El piano enloquecido no deja de llamarte
El repiqueteo neurótico lo delata loco
Rabioso de añoranza por las manos tan blancas
El marfil nervioso como el metal de la navaja
Al fin y al cabo para algo fueron los dos creados
esperan una mano que los guie sonámbulos
con maestros dedos casi con caricias
que arranquen sin temor la melodía perfecta
O derramen tan tibia la sangre roja y viva
Y juntos los dos piano y navaja aguardan
A que tus manos los muevan con pericia.
Jorge P. Guillen.
Febrero de 2010
Texto agregado el 13-02-2010, y leído por 88
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Lectores Opinan
13-02-2010
Hermoso, como una Sonata... girouette
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