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Como una víbora zigzagueante te adentras por el intrincado laberinto de la memoria. Ahí habitan un sinfín de ideas que se enlazan con otras y que intentan construir teorías perfectas que acaben donde empezaron tras formar círculos perfectos, pero no, nunca se logran y tal vez nunca se lograrán, porque ni siquiera han alcanzado esos enlaces a construir una respetable curva que indique una trayectoria esperanzadora, un enlace que haga sospechar en la forma de un círculo. Casi todas son ideas que a lo mucho llegan a ser ingeniosas y que tienen cierta retórica deleitable, pero están sueltas, no tienen ganchos para engancharse con otras, porque carecen de esa divina perfección necesaria para crear ideas con ese miembro. Y no sólo hay que hacer ideas con ganchos para después engancharlas entre sí; tiene que haber también compatibilidad en los ganchos, que si no la hay es como si habláramos de una transfusión de sangre entre dos tipos de sangre incompatibles y pudiera ser que algo aún más desastroso que eso. La gente se limita a decir una verdad por aquí y otra verdad por allá, o más bien apariencias de verdad, pero nunca se ha visto que alguien realice una obra llena de verdades magistralmente concatenadas que terminen donde empezaron, para poder así decir que no hay manera de seguir ese razonamiento sin volver a él, y que la teoría es irrefutable desde el punto de vista que se le quiera ver, todo a un mismo tiempo. Entonces comienzan a volverte loco los críticos de literatura; quieres ganarles la discusión a como dé lugar; no quieres dejar ni un hueco en tu construcción para que no vayan a burlarse de ti, pero sabes que eso es vanidad y que eres una cosa muy sencilla cuando estás solo, pero te tienes que volver complejo para mostrarte ante los demás. Cuando estás solo te basta decir que la vida es un misterio, pero eso no basta cuando quieres ser escritor, y por eso llenas hojas y hojas de letras que parezcan atractivas a los otros. Tratas de ganarte la admiración de los demás haciéndote trizas el cerebro, porque de todas formas vas a morir y vale la pena arriesgarse. En el fondo lo único que quieres es vengarte de todos los que alguna vez quisieron desanimarte en tu intento de ser escritor diciéndote que no escribías nada nuevo, que eras uno del montón, que no eras un genio, que eras ordinario. Y todo para que al final nadie te lea y te vayas de este mundo como un iluso. Sabes que en el fondo es lo mismo: de todas formas llegará el momento en el que la humanidad dejará de ser y nadie se acordará ni del más ni del menos famoso. Todo lo que buscas es vivir algo que te permita dejar esta existencia sin oponer resistencia y hasta con alegría. Todos los escritores escriben lo mismo. Ni siquiera deberían de existir los escritores. Se la pasan diciendo las cosas una y otra vez. Estoy seguro que un mecánico habla mejor que cualquier escritor, dice cosas más divertidas y verdaderas y sencillas. Es triste cuando dejas de creer que puedes llegar a ser un buen escritor, cuando no le encuentras sentido a ser escritor, cuando eres incapaz de mostrarle al lector algo fascinante, mientras la gente te dice que eres un prángana que utiliza como excusa la escritura para seguir sin hacer nada. Es como si se agotaran todas las razones para seguir vivo y te entregaras a ese esqueleto que no para de fumar y que abre las piernas y te llama con su dedo desprovisto de carnes, de una manera harto seductora. Debería de ser válido para un escritor decir: no sé qué escribir. La gente debería de recibir esa frase una y otra vez con admiración y considerar al escritor que diga eso como una persona sincera y sabia. El lector tendría que tener una sensibilidad especial para saber cuándo alguien está diciendo las cosas con sinceridad y así poder aclamar a todos los que digan esa misma frase, siempre que la hayan dicho con cierto grado de pasión. Porque la impotencia es un sentimiento que cuando no puede expresarse, lleva a su víctima al extremo del sufrimiento y termina por matarlo. Y como pensar no sirve para nada y por consiguiente las letras tampoco, deberíamos de ser compasivos por lo menos con los escritores frustrados.

Texto agregado el 10-02-2010, y leído por 226 visitantes. (0 votos)


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