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Inicio / Cuenteros Locales / lobinemona / PORNOGRAFÍA GASTRONÓMICA:¡JÓDETE, COLESTEROL!

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Soñaba todos los días el buen Juan Ignacio con una copa, de esas de cristal, enorme, rellena de aromático vino de rioja...soñaba con un plato de patatas doradas, de esas crujientitas, con dos huevos de los que cuando se mojaba el migajón parecía que el sol levantaba palmitas al alma ¡Olé!... y quizás algunos pimientitos verdes del arriate del vecino, todo fritito con aceite de oliva virgen... Aunque tampoco vendría mal un arenquito doraito a la sartén y algun que otro chorizo al vino blanco( cinco o seis bastarían)...no vendrían mal, no...si no fuera porque soñaba despierto y a estas alturas un gran charco de baba le cubría labios, mentón y cuello, llegando indecorosamente –cual río bravo- a la camisa blanca.
“Soñaba”

Porque era lo único que iba a hacer, ¡soñar!, ya que su esposa Rupertita le tenía prohibido todo esto y más, mucho más ¡Qué Malvadaaaa!

“¡Ay! esas lonchitas de jamón de jabugo, ese quesito de cabra curada (perdón, curado), esos vinitos de jerez, ese gazpachito andaluz, esas olivitas de la casa, aquella tortillita campera de patatas, a la que algún genio de la raza humana se le ocurrió –¡Dios le tenga en la gloria!- presentarle la cebollita...¡ay ay!”, lloraba el pobre.

Y todo por simples excusas: que si el colesterol mata (¡amos! que se creen que nos chupamos el dedo: ¡si él sólo quería comer del colesterol bueno!);que sí los triglicéridos; que si la grasa en arterias (como si no fuera de todos conocida la gran verdad: “Engraso el aparato, que si no, ¡ni meto ni saco!”); que si la circulación (¡venga yaaaa!¿Coño tendrá que ver lo que yo coma con el niñato de la motito); la diabetes...que si bla y más bla...¡Ya estaba hasta los cojones de tanta excusa de matasanos! Así que un día de agosto de un año de aquellos (porque digo yo, ustedes para qué coño quieren saber de fechas, demasiado que les estoy contando esto, que ya me lo tendrían que agradecer, ya...) Pues eso, ese año, cogió manta y se largó de casa, sin dinero y mucha hambre, con prisas y sin coche, sin gafas y miópico por encima de ocho en cada ojo, con mucha ilusión, eso sí...a sus noventa años. ¡Qué chavalín se sentía, el bueno de Juan Ignacio! ¡Libre al fin, libreeeee!
Lástima que nada más salir de la casa resbaló y se mató, cascándose el coco cual tomate estrujao...

Y apareció vivito y coleando... (¿Qué cual cola? ¡¡pero bueno, es que no se puede usar una expresión sin que me den el coñazo, hombreeee!!)

...en Santiago de Chile...
(¡No, no sé cómo coño puede ser posible esto!... ¡joder que es un CUENTO, no la biografía de mi abuelo ostias, a ver si me dejan en paz, coño, tanto critiqueo, joder!)

¡Ya me he hartao, ahora que siga contando otro! ¡Menuda panda de criticones! ¡Qué os den, eah!

...en Santiago de Chile...la gorda y elefantiásica esposa de Gabriel, el carnicero más requerido de la Vega Central, preparaba unos suculentos sandwiches de “potito” (callitos de cerdo con longaniza) para llevárselos a su marido, que por el contrario de lo que se piensa era flaco y largo, como una manguera para apagar incendios. Dadas las inmensas posibilidades que les proporcionaba ser dueños de una carnicería, su dieta estaba basada en el archiexagerado consumo de altas dosis del vilipendiado colesterol.
“A ver, decía la Jessica, qué le prepararé mañana a mi amorcito” abría el refrigerador con el reflejo de la gula restregándole la cara. “Cazuela de Chancho con Chuchoca, una ensalada chilena (tomate y cebolla pluma) y de postre algo liviano, puede ser Torta de Merengue con Crema Fresca y Frambuesas en Almibar”

Gabriel disfrutaba y halagaba la buena mano de Jessica, agradecido le pellizcaba las descomunales nalgas sin disimulo alguno y le susurraba al oído una antigua canción de la era del twist...”eres exquisita como un lomo asado con papitas fritas”. La gorda enfrentaba los pellizcos y los embates de su marido con la firmeza de obenque de trasatlántico, lo abrazaba como osa en celo y lo acunaba en su descomunal pecho, que por sus dimensiones daba para que acunara a todito el vecindario.

Para ellos el comer era un ritual sagrado, en el que no faltaban los entremeses como empanadas de horno bien caldúas, mariscales capaces de levantar a un muerto, machas a la parmesana, locos con mayonesa, choripanes y otras variadas delcias de la gatronomía criolla.
“¿Que le haré de cenar, a mi jilguerito?”, volvía abrir el refrigerador y decía “tiene que ser algo livianito para que no le quede el estómago pesado y podamos hacer buenas maniobras por la noche”, registraba de arriba a abajo al generoso proveedor, “Le haré Pollo Asado con Salsa de Champiñones, acompañado de Puré de Papas y de postre Papayas con Crema”.
Gabriel no alcanzó a llegar al postre, un fino hueso de la rabadilla del pollo se le trabó en el guerguero, comenzó a ponerse azul violáceo tirado a negruzco desde los zapatos hasta los pelos. Aleteaba como gallo de pelea y emitía sonidos guturales. La Jessica gritaba como loco, se tiraba los pelos y cuando ya era demasiado tarde se le ocurrió golpearle la espalda, pero Gabriel ya había partido para el patio de los callados...

Y así fue cómo se conocieron Juan Ignacio y la bella y grácil Jessica. A él aquellas curvas le pusieron como loco, ese color afrutado, ese exhuberante aroma que destilaba, su lozanía...¡Qué maravilla!. Definitivamente, pensó él, jamás en toda su vida había visto tarta de piña semejante.

Estaba situada en una mesa que había en el porche de una casita que-¡casualidades de la vida!- estaba abiertita de par en par...¡Ayyyy! ¿Pero quién podría haberse resistido a semejante despliegue de majestuosidad pastelera? Lo cierto es que el bueno de Ignacio entró en casa, porche y mesa...¡no, en la mesa no entró! pero vamos, por poco, porque entre la reuma, la artrosis de las rodillas (que tenía los meniscos que parecían sendas maracas) y la chepa que sobresalía por allí cerca de las cervicales, más parecía un buitre aleteando sin control que un viejecillo muerto de hambre...Y entonces fue cuando la vio: toda tremenda, enormísima cual ballena en ballenero, como esos bichos que se ven en documentales, los dinosaurios esos, en fin, graaaandeeeeee...Eso, la vio.

Jessica con las manos llenas de caramelos, que comía compulsivamente para mitigar la pena, lo vio entrar y pensó que era una aparición divina. Todo delgadito, más que su amado jilguero, los huesitos del pescuezo que daban pena y su carita de naufragio.

Como pudo trató de pararse, pero no pudo más que erguir ligeramente su cuello de levantador de pesas. Ella nada preguntó, nada quiso saber y con ademanes de emperatriz lo invitó a compartir su mesa. Juan Ignacio aún embelesado, solo atinaba a abrir su boca para recibir los manjares, como si fuera un polluelo.

Abría la tarasca y la Jessica extasiada le introducía pedazos de Pulpo Apanado y un traguito de Vino Blanco y seco. Un bocadillo de Lomo Asado con Papas Duquesas y un sorbo de Cabernet , del año 1988, un tinto, rojo sangre de toro. Un pedazo de Torta de Milhojas rellena con Manjar y Nueces y un sorbo de Riesling y así hasta llegar al café, que para que no se dijera que la gula los perdía, lo tomaban con un par de gotas de Aspartame.

Una experiencia no menos curiosa y excitante verlos comer. Si a Juan Ignacio le quedaba el bigote con crema, Jessica se lo lamía (el bigote) y si un poco de vino se escurría por el prominente escote de la gorda, Juan Ignacio lo bebía hasta dejarla al borde del delirio.

A Juan Ignacio le gustaba tenderla sobre la mesa, desnuda con todos sus pliegues y protuberancias a la vista y con la minuciosidad de un relojero, la cubría de pies a cabeza con manjares seleccionados y distribuidos según el lugar, para luego beberlos, lamerlos, comerlos y hasta embetunarse.

De hecho aquello a él le parecía un mapa geográfico, tipo lunar, con sus cordilleras donde apostaba las costillitas asadas o esos pliegues que asemejaban montañas donde hacía rodar las uvas... ¡Pena de tanta que se perdía en su magnífico ombligo! Tanto es así, que un día andaban los dos liados, y del ombligo salieron varias empanadas de pescado, un sándwich de queso y jamón, y hasta un churrasquito de pollo de los que él le había enseñado a preparar... ¡vamos, que de meter y sacar pasaron a recoger y cenar! Y es que la anatomía de Jessica albergaba secretos que el hombre jamás comprendería...como esa pescadilla que salió una vez, ¡Sólo Dios sabrá de donde...!y que se cenaron tras lavarla concienzudamente...¡Qué maravilla de mujer!...¡Y qué maravilla aquella pescadilla de ocho kilos que se comieron tan panchamente!

En la cama eran fenómenos artesanos del sexo...y así lo mismo se encontraba el Juan Ignacio haciendo el salto del tigre colgado de una lámpara, que a los dos liados en la habitación de sumo japonés, que se les veía en la postura de la salchicha devorada : aquella en la que ella le lamía cierta cosa a él, y después, una vez alimentada la pasión, el bueno de Juan Ignacio le metía (en la boca) algunas (cientos...) salchichas a ella, que devoraba cual musa hambrienta, a la vez que ella, con sus bellos miembros superiores, vertía kilos de mostaza y tomate frito en su delicada y sutil boca...¡Y aún le quedaba ánimo para tragar trozos de pan tierno que surgían de las más inesperadas zonas eróticas!...¡Qué mujer!

Total: ¡Su vida era perfecta! El agraciado Juan Ignacio había olvidado su enclaustrada vida anterior martirizada por la Rupertita...Y por otra parte, la Jessica había encontrado a otra media naranja a la que exprimir...Todo era perfecto...

Y en esta revuelta de sexo, pasión, amor y colesterol se les pasó la vida, hasta que juntos enfrentaron a la muerte, se quedaron dormidos después de una feroz bacanal y sus estómagos resentidos comenzaron a regurgitar los alimentos.

Ni se percataron cuando la comida les llegó casi hasta el cerebro, muriendo asfixiados con salchichas, tocineta, crema batida y arvejas.

De que fueron felices, vaya que lo fueron, y se dice que el día de su muerte una gran nube en forma de calesa cubrió todo el cielo y en la proa se vislumbraba la portentosa figura de gorda feliz y en la popa el esmirriado Juan Ignacio que parecía mástil mas que vigía.
Por cierto jamás tuvieron problemas de colesterol elevado, ni de triglicéridos por las nubes, el ácido úrico lo mantenían a raya, así como también a la glucosa...


Texto agregado el 21-06-2004, y leído por 1256 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
24-07-2008 pues me fascina, me he divertido de lo lindo ladeviento
25-06-2004 Magnífico!!! Este duo de cuentero se las trae ardiente y pasional!!! Muy bueno. Felicitaciones a ambos. Shou
24-06-2004 Mierda, que se pasa lindo leyendo este texto. Cuando lo terminé, me salió del alma el "puta madre" a gritos...(no se ofendan amigos, es una expresión nuestra, y ya conocen el significado). También me hicieron reír casi todos los comentarios. ¡Vayan cinco morcillas argentinas, enoooooooormes para los dos!!!!! Se aconseja comerlas cruda, por consejo médico. Un abrazo, dúo fantático. islero
23-06-2004 Guau, vaya cuento, parecia carta de restauranrte erótico. Me lo he pasado muy bien leyendolo, por lo bien escrito, original , con humor. Creí estar viendo a ratitos , una bacanal romana. Felicitaciones a ambos. Un saludo. SOL-O-LUNA
22-06-2004 Aquí dieron en el clavo al unir dos cerebros que procesan de manera similar las experiencias que ustedes enriquecen y las transforman en coloridos cuentos. Ni que decir que nacieron el uno para el otro, el verdadero ying y yang en plenitud, una pareja que jamás debiera separarse, gemelos en el exacto sentido de las antípodas. Mis estrellas... gui
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