Ayer te fuiste al trabajo. Caminaste, no pudiste. Intentaste, no lo lograste porque estás muerto.
Llegaste a tu trabajo, no sabes como, no sabes porque estás muerto.
No pudiste trabajar, no porque estés muerto, sino porque no llegaste en realidad. Te mentí y no te diste cuenta porque estás muerto.
No terminaste de trabajar, ya sabes la razón. No trabajaste. No regresaste a casa. Porque no saliste. No tengo que repetir el porqué.
Estuviste quieto todo el tiempo, porque eso hacen los muertos. Quedarse quietos; eso y pudrirse. Pero tú no te pudres, porque todo a tu alrededor está en movimiento.
Hoy pasó algo interesante a tu alrededor, pasó una persona viva; no le saludaste, porque estás muerto. Sin embargo esta vez hiciste algo: Deseaste hablarle.
Esa persona viva volvió. Va y viene, porque está viva. Te saludó, te emocionaste. No pudiste responderle, lloraste por dentro. Pero la persona viva no se rindió al primer esfuerzo, ella siguió insistiendo; ella siguió insistiendo y tu boca se abrió un poco, ella prosiguió, tu voz despertó y gesticulaste un hola. Ella sonrió y siguió insistiendo. Moviste un dedo, luego otro, hasta que tu mano se pudo mover de nuevo. Tu brazo le siguió, después el otro. Te cansaste, también ella se cansó. Pero no se rindió.
La persona viva te levantó, te llevó en su espalda con tus piernas colgadas hacia el suelo. Te diste cuenta que se agotaba y tus piernas comenzaron a funcionar. Ella estaba exhausta y poco a poco comenzaste a caminar detrás de ella, siguieron y dejaste de apoyarte para poder sostenerla con tus brazos. Ya podías hablar, caminar y sostener a otra persona. Ella te había regresado a la vida.
Lo que diferencia a una persona viva de una muerta son las ganas de seguir viviendo, de seguir intentándolo.
Y el impulso de seguir viviendo, siempre es “esa persona” a la que tanto amas.
Hoy fuiste al trabajo, regresaste a casa, hablaste, reíste y lloraste. Todo eso con “tu persona viva”.
Dedicado a “mi persona viva” que me rescató de las tinieblas.
A R
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