La brisa de verano me acurruca
mientras mi espíritu llama a las musas.

Las musas que escribieron con mi llanto
que con mi risa tejieron en mi historia
una manta de figuras y colores
que nada envidiarían a las boreales auroras.

Las musas que sellaron en mis manos
los sueños que acalló el olvido en la memoria,
aquellas que bajaban mil estrellas
a jugar en mis prados de amapolas
que llenaban el aire de misterios
y bañaban mi alma en mil aromas.

La brisa de verano me transporta
de la mano de mis pícaras musas
y ellas me llevan en vertiginosa corriente
por sentimientos y paisajes que hice míos en otras horas.

Aquellas musas que flotaban en mi entorno
agobiándome con fantasías de amores y sombras,
aquellas que me robaban el sueño
y bebían de la locura de mi inspiración hasta la última gota...

Son estas que hoy regresan a auxiliarme deseosas...
que husmean por mis libros y se esconden en mis hojas...
que me envuelven...
que me agobian...
que me interrogan...
que hurgan en mi corazón buscando
las reales intenciones por las que mi alma las convoca.

Musas que a través del tiempo
otros versos han inspirado y otras prosas
que a poetas y juglares han llevado
a verter lágrimas, plasmada su penuria en las estrofas.

Dejando eternizado en esos versos
la sutil fragancia de las rosas,
haciendo eco de amores que trascienden
más allá del tiempo y de la historia.


Febrero 2010