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Inicio / Cuenteros Locales / el-alberto / Confrontación con los entes

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Peterson se detuvo en medio del salón. A través de los amplios ventanales se podía ver el cementerio, iluminado tenuemente por la luna. Las sombras de algunas nubes errantes en la noche saltaban de tumba en tumba como demonios, estrechando el cerco alrededor del castillo. De pronto, una mancha oscura empezó a crecer bajo los pies de Peterson; al verla, se volteó rápidamente y se encontró con el espectro, erguido delante de él. Casi paralizado por la impresión, Peterson sólo atinó a retroceder hacia los ventanales; el espectro ululó horrísonamente, y los cristales estallaron tras Peterson, que instintivamente se cubrió los ojos con las manos. Por unos segundos, sólo quedó en el aire el zumbido agudo de los cristales, y el eco del aullido del espectro…

—Un momento —dijo Peterson, irguiéndose—. Los espectros no tienen eco.

—¿Cómo? —digo.

—Por supuesto —continuó, mientras se sacudía el sobretodo—, ni sombra ni eco: son inmateriales. Todo el mundo sabe eso.

Un momento —preguntó el espectro, con voz cavernosa—. ¿Hay un espectro aquí? ¿Quién es el espectro? ¡Uuuuuuuuuu!

— Tú eres el espectro —contestamos a una voz Peterson y yo.

—¿Pero a qué te refieres con eso de la sombra y el eco? —pregunto, todavía sorprendido por el exabrupto de Peterson.

—Pues claro, todos los que escriben sobre espectros lo saben —dijo Peterson, alisándose el sobretodo—. Stevenson lo sabía, y estoy hablando del siglo XIX. ¿No recuerdas «La isla del tesoro»?

—¿Tú has leído a Stevenson? —le pregunto, francamente admirado.

¿Yo soy un espectro? —preguntó el espectro, mirando a través de sí mismo—. Yo no soy un espectro… ¡Uuuuuuuuuu!

—Claro que sí —respondió Peterson, sentándose en medio del salón—. Recuerda, soy Pe-ter-son —pronunció con sarcasmo—. Apellido europeo, seguramente una buena educación clásica: Chaucer, Keats, Stevenson. ¿Te crees acaso que íbamos a perder el tiempo con «María» y «El señor presidente»?

—En realidad —le contesto—, no te he terminado de crear; tu apellido es arbitrario y temporal.

—Claro —protestó Peterson—, personaje a medio crear, nombre temporal… al menos no me pusiste Franz, como a los demás —añadió, burlonamente.

—Uso Franz cuando no se me ocurre nada, para no perder tiempo… —respondo, abochornado—. Por ejemplo, por ahora, el espectro se llama Franz.

¿Yo me llamo Franz? —preguntó el espectro—. ¡Uuuuuuuuuu!

—Te llamabas —le aclaro—; eres espectro, ya te moriste.

¡Uuuuuuuuuu! —sólo atino a decir el espectro.

—Como sea —prosiguió Peterson—, si crees que tú nos has creado, te equivocas. Estábamos en ti, vivíamos en ti, en esas sombras profundas de tu interior que no te atreves a mirar y que exorcizas disfrazadas de cementerios y noches de luna, que dicho sea de paso, son dos lugares comunes de lo más vulgares. Te usamos para manifestarnos —añadió, con determinación—, nos sirves de portavoz, de cronista, es todo. Este huevón —dijo con tono sarcástico, dirigiéndose al espectro— se cree Dios, creando personajes y castillos embrujados de cartón piedra.

El espectro aprobó: ¡Uuuuuuuuuu! Y yo me abochorno cada vez más.

—Si vas a escribir de espectros —dijo Peterson—, ten cuidado con los ecos. Documéntate más, ¿o crees que por leer un ensayito de Lovecraft sobre el ambiente, ya puedes escribir un cuento de horror? Personajes a medio crear… —añadió despectivamente, mientras encendía un cigarrillo—. Más que crearnos, nos identificas, nos revelas, pero nosotros existimos casi independientemente de ti. Si quieres que alguien crea en nosotros, empieza tú mismo por olvidarte de que eres Dios, deja de creer que hacemos lo que tu divina voluntad quiere. ¿No sabes lo que es libre albedrío?

—¿Libre albedrío? —pregunto, francamente sorprendido.

—No somos tus marionetas —dijo Peterson, saliendo al jardín a través del ventanal—. Tampoco somos entes, como pretendes llamarnos en tu cuentito. Somos reales.

Somos reales —secundó el espectro—. ¡Uuuuuuuuuu!

Peterson se internó en el cementerio. El espectro quiso seguirlo, pero no pudo atravesar los ventanales: yo había decidido que su destino fuera penar en el castillo.

—¿No tienes miedo de ir por ahí? —le pregunto a Peterson.

—¿Qué, miedo de caminar entre tumbas de cartón piedra? —respondió, despectivamente—. Mira —dijo, golpeando una tumba—: están huecas. Miedo tienes tú de los cementerios, la oscuridad y los muertos. ¡Cuentitos de espectros con eco! Además, con esa luna que has puesto, creo que ni siquiera me voy a tropezar. ¡Si al menos hubieras conjurado una tempestad!

Y después de dirigirme una venenosa mirada de conmiseración, se alejó entre las tumbas.

¿Puedo ser un vampiro? —preguntó el espectro, una vez que Peterson se perdió de vista—. Creo que los vampiros no tienen este problema de tener que penar en un castillo, ¿no? ¡Uuuuuuuuuu!

—En realidad no lo sé —le contesto, fastidiado—. Pero no pueden salir de día… ¿Qué hago discutiendo contigo? —me pregunto, dando un suspiro—. Voy a tener que replantear todo de nuevo… ¡Peterson! ¡Peterson!

Pero Peterson no respondió. Sólo el espectro siguió preguntando, con voz cavernosa:

¿Por qué hablo en cursiva? ¿Qué significan las cursivas? Yo no quiero hablar en cursivas… ¡Uuuuuuuuuu!

Texto agregado el 10-02-2010, y leído por 126 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
10-02-2010 Nota: espeluznante. peco
10-02-2010 Sabes crear un ambiente espelunante y, sobre todo, juegas perfectamente con personajes de la sombra. Te felicito. peco
 
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