—Vení Agustina, vení que te cuento.
—Ay abuela, vos siempre con tus historias. ¿Qué es lo que querés? Rápido que estoy estudiando para el parcial.
—Mirá, encontré esta vieja foto. Es de antes de venir a la Argentina. Estoy con mi muñeca, al lado mío está el tío Alberto, muerto de tifoidea en el '42 y la otra nena es la prima Evangelina, murió cuando dio a luz a tu tío Augusto.
—Augusto no nos visita mas abu. Ahora que es concejal se olvidó de nosotras. No sabía que vos no sos de acá, ¿de dónde sos?
—De la orgullosa España querida. Vinimos porque Franco había matado a tu bisabuelo y nos perseguían. La que está detrás mío es tu bisabuela. La muñeca de la foto es la que te enloquecía de más pequeña.
—Nunca me gustó ese trapo viejo abuela. Vos me hacías jugar con él, mamá no lo hubiera permito de estar con nosotras
—A mamá también le gustaba. Ella me dijo la noche que se la llevaron los militares «que Agustina tenga la muñeca, críala como me criaste a mí si algo me pasa».
—Ay abuela, me contaste eso mil veces. Sí, a mamá se la llevaron, vos me cuidás y punto. La vida es así, no se puede estar en el pasado. Hay que pensar en el futuro, por eso estudio, para poder darnos una vida un poco mejor vos y yo.
—Bueno, te cuento, porque no sabés y yo no sé cuánto me queda nena. Si no te cuento nunca vas a saber tu historia. La señora de al lado de mamá es su hermana Albertina, la mamá de la prima Evangelina. Ellas se vinieron las dos solitas con sus hijos, escapando de Franco, que ya había matado a los hombres de la casa. Tenemos dos generaciones perseguidas Agus, no te olvides, vos tenés que salir adelante y luchar por un país libre.
—Está bien abuela, pero vos sabés que acá en Argentina no somos libres. Mirame a mí. Estudio biología de noche, trabajo de telemarketer todos los días, la pensión de España no alcanza bien, y la de Argentina es un vuelto. La casa se nos está cayendo, no le podemos pagar al techista. El sur no es como cuando vos eras chica y vinieron de España y compraron esta casita acá en Avellaneda. Ahora la gente vive con miedo. Augusto no nos ayuda, se recibió de abogado y se rajó...
A la abuela le tembló el pulso del enojo, Agustina tuvo que contener las palabras, la abuela estaba con problemas de presión alta desde ya hacía algunos años y no la podía alborotar.
—¡No hables así de tu tío Augusto! él hace lo que puede, como todos nosotros. No entiendo cómo saliste tan quejosa, tan pesimista de todo. En esta familia somos sobrevivientes, lo hemos sido siempre. Mi abuelo, tu tatarabuelo, murió en la Primera Guerra Mundial, como buen italiano, y la abuela se fue a España, luchó y crió a sus hijas lo mejor que pudo. A tu pobre tatarabuela no le quedó más remedio que prostituirse, las mujeres de aquel entonces tenían marido, ella no y era viuda, extranjera y con dos hijas a cuestas. Con todo eso a mi papá no le importó y se casó con mamá, sacó a tu tatarabuela de las calles porque él podía con su trabajo de carpintero, pero Franco pensó que era socialista y lo mató. Fue ahí cuando mamá tomó el primer barco que pudo, desde Inglaterra, y vino a la Argentina, esta era una tierra llena de promesas.
—¿Y que le pasó al marido de Albertina?
—Albertina era más pequeña y se enamoró perdidamente del socio de mi papá. Se casaron en secreto porque ella ya estaba embarazada. A él lo mataron junto a mi padre esa noche horrible. Franco pensaba que de la carpintería salían las culatas de las armas de los socialistas —la voz de la abuela se resquebraja porque recuerda perfectamente los disparos que mataron a su padre y a su tío esa noche, y los militares tomando la foto de la familia que quedó, marcaron con un círculo rojo a la próxima en venir a buscar, la más grande.
—¿Y qué trabajo pudo conseguir la bisabuela?, viuda, dos hijos, escapando de la guerra ¿cómo compró esta casa?
Con la pregunta la abuela sigue con su pensamiento, vuelve a Buenos Aires y recobra nuevamente el rumbo. —Ella vino con su hermana, las dos viudas tenían algo de plata. Con ese dinero compraron esta casa y pusieron una pollería, con eso pudimos salir adelante. Yo me casé con el abuelo y tuve a tu mamá.
—No conocí al abuelo, nunca hablás de él abu ¿qué hacía el abuelo?
—Cuando me casé con tu abuelo mi mamá ya estaba muy viejita y nos quedamos en la casa para cuidarla, yo no quería que ella viviera sola. Tu abuelo tenía una imprenta y sacaba diarios y folletos. Lo asesinó la Triple A en el '74. Fue terrible, vinieron a la noche, rompieron la puerta, nos sacaron de la cama —el pulso de la abuela comienza a temblar, la foto se le cae de la mano, los recuerdos de Buenos Aires se fusionan con sus recuerdos de España— fue terrible nena...
—Bueno abu, tranquila, ahora entiendo porque no hablás nunca del abuelo —la cara de Agustina se ensombreció, nunca podía escuchar las historias que no se podían contar, las otra las sabía casi de memoria. De todos modos la abuela hoy hablaba más que de costumbre, era importante escuchar todo lo que tenía que decir.
—Y hoy estamos acá, Agustina, sobreviviendo el pasado y luchando el presente. Es mucho para esta vieja todos los recuerdos un mismo día. Seguí estudiando, me voy a dormir una siesta.
Más tarde ese día Agustina encontró a su abuela en la cama, con la foto en su mano derecha. Muchas emociones en un mismo día, la abuela pasó del sueño a la eternitud sin botas, sin portazos, sin violencia. |