparce sus primores
sobre nuestra Madre Tierra.
Por eso está todo lindo,
por eso hay tanto cariño.
Y es que Dios sabe que su ángel,
después de todo…es un niño.
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