Venía cargado, caminando de prisa, esquivando el agua empozada en la vereda. Llovía torrencialmente. La cortina de agua me impedia ver con claridad hacia la calle, antes de cruzarla.
Venía tan absorto evitando charcos y cuidando de no empaparme que sólo advertí el tumulto de gente en la esquina cuando escuché unos gritos desgarrantes, aterradores.

Estaba a media cuadra del accidente. Sólo alcancé a divisar una moto caída junto a un taxi semi atravesado que tenía la puerta abollada. Y el rojo de la sangre, mucha sangre. No vi más.

Me imaginé que esos gritos eran de una madre, porque me pareció ver una mujer de mediana edad que supuse recién había llegado al lugar, porque a unos pasos otro automóvil yacía mal estacionado pero intacto con una de las puertas abierta.
Me hice toda la película... Olvidé a dónde iba por unos cuántos minutos... Aguanté las lágrimas que me provocaban los gritos, el llanto, de aquella mujer desesperada.
Ya no fui a ningún lado. volví a casa y me senté... a pensar.
Al caer la tarde llame a mi madre

- Mamá, quedate tranquila, vendo la moto.

Esa noche, mi madre, a diferencia de aquella otra, dormiría tranquila y feliz.

(Es importante leer libros, pero también aprender a leer la vida y a interpretar sus señales)