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La mujer goza con el amor.
No como tú;
tal vez como nadie…
Como una mujer.
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Sentado al borde de la cama, desnudo hasta la cintura, se calza los zapatos. Cruza las piernas y apoya sobre ambos lados las manos enguantadas. Sería bueno comer algo. Levanta los prismáticos. Enfoca la puerta que da a la terraza. Ninguna novedad. Acaricia el caño de la escopeta, una Rémington 870 con mira telescópica. Desearía darse un baño antes de comer. Un par de hamburguesas, vaya. Observa con atención la foto del objetivo, una hermosa veinteañera. Su Carmen es muy parecida a ella. Es tiempo que le dé un nieto. Los muchachos hoy día le dan largas al asunto. Las luces de neón entran por la ventana pintando las paredes de rojo, azul, verde, rojo, azul, verde… Una cómoda, un armario, una colcha sucia y el cenicero repleto de colillas. Prende un nuevo cigarrillo. Dos bocanadas y lo aplasta en el piso. Apaga la veladora. No debe inquietarse. No debe dejarse ganar por la impaciencia. Un profesional es un campeón en perfecto entrenamiento. Mira el reloj. Mary tendría que ser más lista. Una hija es una hija y no una flor que se marchita. Se prende la luz interior del apartamento del objetivo. Información confirmada. A esa hora saca al viejo a tomar el fresco. Con un ágil movimiento se coloca los sujetadores del pantalón sobre los hombros. Carmen regresa tarde en la noche y no adopta precauciones. Eso es peligroso en estos tiempos. Se le dice hasta el cansancio que tome un taxi. No le interesa escuchar consejos. Adopta decisiones temerarias con naturalidad. Ella es así, libre y desafiante. Salió a la madre. Levanta la escopeta. Con lentitud la apoya en el hombro derecho. Ajusta con precaución las coordenadas de la mira. Gira levemente la cintura. La chica vive con su padre parapléjico, permanentemente custodiada. Buen chico Pablo, jaranero pero responsable. Un poco indeciso para su gusto y conservador a la hora de opinar. Come demasiado. La madre lo domina. Vieja bruja. Con ese pelo de alambre. Ambos trabajan, son jóvenes. ¿A qué esperar? El objetivo asoma la espalda. Se desplaza unos pasos tomada de la silla. La endereza. El desgraciado es un hombre mayor, pelo ralo y blanquecino. Probablemente la chica acostumbra disfrutar del primer soplo de la noche. Dos gorilas, ubicados en ambos extremos del gran balcón siguen sus movimientos con estolidez. La luna pálida parece una enorme hostia. Acomoda el guiñapo, le seca la baba. Se acerca a la amplia balaustrada. Apoya ambos brazos. Reposa el mentón en el hueco de las manos. Contempla absorta el continuo movimiento de la calle, varios metros a sus pies. Hay recambio de espectros. Uno de los gorilas se le acerca y le habla. Ella lo despide con enfado. Por los gastos del casamiento no hay drama. Y tal vez el viaje de bodas. Mirando bien están perdiendo el tiempo. El índice rodea el gatillo. Vaya par de gandules…


La mujer se acuclilla a su lado. Le sonríe en forma cálida y natural. Él permanece con la mirada clavada en un punto preciso de la pared. Algo había sucedido. Algo grave. Ahora debes descansar y sacar de tu pensamiento esa idea atroz. Me tienes de tu lado como siempre. No puedo descansar, he perdido la necesidad de dormir. Sé que algo ha pasado, algo muy preocupante. Como siempre. Algo espantoso. No te molestes pero debo quedarme solo para poner orden en mis ideas. Pronto despertaré de esta pesadilla. Ese es mi consuelo, vivo un sueño de espanto. Eso, un sueño de espanto. Está bien pero no mi iré más allá de la cocina. No quiero comer, quiero estar solo. Como tu quieras pero de aquí no me iré. He peleado con las autoridades y con el médico que te atendió para que no te llevaran… puedes volver a intentarlo. Es eso, claro. Un intento funesto. Pero un intento tiene alguna razón de ser. Alguna vez tiene que dejar de ser un intento, digo. Bueno. Ahora o después. No puedo pensar. Otra vez las campanadas. No puedo. Mi resistencia se ha quebrado. Nos mudaremos lejos de aquí, al campo. Es inútil, hay muchas iglesias que hacen sonar sus campanas. Es inútil. Ten confianza en mí, saldrás de esto con el tratamiento adecuado. Sólo saldré si me despierto y acabo con esta pesadilla. A lo mejor dentro de un rato me quitan el cerebro y me convierto en una planta. Sólo así. Eso estaría bueno: Una planta de jardín. ¡Bah¡ déjate de tonterías y trata de cerrar los ojos. No quiero ni puedo, y vete ya de aquí que me molestas puta de mierda, qué tu crees que me importa vivir. Déjame morir, mierda de puta. Si quieres hacer algo por mi… despiértame. Ahora mismo siento los campanazos que me llaman. Es imposible, no hay tales campanazos. Yo los escucho acá adentro y me llaman desde la punta de ese bloque de apartamentos, mierda de puta. Vete y no te interpongas. No me tomes de la cintura,¡¡ Déjame ¡¡ Te daré un puñetazo si no te apartas…¡¡Puta¡¡


El enfermo yace sobre la cama del hospital con la piel mustia pegada a los huesos. Desde el fondo de las cuencas violáceas, los ojos de cristal opaco miran el techo húmedo y resquebrajado.
Una señora entrada en años, muy fatigada, se aplica a sostenerle el brazo en el que le han clavado una aguja que lo alimenta precariamente y por la cual le introducen la inútil medicación. Tiene poco tiempo. La muerte es inminente. Sabes Florencia que me quisiera confesar antes de morir. ¿Confesarte tú?... ateo toda tu vida. Me sorprendes…En realidad me quiero confesar contigo. Pero yo no soy cura. No me vengas con eso de los curas y las malditas sotanas. Me quiero sincerar contigo. Bueno, como tu quieras, pero ten a bien ocultarme lo que debí saber a su debido tiempo. Eso es imposible pues las cosas de las que me quiero arrepentir te involucran directamente y bien sabes que siempre fui un cobarde. La mujer cambia su mano acalambrada por la otra. El enfermo trata de liberarse constantemente del suplicio. Lleva varios días así. En la cama de al lado un enfermo joven, sin pelo, de piel blanquísima y apergaminada parece delirar. Levanta enérgicamente los bracitos, finos como la pata de una silla y vuelve los iris hacia atrás. Sus pies sobresalen de la sábana como dos conejos de hojalata. Florencia… quiero decirte que siempre pensé que serías la que me cerraría los ojos. No digas esas cosas pues eso también es pecado y habría que agregarlo a la larga lista que supongo deseas confiarme. Florencia tú estás ahora donde debes estar, como sólo una mujer está y sin embargo…Sin embargo ¿qué? …Nunca te amé ¿sabes? En realidad sólo amé a una mujer que ocupó mi pensamiento desde el día que la conocí. Me abandonó por ciertos motivos…Oye, oye: ¿Qué estupideces estás diciendo? No son estupideces, es la pura verdad. Todo este tiempo que estuve contigo fingí amarte. Me acostumbré a jugar ese papel y ahora antes de morir quiero que lo sepas. Está bien, pero de qué te arrepientes realmente: ¿De no haberme amado o de haber amado a esa mujer? Si no me amaste pues que ni me di cuenta. Yo he sido muy feliz contigo, has sido un esposo y padre ejemplar. Creo que no puedes hablar así de tu conducta respecto a mí. Bueno…Florencia,no sé que decirte mujer. No debes decirme nada, sólo apréstate a dejarme en paz.

LUIS ALBERTO GONTADE ORSINI
Derechos reservados.

Texto agregado el 11-02-2010, y leído por 92 visitantes. (1 voto)


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