¿Sr. Alveal?
¿Esta usted de acuerdo que nos retiremos de la isla?-respondió el capitán apretando el hombro de Alveal.

Lo aceptó, no hay caso.-respondió susurrando Alveal.

¡OK, salgamos, no dejen nada!-sugirió el capitán, a los hombres que estaban alrededor

¡No hay nada!, absolutamente nada, solo una cajuela anaranjada…-respondió Alveal mientras sus ojos se humedecían de lágrimas.

El grupo de hombres ya estaba en el helicóptero, todos se miraban como buscando una respuesta, examinando alguna señal que exigiese volver a la búsqueda.

Alveal flotaba su anillo, no le quitaba la mirada.

Capi--tàn… ¿Qué diremos?-tembloroso dijo un muchacho del grupo.

Que no encontramos nada, todo se perdió en el mar, ¡eso diremos!-respondió el capitán irritado.

Alveal ahora no contenía las lágrimas, se golpeaba con furia la mano contra la pared.

¡Amigo, cálmate!, sin la caja no podemos encontrar culpables-respondió secamente el capitán.

Deseo que hubiese muerte ese maldito piloto y esta… ¡vivo! En su hogar con su mujer…-respondía Alveal tristemente...

...
Todo por una vulgar y estùpida caja negra…-Murmuraba el grupo al entrar a la oficina de comandancia.