Si un hombre cualquiera, incluso vulgar, supiera narrar su propia vida, escribiría una de las más grandes novelas que jamás se haya escrito.
Giovanni Papini
Toda narración de la propia historia es un alegato, una legítima defensa. Cuando pensamos en nuestro pasado, siempre intentamos redefinirlo.1 Todo relato es un a iniciativa de liberación.2
La fiesta de graduación había estado excelente, personalmente me encontraba más que orgulloso de haber obtenido el premio de la “chichi de oro” al más mamón de la generación.
Esa noche había sido acompañado por varios de mis tíos más cercanos y queridos, eso sin mencionar a mi novia Ana, que esa noche lucía hermosa. Particularmente pensaba que las cosas no habían podido salir mejor.
Pasada la fiesta las cosas retornaron a la realidad, la cual no parecía del todo promisoria, recién egresado de la carrera de biología, con un limitado campo laboral, sin experiencia, ni contactos, en fin, la cosa no pintaba nada fácil. Afortunadamente para mí, la tenacidad era parte intrínseca de mi edad.
Después de varias semanas, mi amigo Juan Carlos, (también conocido como cosmito, el charalillo, la cola de zorrillo, Munrak el inmoral) y yo decidimos que una buena forma de encontrar trabajo sería a través del servicio social, por tal motivo deberíamos elegir bien la institución para la que prestaríamos tal servicio. Después de algunas valoraciones, decidimos que el Instituto Nacional de la Pesca sería “el sitio”. La cosa no pintaba mal, en el Instituto Nacional de la Pesca contaban con algunos programas entre los que estaba la participación de personas a bordo de barcos atuneros para realizar actividades de observación. La finalidad de este trabajo era tratar de evitar la matanza no intencional de delfines. Entre las ventajas que parecía tener esta actividad, estaba el hecho de que a diferencia de la mayoría de los servicios sociales, éste contaba con apoyo económico y a decir de los enterados, la paga no era nada mala.
Después de varios acercamientos a la institución, así como numerosas salas de espera, logramos contactar con un biólogo de nombre Javier Vasconcelos, quien nos informó que el programa de protección de delfín había dejado de recibir apoyo por parte del Banco Mundial y por lo tanto estaba cancelado. Por un momento nuestras ilusiones y sueños se fueron literalmente por la borda. Unos instantes después y seguramente motivado por nuestras evidentes caras de desolación ante el panorama poco prometedor ya mencionado, Javier nos comunicó de manera apresurada que existía un programa de protección de playas de anidación de tortugas marinas. Con más entusiasmo que razonamiento y por supuesto con los ánimos renovados, Juan y yo nos apresuramos a aceptar la oferta.
Siempre me había gustado la playa, los animales marinos, el mar, así que sin mayor problema me imagine de forma más que romántica caminando por playas vírgenes y exóticas, lejos de la ciudad y sus problemas, quizás lejos de mis propios escenarios -no del todo halagadores hasta entonces, sin más, comunique a mis padres y a mi novia mi decisión -sin dejar mucho espacio para negativas o cuestionamientos-, además por supuesto me encargué de difundir entre mis amigos en turno -un bola de vagos y ebrios- la gran aventura que pretendía iniciar, debidamente aderezada, por supuesto¡¡.
La parranda había concluido 24 horas después de iniciada, como era usual por esas épocas el debraye etílico nos había ganado una vez más, por lo que a la cruda física, había que agregar la moral. El dolor de cabeza y los nervios destrozados me impedían poder descansar un poco, después de tratar de alivianarme con un par de Alkazelzerts, decidí que iría a visitar a mi novia, así que cogí el teléfono. Después de varios intentos infructuosos sin poder localizarla, pensé que no me quedaría otro remedio que pasar el resto del día aburrido e intentando resarcirme de la tremenda cruda que me agobiaba.
David ¡, David ¡, el grito venia de fuera, identifiqué la voz de Oscar, así decidí asomarme a ver que salía, al final parcia que mi día podía tener un mejor final o al menos eso pensé. . .
En menos de que lo cuento, dirigíamos nuestros pasos hacia las instalaciones de la alberca olímpica, donde estaba a punto de celebrarse la final de básquetbol de los juegos centroamericanos entre Cuba y México.
El plan era buscar a la hermana de Oscar - una güera con cuerpo de tentación y cara de arrepentimiento - quien por esos días trabajaba en el Comité Olímpico Mexicano y se iba encargar de darnos acceso.
Después de un apretujado trayecto en el "microbio", finalmente llegamos al gimnasio, el cual estaba circundado por aglomeraciones de personas queriendo acceder al evento. Una vez que recorrimos todos los accesos, no sin antes superar los tumultos, nos convencimos que Laura nos había dejado colgados. La desilusión se reflejó en nuestros rostros, sin embargo, yo no estaba dispuesto a irme así nomas, por lo que después de proferir -esta madre no creo que sea inexpugnable- procedí a buscar con la mirada posibles lugares de acceso. La vagancia me había ensenado que en cualquier evento deportivo siempre había lugar para los portazos. Unos minutos después encontré un sitio por el que una bola de vagos -igualitos a nosotros- se trepaban por una ventana y desaparecían. Así que al ritmo del grito de guerra -el mundo es de los intrépidos- procedimos a encamarnos en la rampa que nos llevaría a la ventana que a su vez nos daría acceso al anhelado partido.
La sensación de vacio recorrió todo mi cuerpo, lo último que pude recordar es como en un instante trataba de enderezar mi cuerpo que caía vertiginosamente hacia un lugar incierto, el golpe fue brutal, rápido, por un instante logré ver que algo se movía a mi lado -era David- recuerdo que con dificultad dije -ya valió madres- y me desvanecí.
El frio era terrible, la oscuridad solo era perturbada por unas luces intermitentes de color rojo que se perdían al fondo de un pasillo con destino incierto, fue en ese momento que comprendí mi situación y lo que había pasado, el terror se apodero de mí, me incorporé repentinamente moviendo de su lugar mis destrozados brazos -no pude contener un grito de dolor- rápidamente una persona vestida de blanco me sujetó y volvió a recostarme sobre lo que después supe era una camilla, el dolor era insoportable, sin embargo, el haber podido incorporarme me permitió saber que mi columna estaba en buen estado, situación que me dio algo de tranquilidad, al menos por el momento.
La confusión inundaba mi mente, aun no lograba estar seguro de lo que había pasado, realice un rápido diagnóstico de mi situación, a juzgar por el dolor en los brazos estaba seguro de tenerlos rotos, no sabía qué tanto, pero confiaba en que no fuera grave. La hinchazón y la abundante sangre que inundaba mi rostro y pecho me hicieron inferir que había heridas importantes, en esas estaba, cuando una mano grande y cálida acaricio mi cabeza. En la penumbra y con los ojos casi cerrados por la inflamación, descubrí el rostro de mi padre quien no pudo evitar que su rostro se descompusiera por la impresión, así que sólo atinó a emitir algún balbuceo que no comprendí . Entendí que mi situación era más grave de lo que había previsto.
La ilusión de realizar el viaje me animaba, así que pensé que de una u otra forma iría, no pude dejar de recordar los grandes momentos que había vivido a las prácticas de campo de la universidad, vino a mi memoria La Mancha Veracruz, una pequeña laguna costera donde había pasado un par de semanas.
Ese día el calor era insoportable así que apenas bajamos del camión me dirigí a la playa y sin más, me zambullí en el mar, al poco rato el resto del grupo se fue acercando.
El profesor improviso una pequeña reunión de planeación y se alejó. Juan, Cleo y “Pepe bello” -mi equipo de trabajo- teníamos previsto realizar una investigación relacionada con la influencia de las mareas en la distribución de la materia orgánica en la laguna. Dejándonos llevar por un romanticismo mal entendido de la naturaleza y por supuesto por una buena dosis de inexperiencia, pronto elegimos un lugar entre los manglares para montar el campamento. Unos minutos después, nos dimos cuenta de nuestro error cuando jaurías de mosquitos y chaquistes nos atacaron con voracidad, así que rápidamente reubicamos nuestro improvisado campamento.
Nuestro equipo de trabajo estaba integrado por unas regletas de madera que nosotros pomposamente llamábamos mareómetros, un improvisado disco de Secchi (él cual se utiliza para realizar la medición de la turbidez del agua), frascos para las muestras, una libreta y algunos lápices.
Esa misma noche iniciaríamos nuestras actividades científicas, sin embargo, la tarde envejecía lentamente, así que decidimos aprovechar el tiempo para fortalecer nuestros vínculos y espíritu aventurero con unas “caguamas”. La luz se fue ocultando y bajo el resguardo de la oscuridad el ataque de las micro-bestias hematófagas (chaquistes) se intensificó.
Un par de horas después nos encontrábamos completamente ebrios, no obstante eso no iba a impedir que realizáramos nuestros quehaceres “científicos”, así que después de una breve deliberación me propuse junto con "Pepe bello" a realizar el primer muestreo.
El agua estaba tibia y la luna era bastante clara, lo que nos permitía un buen grado de visibilidad, en la orilla de la laguna encontramos un “cayuco” así que decidimos que sería una buena herramienta.
El primer problema a enfrentar, fue lograr abordar el cayuco, ya que entre la borrachera y lo angosto e inestable de nuestra embarcación las caídas al agua fueron incontables.
En la orilla Cleo y Juan Carlos se retorcían de risa de nuestras peripecias. Tiempo después logramos “levar anclas”, yo con seguridad de marino experto tomé la pértiga y empecé a tratar de dirigir nuestra embarcación, dos minutos después la corriente nos había empujado irremediablemente hacia una zona de manglar, donde empezamos a ser golpeados por las ramas que parecían atacarnos intencionadamente, sin más aviso que “hay nos vemos” Pepe bello abandono el barco y se alejó nadando.
Por supuesto que yo no me iba a rendir tan fácilmente, así que ahora con menos peso, supuse poder realizar las maniobras necesarias para regresar a bordo del cayuco hasta la orilla.
No obstante mi esfuerzo y después de varias caídas e innumerables golpes contra las ramas del manglar, no tuve otra opción que abandonar el “barco” y regresar nadando. A lo lejos las risas de Juan, Cleo y "Pepe bello" hacían realmente penoso mi retorno. Una vez pisé la orilla – por cierto realmente agotado – tuve que chutarme un rato de “carrilla”, la cual toleré con resignación y por supuesto con ayuda de unas chelas.
Mis pensamientos fueron interrumpidos súbitamente por un grupo de hombres vestidos de blanco y pálidas caras. Sin más, empezaron sujetarme los hombros, cabeza, piernas, sentí asfixiarme. Aun no acababa de entender bien a bien lo que sucedía, cuando el dolor invadió mi cuerpo, no pude evitar gritar desesperado mientras los huesos de mis brazos crujían. Acto seguido fui inmovilizado mediante unas correas a la camilla y mis brazos fueron sepultados bajo montones de vendas y yeso.
El dolor, el frio y el constante ruido de sirenas y gente yendo y viniendo me impidieron conciliar el sueño, a través de una ventana cercana me percaté que estaba amaneciendo. Un tipo enfundado en un traje azul de gaza, tomo mi camilla y empezó a empujar con rumbo desconocido, con voz imperturbable me indicó que me iba a llevar a mi habitación.
La procesión de camillas y el recorrido de los innumerables pasillos me parecieron interminables. Al fondo un grupo de gentes esperaba, al acércanos identifiqué que se trataba de mis padres, mi tío Gabriel y Ana, quien sensible como siempre no pudo evitar sollozar al verme. Su presencia me reconfortó bastante. Una vez en la habitación (la cual era bastante cómoda y se trataba de un privilegio del que estaba disfrutando gracias a los contactos de mi tío Gabriel) empezamos a conversar y entonces traté de recapitular los detalles de lo ocurrido. Yo me encontraba de un ánimo inmejorable considerando mi situación. Pregunté por David y me informaron que había sido trasladado a otro Hospital por instrucciones de su mama, también supe que su lesión en el rostro era grave. Solicité un espejo a mi mama, quien dudó en entregármelo, pero insistí. La sensación de hinchazón y la sangre seca que aun permanecía en mi rostro me hacia anticipar un escenario catastrófico que era aderezado por los rostros sombríos de mis acompañantes, para mi sorpresa la situación no me pareció tan grave, una herida grande y recién suturada bordeaba toda mi ceja izquierda, a eso había que sumarle la boca y nariz rota y ojos inflamados y una buena cantidad de moretes que empezaba a tomar una tonalidad cada vez más oscura.
La puerta de la habitación se abrió para dar paso a un pequeño grupo de doctores. El líder del grupo, sin mirarme anunció con voz apresurada que se trataba de un paciente masculino de 22 años de edad, con fracturas en ambos brazos, manos y cara. Un segundo doctor procedió a informar al grupo el detalle mis lesiones: - el paciente presenta fractura de maxilar superior derecho y tabique nasal, el brazo izquierdo presenta fractura de apófisis coronoides la cual ha sido reducida manualmente al momento del ingreso, la mano derecha presenta fractura del escafoides y el semilunar, el brazo izquierdo presenta fractura de la cabeza del cúbito, la cual también fue reducida al momento del ingreso y la mano derecha presenta fractura del cuarto y quinto metacarpiano, se prevé su programación a quirófano para reducción de las fracturas quirúrgicamente, actualmente se le está suministrando por vía intravenosa neo-melubrina. Una vez concluyó la recapitulación de mi expediente realizó un ademán al grupo para que abandonarán la habitación, salieron tan rápido como entraron. El ánimo decayó en la habitación, caras de duda, silencio. . .
Hacía meses que anhelábamos la llegada del 9° trimestre, la práctica de campo consistía en realizar un viaje a bordo de un barco camaronero, toda una aventura! aun cuando el maestro tenía fama de ser un estricto y bastante de neurótico, la mayoría de los estudiantes de hidrobiología aspirábamos a poder estar en su grupo. Después de algunos días de incertidumbre debido al proceso de selección del grupo, confirme que yo y buena parte de mis más cercanos amigos habíamos logrado quedarnos en el grupo. Unas cuatro semanas después de iniciado el trimestre llegó el momento de organizar el tan ansiado viaje. El maestro Luis López nos comentó rápidamente los pormenores de viaje e hizo algunas recomendaciones básicas: deberán organizarse por parejas (hombre y mujer), las mujeres debería llevar ropa discreta a fin de no alentar el libido de los solitarios pecadores, recomendó llevar una dotación de “Dramamine” para el mareo, tener mucho cuidado durante las actividades de pesca, sobre todo al momento de subir la redes, ya que un accidente con el “winche” era probable y de consecuencias normalmente fatales.
Era la primera vez que visitaba la ciudad de Tampico, tiempo después me enteré que estábamos en la parte “vieja”, la vista era muy interesante, una gran plazuela con un enorme Kiosco al centro y donde la gente salía a pasear una vez que el calor del día menguaba. Una gran cantidad de “zanates” irrumpían la calma de la plaza con sus graznidos, mientras el olor del mar inundaba el ambiente.
Después de nuestro primer acercamiento, nos dirigimos hacia nuestro hotel. El lugar en cuestión era realmente de cuarta, pero poco importaba, en realidad los recursos tampoco eran abundantes, así que usualmente preferíamos hacer algunos esfuerzos en esta materia a fin de poder contar con un poco de dinero para la diversión.
Una vez instalados y con toda la energía que se tiene a los 20 años de edad decidimos hacer una incursión nocturna de la ciudad. El primer lugar que encontramos fue un pequeño billar al que entramos emocionados y con ganas de demostrar nuestras habilidades en ese deporte de mesa, al entrar al pequeño lugar, nuestro entusiasmo se vio súbitamente interrumpidlo por las varias decenas de pares de ojos que al más puro estilo de película barata nos observaron de forma por demás “gandaya”, incluso hubo algunos más atrevidos que dejaron de jugar para voltearnos a ver de forma retadora. En virtud de esta situación decidimos que sería mejor retirarnos y buscar algún lugar más tranquilo. Curiosamente la calma buscada la fuimos a encontrar en un cabaret de tercera. El lugar era my pequeño con la clásica iluminación diluida a fin de ocultar los rostros y las figuras ya desvencijadas de las otoñales “samaritanas del amor”, realmente el escenario no nos importó mucho, esto debido a que nuestro objetivo primario era simplemente tomarnos unas cervezas. Como casi siempre regresamos una vez que habíamos agotado las provisiones económicas de ese día.
La lluvia y el viento no habían escampado ni un momento, por lo que el puerto se encontraba cerrado por tiempo indeterminado, esta situación complicaba mucho la situación, ya que por un lado todos teníamos urgencia por iniciar la anhelada aventura, pero peor aún, casi nadie llevaba recursos suficientes para poder pagar hotel durante varios días. Finalmente y después de casi una semana el clima permitió la apertura del puerto. A bordo del estrecho barco mi emoción duró realmente poco. La noche anterior habíamos sido invitados a una fiesta en casa del capitán, organizada por el “placer de ser”, realmente no recuerdo cuantas cervezas bebí, pero sin duda había sido más de las que jamás había tomado antes, así que pronto los efectos de la cruda combinados con el balanceo del barco me hicieron desear no estar ahí. Mi estado fue detectado por el cocinero del barco quien paternalmente me informó que me prepararía un “vuelve a la vida”. Realmente me encontraba hambriento, así que tarde se me hacía para devorar la deliciosa combinación de marisco que imaginé. Mi sorpresa fue mayúscula cuando me fue ofrecido un plato “hondo” lleno de una revoltura de sopas de pasta de diversos tipos, trozos de verduras sin forma que se desbarataban al menor movimiento debido al sobre cocimiento y que tomaban un aspecto de papilla de bebe nada apetitosa, por si esto fuera poco, el plato se encontraba coronado por los dos trozos de carne de res más asquerosos que había vistos jamás (o al menos esa fue la impresión me dieron en ese momento), ya que se trataba de realmente tendones y “gordos”. En el momento que vi el plato supe que la tan esperada aventura no iba ser fácil. Con una sonrisa y un gesto de agradecimiento salí del “comedor-cocina” con la excusa de que prefería comer afuera, la realidad es que me urgía arrojar por la borda mi “delicateses”. Los días siguientes para mí desgracia la comida continuó siendo exactamente la misma, por lo que el mar continuó siendo el depositario de mis alimentos, sin embargo, era claro que podría resistir muy poco en esta situación. Días después, conseguí que el cocinero hirviera un poco de camarón, dieta que complementé con cualquier tipo de almeja o caracol que salía en cada “arrastre” y que ávidamente devoraba al más puro estilo de Bear Grylls.
Después de tres días en el barco la monotonía empezó a hacer mella en mi ánimo, tanto que la posibilidad de ver delfines salvajes, mar abierto, gaviotas, así como toda clase de fauna bentónica sacada a fuerza de red de arrastre se veía ensombrecida debido a la falta de alimentos decentes, lugar donde dormir, una infestación de cucarachas que acababan día con día trepando por nuestros cuerpos y las perenes gaviotas del mástil que acababan cagando nuestros rostros, a eso había que agregar la falta de baño, si¡¡ la falta de baño, las necesidades había que hacerlas por la borda¡¡¡.
Una tarde después de haber leído al menos 3 libros vaqueros y dos especiales de chafiretes tomados de la “biblioteca” del barco, me percaté que inusualmente el barco apenas se movía, así que dirigí a la “popa” para echar una mirada, el paisaje era por demás extraño, el mar se encontraba tan calmado que parecía un inmenso espejo azul, una sensación de soledad me invadió de inmediato y me sentí realmente abandonado en ese enorme desierto azulado, en ese momento, mis pensamientos fueron distraídos por un par de miradas, se trataba de un delfín hembra y su cría que me observaban curiosos mostrando sus respectivos vientres. El tiempo se detuvo por instante y dos mundos se unieron, fue un momento maravilloso y que marcó mi vida para siempre.
Esa misma noche y actuando a la inversa del dicho popular “después de la tormenta viene la calma” el mar empezó agitarse como nunca y una lluvia torrencial nos sorprendió en medio de un arrastre. La cara del capitán me permitió percatarme de la gravedad de la situación. El capitán detuvo la marcha del barco y ordenó al “winchero” subir las redes, desafortunadamente las poleas se atascaron en el algún punto, lo que junto con la marejada empezó a poner en riesgo la estabilidad de la nave. José, el “winchero” decidió trepar por una de las “plumas” para intentar desatorar los cables de acero manualmente, la situación se tornó realmente tensa cuando el meneo del barco hacía que José desapareciera bajo las olas por unos instantes que parecían una eternidad. La operación fue abortada y el capitán decidió forzar el “winche” a riesgo de que los cables de acero reventaran, situación por demás peligrosa y responsable de muertes y mutilaciones entre la población de marinos. La cara de preocupación se reflejaba en todos los tripulantes, mientras yo observaba con cierta indiferencia desde la balsa salvavidas sobre que la reposaba en medio de cubierta y que había sido mi cama los últimos13 días.
Finalmente los cables cedieron y el tema de las redes quedó resuelto, acto seguido el capitán ordenó el lance del ancla y nos indicó tratar de mantenernos en lugar seguro. Yo decidí quedarme tumbado en la balsa aferrándome a las cuerdas que la inmovilizaban a cubierta. La lluvia azotaba mi rostro dándome una sensación frescura que había olvidado los últimos días, el balanceo del barco era tal que el agua de mar inundaba la cubierta para finalmente salir a través de las rejas ubicadas en los linderos de la nave. Es curioso pero debido probablemente a la depresión de la que ya había sido presa días antes, no sólo no sentí miedo, si no que empecé a desear que el barco se hundiera y con ello todo acabara de una vez.
Después de una travesía de 23 días y 10 kilos menos, sólo pensaba en bajar de ahí, sin embargo, el capitán no tenía la menor intención de regresar a tierra dado que hasta ahora las pesca no había sido favorable y el barco aún contaba con diesel para un par de semanas más, mismas que yo quería evitar a toda costa. Recordé que en días pasados, siempre por la noche se había presentado unos tipos en una lancha de motor de unos 4 o 5 metros de eslora, estos personajes denominados “guateros” se dedicaban al tráfico de camarón y a quienes los tripulantes de las embarcaciones camaroneras les vendían directamente parte de la carga a un mejor precio que el que les pagaba la propia cooperativa.
Esa tarde estuve platicando con mi compañera de aventura “la Peñu” con quien los marineros juraban tenía yo una aventura, ya que no podían entender cómo es que había decidió viajar conmigo y no con su novio, Memo, también conocido como ”el chico che”. A partir de esta circunstancia tuvimos que soportar una serie de bromas en torno al tema, incluso a mi me apodaron “el mapache” que es un sinónimo local de “sancho”. Le manifesté a Peñu mi intención de que intentáramos bajar del barco con auxilio de los guateros, a lo que ella apresuradamente accedió.
Mis sueños fueron interrumpidos por una enfermera rechoncha quien me informó que iba a ser preparado para cirugía. La preparación en cuestión, consistía básicamente en dejarme en ayunas, vendarme los pies y cabeza, sacarme una muestra de sangre y ponerme suero, conocía los pasos porque desde mi ingreso al hospital hacia ya al menos 20 días el ritual había sido repetido por lo menos en 7 ocasiones y finalmente la cirugía se postergaba debido a falta de quirófano, así que una vez más me lamenté internamente de los “piquetes” de aguja por demás innecesarios y dolorosos. Finalmente en esta ocasión hubo éxito y la cirugía fue realizada. Un dolor insoportable me despertó y no pude evitar sollozar. Un rato después una inyección de un derivado de morfina me fue indicada y por unas horas perdí el conocimiento y puede descansar un poco
El mundo había cambiado para mi“...El que no fui se fue como si nada. Ya nunca volverá, ya es imposible. El que se va no vuelve aunque regrese."3. Transcurría el 24 de diciembre de 1999 cuando finalmente me fue comunicada la orden de “alta” , misma que recibí con entusiasmo y con la seguridad de que mis planes y mi vida podrían continuar de manera normal una vez superado este “bache”, rápidamente comuniqué a mis padres, novia y amigos mi intención de acabar mi rehabilitación en Oaxaca. En mi mente (e ignorancia) asumí que una vez que retiraran los yesos, mis brazos serían los mismos, quizás un poco más débiles, pero nada que un poco de natación en el mar no pudiera arreglar. Por desgracia pronto me di cuenta de manera brutal que las cosas iban a ser bastante más difíciles de lo que las imaginé. De inició me percaté que la mano derecha la tenia realmente atrofiada, derivado de una grave factura en los carpos y que no había sido detectada, ni atendida por lo que los huesos cicatrizaron fuera de lugar dejándome la mano prácticamente inutilizable, a eso hubo que agregarle la necesidad de nuevas cirugías en el brazo derecho, donde la gravedad de las lesiones había complicado de más mi recuperación.
Ante este escenario insospechado e imprevisto, mi vida se vino abajo, una profunda depresión me fue invadiendo sin darme cuenta y el alcohol me hizo su presa, así que a partir de ahí, me entregué a la vagancia, entre otras cosas terminé con mi novia de siempre (nunca entendí porque, creo que ella tampoco). Todas las noches nos reuníamos en casa del “Charlie”, un homosexual bastante sólo y depresivo, con quien nos dedicábamos a jugar barajas, domino y a “echar” trago.
Las veladas por supuesto casi siempre terminaban en excesos y situaciones lastimosas, ya sea que nos peleábamos con alguien, entre nosotros, llorábamos, pocas veces recuerdo porque, lo cierto es que pretextos no nos faltaban, la mayoría de los asistentes a esas reuniones teníamos la autoestima bastante baja y así fui perdiendo el respeto de todas las personas de mi alrededor y con ello la poca dignidad que me quedaba. Así pasó al menos un año.
“la vida se va en un trago y yo no me canso de “chupar” 4.
En mi desesperación y quizás en la búsqueda de rehacer mi vida, volví a buscar a Ana a quien por cierto nunca deje de extrañar, lamentablemente las cosas habían cambiado y ella ya no era la misma, hacia su vida con normalidad, tenía nuevos amigos y yo ya no tenía un lugar su lado. Esta situación acabo de complicar aún más mi vida.
“Siempre que el sol se pone mi soledad teje un capullo donde agoniza mi alma, llamándole . . . . ” 5
En un intento por rescatarme de mi propia vida, mi padre me consiguió un trabajo en su oficina, así que a pesar de tener una licenciatura, de un día para otro me gradué como todo un flamante capturista del área de inventarios donde estuve cerca de un año rodeado de burócratas sin aspiraciones y a los que poco o nada se les podía aprender. La ventaja de tener un pequeño ingreso me permitió pasar de las banquetas a los bares, al final el alcohol seguía siendo una de mis “salidas”. Cualquiera que haya padecido alguna adicción sabe lo difícil que es. La búsqueda de una realidad perturbada que acaba por sumergirlo más en la misma mierda de la que se pretende huir.
“Quien dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón”.
Durante este tiempo no tenía otra cosa de que agarrarme más que de mis recuerdos, los cuales resguardaba con orgullo y a los cuales daba un altísimo valor en la creencia de que eso me permitía conservar algo de mi casi extinto espíritu.
Aún ante estas circunstancias conseguí volver con Ana“debajo de ese vestido esta el edén prometido hazme caso a lo que digo y pa’ pronto dije si”7, así que de un día para otro todo parecía volver a tomar su rumbo. Una vez más me equivoqué, el tiempo sin vernos nos había cambiado y las dudas y los reproches invadieron nuestro espacio, eso no impidió que Ana resultara embarazada, así que en medio de esa vorágine de sentimientos confusos y encontrados decidimos casarnos, ante la renuencia de propios y extraños (incluida la propia Ana). Por supuesto los primeros apoyos vinieron de las familias. Mi padre al enterarse de mis planes, haciendo uso de su gran elocuencia (estoy ironizando) se limitó a decirme ¿y que vas a hacer? ¿tú crees que es tan fácil?, esas fueron las únicas y últimas palabras que hablamos del tema.
Por su lado la mamá de Ana, nos brindó su apoyo, algunos muebles nos fueron concedidos en “comodato”, esto por supuesto con la aclaración anticipada de que no se trataba de que su hija se fuera a vivir en la mediocridad. Además también se aseguró de hacerme saber que durante el tiempo que nos habíamos separado una buena cantidad de buenos pretendientes habían rondado a Ana, a los cuales por supuesto consideraba mejores que a mí. Estaba claro que mi vida e imagen valían “tres pesos”.
Pese a los evidentes inconvenientes la ceremonia de matrimonio por lo civil fue celebrada en la casa los padres de Ana. A la fecha recuerdo divertido el momento en que Juan Carlos se burló de mi diciendo: chale Juan ¡¡ ¿y eso de los bienes separados porque? ¿Cuáles bienes separados? pregunté, ¿a poco no te diste cuenta?, si lo mencionó el juez con claridad¡¡ ¿Qué, tienes miedo de que te bajen tu "lira", "tu bika" y tu "gabardina"? refiriéndose a guitarra, bicicleta y grabadora respectivamente. Reímos por un buen rato la ocurrencia.
Pasaron los meses y finalmente la cigüeña arribó a nuestro hogar, sin embargo, las diferencias no pararon de agravarse y un buen día simplemente me topé con una habitación vacía y ventilada.
Lo peor del amor cuando termina son las habitaciones ventiladas
El puré de reproches con sardinas
Las golondrinas muertas de la almohada
Lo malo del después son los despojos que escayolan el humo de los sueños
Los teléfonos que hablan con los ojos
El sístole sin diástole ni dueño
Lo peor de todo es regresar a casa para ahogar la locura en vanidades
Condenar a la hoguera los archivos
Lo atroz de la pasión es cuando pasa
Cuando al punto final de los finales no le siguen dos puntos suspensivos 8
La vida sigue su curso inexorablemente y se supone que evoluciona, la verdad la mía no cambió mucho, tenía un trabajo de profesionista de poca monta, cómodo respecto a horarios y obligaciones. Vivía en un cuarto que rentaba a “Don Marco” un viejo bastante frustrado y raro en muchos sentidos, pero muy bien intencionado y siempre dispuesto a dar consejos que el mismo nunca pudo seguir. Don Marco se había autoexiliado de las actividades laborales desde muy joven y se mantenía de la renta de las tres habitaciones de su casa. – guarda siempre el 10% de cualquiera de tus ingresos y no tendrán problemas económicos – sentenciaba a la menor provocación y todo parecía indicar que esta práctica le funcionaba más que bien.
Durante ese tiempo mi vida se volvió bastante rutinaria y descolorida, salía muy temprano de la casa para llegar hasta las oficinas de la entonces Dirección de Hidrología y Suelo, donde además había logrado conseguir trabajar tiempo extra, por lo que mi jornada se extendía por al menos 12 horas o más al día. Todas las noches regresaba por metro hasta la estación CU, donde después de comprar una “guajolota” tomaba un camión con rumbo a la CTM Culhuacan. Para llegar a “casa” tenía yo que caminar un par de kilómetros al costado de un canal. Para mi fortuna, mi camino usualmente era acompañado por una “banda” de perros cuyo líder era un bóxer mal encarado que ejercía su papel de guardaespaldas con seriedad.
En ese periodo de mi vida me sentía tan extraviado y confundido que me resultaba imposible reencontrar mi rumbo, en realidad quizás no lo quería encontrar. “Mi peor día del mundo no fue el que tú me dabas, el día peor e inmundo fue el día que no importaba”.9 En medio del caos fui sometido a una docena de cirugías adicionales con la intención de dejar funcionales mis maltrechos brazos. Recuerdo que Don Marco se sorprendía y comentaba divertido “mira tú, parece que vas de vacaciones¡¡” cuando le informaba que me iba ausentar unos días de la casa debido a una cirugía, entonces cogía mi mochila y me dirigía al Hospital de Xoco, así nomás.
Las experiencias generadas en mis incursiones a Xoco tenían cualquier cantidad de matices e iban de situaciones divertidas hasta devastadoras. Recuerdo que en aquellas ocasiones mi conocimiento de las instalaciones me permitía moverme con libertad dentro del lugar, por lo que una de mis diversiones era burlar la seguridad judicial para salir a comprar una torta o bien ir a fumar. Por las tardes usualmente éramos visitados por alcohólicos que nos contaban sus tragedias con el propósito de generar conciencia respecto a los excesos.
Cuando la tarde caía, llegaba el momento de la cena, así que los que podíamos movernos (realmente pocos) participábamos con entusiasmo en la repartición de las cenas y el pan de dulce lo que nos permitía tomar alguna pieza adicional de pan, la cual en un ambiente de austeridad era un verdadero manjar.
Una de las historias que más recuerdo, es cuando hasta nuestra sala llegó un joven con ambas piernas destrozadas, las astillas de hueso asomaban por las heridas abiertas y resecas de sus pies y pantorrillas. Daniel, como era su nombre, me contó que había sufrido un accidente cuando decidió desertar del ejército abordando de polizón un tren, cargado con la ilusión de iniciar una nueva vida, lamentablemente no contaba con que sus piernas acabaran atrapadas entre dos vagones cuando el tren hizo una parada en algún lugar de Veracruz. Al día siguiente de su llegada fue bajado a quirófano donde le amputaron ambas piernas hasta cerca de las rodillas. La situación era en verdad lamentable y conmovedora. Recuerdo que la madre de Daniel se presentó un día para visitar a su hijo, después de cruzar algunas palabras y comprobar el estado inválido de Daniel, se retiró para nunca más volver.
Historias fueron y vinieron casi todas trágicas y con destinos inciertos, es increíble darse cuenta que existen estos “otros mundos” terribles y de los que la mayoría de la gente no entera o pretende no verlos, pero que están ahí, como para recordarnos que no siempre la vida es justa y que cualquier acto trae consigo una consecuencia en ocasiones funesta.
Hector era un tipo simpático y rechoncho que se dedicaba a la “santería” una práctica pagana proveniente de Cuba y cuyos orígenes se pierden en la historia de los esclavos traídos a América por los Europeos. Al principio, mi contacto con ese ambiente fue a través del trago, sin embargo, eventualmente pude estar presente en algunas de las ceremonias: lectura de cocos y caracoles, puesta de collares, entrega de Elewa, etc. Recuerdo que era común que Héctor una vez que había ingerido alguna cantidad razonable de tragos era “montado por el muerto” que según dicho de los asistentes era un estado común de los santeros experimentados y que no podían evitar. Lo cierto es que esta situación siempre traía emoción a nuestras veladas, amén de circunstancias no siempre del todo explicables. Por supuesto, este entorno mágico me sedujo y consideré que era muy probable que a través de la santería resolviera mis problemas, así que sin más solicité a Héctor una lectura de caracoles. Tuve que esperar varios días, antes que Héctor se diera el tiempo para realizar la ceremonia de cuyo resultado estaba seguro iba a emanar la “receta” para el arreglo de rodos mis males. La tarde se encontraba despejada y yo me sentía emocionado por la inminente celebración de la ansiada lectura. Héctor impecablemente vestido de blanco tomó su posición en la mesa ceremoniosamente. De un pequeño bolso de piel suave y fina extrajo una bolsa de tela aún más pequeña que contenía una cantidad indeterminada de caracoles marinos, después de realizar algunas oraciones y darme algunas pequeñas instrucciones, colocó una pequeña manta sobre la mesa y arrojó los caracoles sobre de ella, rápidamente los interpretó, los volvió a levantar y los arrojó en varias ocasiones siempre siguiendo el mismo procedimiento. Mientras tanto yo miraba con expectación su rostro en búsqueda de alguna señal. Una vez concluido el ritual inició el “diagnóstico”, debería tener cuidado con los pies, no andar descalzo, debería cuidar también de mi estomago ya que de no hacerlo podía tener serios problemas de salud, me indicó que este mensaje me era enviado por Yemaya la diosa del mar, esta mención me conmovió profundamente, siempre había amado el mar, así que su sola mención me hizo confirmar que todo lo ahí acontecido era tangible y real. Después de indicarme algunas otras cosas de corte general, Héctor procedió a indicarme que podía hacer preguntas a Yemaya, por supuesto que quería ¡¡, así que cuestioné que podía hacer para resolver mis problemas, Hector repitió la ceremonia de arrojar los caracoles una nueva serie y entonces procedió a darme su contundente mensaje – dice Yemaya que tu eres su hijo, que te quiere mucho y que está profundamente triste por ti, que no existe nada raro en tu vida y que todos tus problemas han sido generados exclusivamente por ti y tu eres el único que podrás ponerles solución – El mensaje realmente me confundió y claramente no era lo que yo esperaba, de golpe alguien me decía que yo era el culpable de todo, cuando en realidad yo buscaba culpar alguien y resolver mi vida a través de algún secreto sortilegio.
“Abracadabra, curandera mi palabra, todo mal pone bien, sana del odio y vacuna también. Abracadabra, siga la pata en su cabra, girasol, alhelí, la mariposa besó al colibrí”.10
Los días siguientes transcurrieron lentamente y mi mente trataba de organizar inútilmente mis ideas. Era claro para mí que tenía que hacer algo para salir de ese atolladero en el que llevaba ya un par de años. Así que envestido por mi orgullo y una testarudez que nunca perdí empecé la reconstrucción de mi vida. Ese sólo pensamiento me permitió cambiar mi actitud ante la vida y con ello empezar a reconquistar el respeto de algunas personas, enfoqué mayores y mejores energías al desarrollo de mi trabajo así que más pronto que tarde logré ubicarme en otro empleo con un mejor salario, esta situación contribuyó en mucho a mejorar mi autoestima. Ese mismo año y con el apoyo de un mejor salario logré hacerme de un “vochito” modelo 1982, en el cual mis trayectos hasta el Estado de México se hicieron bastante más confortables, eso sin mencionar que los fines de semana pasaba por Juan (mi hijo mayor) que por entonces tendría un par de años y que disfrutaba de largos ratos al volante del coche fingiendo que manejaba, mientras yo usualmente lavaba y enceraba mi preciada posesión a ritmo de música de Miguel Ríos y Kerigma, créanme cuando afirmo que la pasábamos realmente bien¡¡¡
A partir de esta época las cosas fueron mejorando de forma progresiva y constante, así que en poco menos de dos años me fue asignada la titularidad de la flamante Dirección de Prevención y Control de la Contaminación del Agua, no recordaba una alegría tan grande en mi vida, finalmente un logro digno del reconocimiento hasta de mis peores detractores. Casi de manera inmediata vino a mi mente Ana, al parecer la vida nos daba otra oportunidad. Esa misma semana le informé personalmente a Ana mi nueva posición, ella me miró con tristeza y guardó silencio, en ese momento no supe porque (después me enteré que tuvo miedo de que en esa nueva circunstancia, yo buscara rehacer mi vida con otra persona), así que simplemente procedí a entregarle el anillo de compromiso que alguna vez le regalé y que ella me había devuelto hacia tiempo como gesto de nuestra ruptura, creo que con algo de asombro y duda tomó el anillo en sus manos. Ambos sabíamos que finalmente nos volvíamos a encontrar.
“Buscaba pero no sabía qué y tropecé mil veces con la misma piedra, cuando por fin corrí a tocar tu puerta estaba abierta . . “. 11
Por alguna razón que no entendí, al menos hasta hace poco, las experiencias que implicaban algún grado de peligro, me atraían desde el accidente, era como una especie de reto, de reafirmación de no sé que, este gusto se exacerbaba cuando los recuerdos llegaban a mi mente. Recuerdo que en una ocasión estando en Acapulco fui invitado a bucear en una expedición para profesionales según había mencionado el propio instructor. Ante la pregunta de si yo tenía experiencia simplemente afirme que sí, que de hecho en ese momento no llevaba conmigo mi acreditación pero que incluso había estudiado buceo (todo esto último mentira). Consciente de los riesgos me encaminé hacia la orilla del mar y abordé la lancha que nos transportaría al punto de descenso.
El sol era calcinante, sin embargo, esa situación no menguaba en lo más mínimo mi espíritu. Me sentí afortunado, las cosas no podían ir mejor, me sentía pleno. Sin titubeos me lancé a la aventura. Al principio los nervios me invadieron, el mar era turbulento y con poca visibilidad, no obstante, una vez que logré controlar la presión del agua que aplastaba mis oídos y frente, me dejé llevar. La sensación era indescriptible, me sentía volar, los peces a mí alrededor tomaban dimensiones y formas fantasmales desfigurados por la reflexión de la escasa luz. Durante un instante olvidé respirar, embriagado por el paisaje, la sensación de libertad era abrumadora y por un instante desee que el tiempo se detuviera.
En adición a esa proclividad por el riesgo innecesario, calculado pero innecesario, surgieron en mi algunas otras manifestaciones de conductas las cuales atribuí simplemente y llanamente a mi personalidad.
Hoy y después de más de veinte años de llevar una carga emocional muy pesada a cuestas y gracias a la decisión de hablar con un profesional del tema (gracias querida Carmen), me enteré que existe una condición denominada trastorno de estrés postraumático (TEPT), las perturbaciones psicotraumáticas siempre son poco más poco menos las mismas. La persona afectada se vuelve ansiosa, irritable, revive las imágenes del evento y ante el menor acontecimiento que le recuerde el trauma, siente el mismo sufrimiento 12.
Los síntomas del trastorno de estrés postraumático se clasifican en tres categorías principales:
1. "Reviviscencia" repetitiva del evento, lo cual perturba las actividades diarias
• Episodios de reviviscencias, en donde el evento parece estar sucediendo de nuevo una y otra vez
• Recuerdos reiterativos y angustiantes de la situación
• Sueños repetitivos con la situación
• Reacciones físicas a situaciones que le recuerdan el evento traumático
2. Evasión
"Insensibilidad" emocional o sentimiento de que a usted nada le importa
• Sentimientos de despreocupación e indiferencia
• Incapacidad para recordar aspectos importantes del trauma
• Falta de interés en las actividades normales
• Aislamiento de las personas, lugares u objetos que hacen recordar el evento
• Sensación de un futuro incierto
3. Excitación
• Dificultad para concentrarse
• Respuesta exagerada a las cosas que causan sobresalto
• Conciencia excesiva (hipervigilancia)
• Irritabilidad o ataques de ira
• Dificultad para dormir 13
Además es posible que uno experimente sentimientos de culpa acerca del evento (incluyendo "culpa del sobreviviente").
Esta condición que puede mantenerse por incluso años, puede venir acompañada por una capacidad para superar traumas y heridas que permite a las personas no quedar encadenadas a los traumas toda la vida, sino que cuentan con un antídoto: la resiliencia. No es una receta de felicidad, sino una actitud vital positiva que estimula a reparar daños sufridos, convirtiéndolos en ventajas.
“No está claro todavía entre los investigadores, cuáles son exactamente las cualidades por las que, personas en situaciones verdaderamente sin esperanza alguna como las relacionadas con historias de cáncer, muerte de seres queridos, la quiebra de empresas, el quedarse desempleado abruptamente, o sin pareja, o con historias de hijos de padres alcohólicos, o drogadictos, sobreviven y salen adelante como resultado de una particular capacidad para sobrevivir (resilience), sin que estas situaciones las ahoguen y las arrastren hasta el fondo. El termino resiliencia viene de la palabra en ingles resilience que no tiene una traducción exacta en español, pero que significa capacidad de rebote (bouncing back, pararse otra vez), una cualidad muy particular para resistir que evidencian los seres humanos sobrevivientes de crisis severas”.
Las tres cualidades medulares de la resiliencia son:
1) Una fría comprensión y aceptación de la realidad; 2) Una profunda creencia en que la vida sí tiene significado, apalancada en valores muy sólidos; y 3) Una extraña y misteriosa habilidad para improvisar, para "inventarse una" en medio de la adversidad.
1) Comprendiendo la realidad. Las investigaciones evidencian que los sobrevivientes de la adversidad (las personas con resiliencia), tienen una comprensión de la realidad lapidaria y con los pies muy puestos sobre la tierra, más allá de ilusiones justificadoras, de lo poco que le guste esa realidad y de lo aterradora que ésta sea.
Es indispensable una fría comprensión de la devastadora realidad. A veces, la gente con menor resiliencia, llama pesimismo a esta manera de enfrentar situaciones de extraordinaria desventura. Como enfrentar la realidad es normalmente muy desagradable y emocionalmente devastador, solo la resiliencia protege a las personas de tales efectos.
2) La búsqueda de significado. A la habilidad para ver las situaciones con mucho realismo, le sigue la particular habilidad para construir y darle sentido a los momentos terribles.
Todos conocemos personas que ante situaciones devastadoras lo primero que hacen es llevarse las manos a la cabeza y gritar, o llorar desesperadamente diciendo, ¿cómo puede estar pasándome esto a mí? . Este tipo de personas se ven a sí mismas como víctimas y viven esas experiencias demoledoras con la certeza de que no aportan ningún aprendizaje ni significado a sus vidas. Las personas con resiliencia, identifican y elaboran construcciones subjetivas significativas del sufrimiento, a partir de las cuales crean sentido de vida para ellos y para los demás. Las investigaciones evidencian que, las personas con resiliencia, en vez de preguntarse "¿por qué yo, por qué me está pasando esto a mí?" , se preguntan "¿por qué no?" . Al hacerse esta pregunta, comienzan a plantearse objetivos pequeños y específicos de todos los días, que les alumbran el camino con la misma certeza de que el sol estará allí mañana otra vez, a pesar de la adversidad inclemente. Esta construcción de significado todos los días es la mejor conexión con el futuro, porque hace manejable el presente, removiendo la sensación de que ese presente es gigantescamente agobiante y desesperanzador. El reto con el significado situacional es que se diluye con facilidad, la adversidad lo hace desaparecer rápido, y no porque uno lo haya encontrado una vez, el significado se va a mantener o uno lo va a encontrar de nuevo con facilidad, una vez haya desaparecido. Las personas resilientes conocen esta amenaza muy bien. Y saberlo se convierte en una cualidad para sobrevivir: ¡nunca lo olvidan!. Las personas que mejor y más rápido construyen significado en la desventura, evidencian tener un sistema de valores muy arraigados. Los valores personales son vitales, porque son caminos para interpretar y darle forma a los eventos en un entorno de desesperanza e infortunio.
3) La habilidad para "inventarse una" . Improvisar en medio de la desventura y el infortunio con lo que se "tenga a la mano" , es la tercera cualidad de la resiliencia. Se trata de cierto tipo de creatividad e inventiva, aparentemente loca e ilógica, que permite improvisar soluciones sin contar con las herramientas y recursos apropiados. Las personas resilientes sacan lo máximo de lo que no tienen, le inventan usos nada comunes a los objetos a su alcance.15
Al final y como ya se habrán percatado quienes se hayan tomado la molestia de dar lectura a este documento, se trata simplemente de un sencillo intento de catarsis “Ya sea que nos atormenten o que nos tranquilicen, ¿podríamos vivir sin historias?”
“Un espantapájaros, un espectro, se esfuerza por no pensar porque es demasiado doloroso construir un mundo intimo plagado de representaciones atroces. Cuando uno tiene un trozo de madera en lugar de corazón y paja bajo el sombrero, sufre menos. Pero basta que ese espantapájaros encuentre a un hombre que le insufle un alma para que el dolor de vivir vuelva a tentarlo.”16
1 Bruner, J., Pourqui nous racontons-nous des histories?, París, Retz, 2002, p. 17.
2 Cyrulnik B., Autobiografía de un espantapájaros. Gedisa editorial, 2009, p.28.
3 José Emilio Pacheco. Aquel otro. Nexos en Línea, México, 2010.
4 Laud Ramirez. Canto rodado. Álbum Navegando Asfalto.
5 Armando Rosas. Me gusta su sonrisa. Álbum La balada del pez.
6 Fito Páez Yo vengo a ofrecer mi corazón. Álbum Ellas cantan así.
7 Lazcano Malo. Tardes de domingo. Álbum El último niño héroe,
8 Abel Velásquez “El Mago”. Aguanta Corazón. Álbum Aguanta Corazón (Verso de Joaquin Sabina)
9 Síntesis y Silvio Rodriguez. El día que no importaba. Álbum El hombre extraño
10 Silvio Rodriguez. Abracadabra. Álbum Silvio.
11 Miguel Inzunza. Cien veces. Álbum Que nadie se entere.
12 Cyrulnik B., Autobiografía de un espantapájaros. Gedisa editorial, 2009, p.22.
13 http://www.nlm.nih.gov/medlineplus/spanish/copyright.html
14 Cyrulnik B., Autobiografía de un espantapájaros. Gedisa editorial, 2009.
15 http://evolucion.obolog.com/resiliente-43771
16Cyrulnik B., Autobiografía de un espantapájaros. Gedisa editorial, 2009. |