Suena un violín, una melodía que parece gritar desgracia… que se retuerce, maldice y a la vez suplica entre sollozos. Es como escuchar una oda fúnebre saliendo de una cajita musical.

Hoy descubrí que también se puede morir atropellado por un auto justo en frente a la casa donde se ha vivido desde la niñez.

Siempre ha sido una calle aparentemente tranquila, los domingos de sol era recorrida por ancianos con bastones, por madres con hijos, por niños con juegos infantiles, nunca tuvo mucho tráfico. Nunca miraba al pasar.

Jamás caí en cuenta que el concreto de esa calle, por más familiar que parezca, es igual de frío que el de la gran autopista, nunca supe que un cuerpo sin vida algún día podría reposar sobre la calle en frente a la casa donde viví todos mis días de felicidad. Nunca me imaginé que iba a ver desde la ventana de mi cuarto, mi propio cuerpo tendido ahí. Con un vestido de mariposas amarillas.

Hoy descubrí que no importa cuanto duela, siempre puede doler más, que no importa cuanto llore, siempre resultará gracioso para alguien más. Para ti.

Hoy descubrí que no importa cuantas veces muera, siempre duele perder la vida, la sangre siempre es roja no importa cuantas veces se derrame, así sea la tuya... O la mía.