Rumbo al V Congreso Internacional de la Lengua Española
VALPARAÍSO TIENE LA PALABRA
Por Agustín Squella
El Comité del Patrimonio Mundial, reunido en París el 2 de julio de 2003, decidió inscribir el área histórica de Valparaíso en la Lista del Patrimonio Mundial, en atención a que la ciudad «es un testimonio excepcional de la fase temprana de globalización de avanzado el siglo XIX, cuando se convirtió en el puerto comercial líder de las rutas navieras de la costa del Pacífico en Sudamérica».
Al proceder de esa manera, el mencionado comité antes reconoció que otorgó la condición de Patrimonio de la Humanidad, puesto que Valparaíso era ya, y desde hacía mucho tiempo, un lugar no solo de sus habitantes y de quienes visitan la ciudad, sino un bien en el que todos podían reconocerse y sentir como propio de un extremo a otro del planeta.
Valparaíso tiene identidad, desde luego, pero, a la vez, y por motivos mayormente intangibles, devuelve el sentido de su propia identidad a cualquiera que se acerque al misterio de sus cerros. Podrás verla por primera vez, e incluso por única vez, y Valparaíso te hará sentir como si siempre la hubieras tenido en tu memoria. Cada día que llego a dar clases a la Escuela de Derecho de la Universidad de Valparaíso, justo enfrente de la bahía, el graznido de las gaviotas, tan sorprendente como familiar, relata una historia a la que es preciso poner atención como si solo estuviera hecha para ti.
En 2003, cuando Chile adoptó una nueva institucionalidad cultural pública —el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes—, se decidió que la sede nacional de este servicio público estuviera instalada en Valparaíso, el sitio que Neruda refirió como «la patria de los sueños». Ninguna ciudad del extremo sur de América ha sido tantas veces cantada, narrada, poetizada, filmada, fotografiada y pintada como Valparaíso. Ciudad musa, es decir, inspiradora, es todo lo contrario de una ciudad museo. Se trata de un lugar para recordar y de un paisaje para soñar. Y fue para aumentar el caudal de nuestros sueños como país que la sede de aquel consejo fue localizada en Valparaíso.
Sueños, por ejemplo, como el que va a tener lugar en marzo de 2010, con el V Congreso Internacional de la Lengua Española, que prolongará el visible y fecundo rastro de los foros similares que antes tuvieron lugar en Zacatecas, Valladolid, Rosario y Cartagena de Indias. Valparaíso, como continuador de esta saga, se prepara ahora tanto para tomar la palabra como para transformarse en casa y puerto de la palabra durante los días en que transcurrirá el nuevo Congreso, y, de esa manera —tal como señaló la presidenta Bachelet en la presentación oficial del V Congreso, el 11 de julio de 2008—, «seguir creciendo juntos» y continuar «soñando y creando juntos».
Cerca ya de 500 millones de personas son las que crean, sueñan y crecen en la vigorosa y opulenta lengua que compartimos, y tal es también la vasta audiencia que estará atenta a los trabajos que el Congreso llevará adelante, bajo el lema «América en la lengua española», justo en momentos en que Chile y las demás naciones del continente celebrarán 200 años de vida independiente, ese camino propio que tales naciones han podido recorrer merced a la lengua que nos legó España. Una lengua, bien lo sabemos, que es raíz y compañía, ruta y lucero, eco y presencia, y que añade y se mezcla, sin reemplazarlas, a las voces quechuas, aimaras, mapuduches y otras con las que habla también el continente americano.
Valparaíso sabe ser anfitrión porque es ciudad hija de la imaginación. La arquitectura espontánea de sus cuarenta y cinco cerros se expande como racimos que asoman a la bahía. Encendido durante la noche, no debería llamarse Valparaíso, sino Valparaluces, como propuso Laurencio Gallardo en 1957.
Valparaíso es anfiteatro que mira al mar y que es observado por este. Un anfiteatro cortado de arriba abajo por quebradas, escaleras y ascensores.
En ese anfiteatro, más vivo que nunca, resonará este 2010 la voz de la lengua, también más viva que nunca, para recordarnos que encontrar y decir las palabras adecuadas es el camino seguro para llegar a saber de tantas cosas que a diario nos sumen en el deleite de la perplejidad.
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