Había esperado ese día toda su vida, el día en que estaría a la altura de su ídolo. Tantos recortes de periódico guardados, tantas noches en vela, sufriendo desde la distancia por su éxito o fracaso. El Desgarrador le llamaban en la prensa, pues seccionaba las gargantas de sus víctimas con un cuchillo de carnicero. Una sombra en la ciudad, una pesadilla para la Policía.
Cierto es que el Desgarrador no poseía su clase, sólo se atrevía con prostitutas o drogadictas, a las que sorprendía de noche en el parque del Oeste. Él no le tenía miedo a nadie. Le daba lo mismo hombre que mujer, joven o viejo. Los estrangulaba con el pañuelo de seda amarillo que una vez perteneciera a su madre. Se mantenía en una perfecta forma física, lleno de vida, exultante.
Y esa noche, por fin, alcanzaría la gloria, compartiría el record de 17 crímenes cometidos en la ciudad por el mismo asesino en serie. Para ello, siguió el ritual de costumbre: se dio un baño perfumado, se afeitó con meticulosidad, se vistió y salió a cazar.
No importaba que las autoridades alertaran a la población. El vicio tiraba demasiado de la gente sin esperanza. Llegó al parque a medianoche. La luna iluminaba lo suficiente para ver a su futura víctima, negociando por un poco de evasión de su triste existencia, que no sabía que llegaba a su fin. Esperó a que el camello se marchara y salió de su escondite.
Sacando el pañuelo del bolsillo, se acercó por detrás con el sigilo de la práctica. Y mientras caía al suelo, tocado por el frío de la muerte, el último pensamiento que cruzó por su mente fue que cómo podía brillar tanto un pañuelo a la luz de la luna…
El record está ahora en 18.
(Dedicado con todo mi respeto a Elnegrohinojo, maestro, rival y amigo en esto de los cuentos cortos con final inesperado, y el primer cuentero que leí en esta página)
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