Apresuro el paso y prácticamente al trote me encaramo como puedo al microbús. Hasta ya voy a dar con toda mi humanidad entre piernas de mujeres y hombres. Las risas y carcajadas entre la gente que ha visto mi tropiezo. Apenado sacudo mis pantalones y trato de ponerme el zapato que perdí al caer. El chofer, -provocador de la caída al frenar intempestivamente-, pitorreándose de la risa.
Dueño ya de la situación, saco de entre mis ropas la pistola, amartillo, saco fuerzas de flaquezas, y grito voz en cuello.
-esto es un asalto y se chingan todos, bola de pendejos !ojetes¡
Pero la risa puede más, y decido bajar del microbús. Dejar el asalto para mejores tiempos.
Parado en la esquina, emprendiendo mi fuga, no puedo dejar de reír ante el pancho y el bochorno.
-A todos les pasa. Dice mi vieja cuando le platico, y se suelta a reír también.
-Es que ya te imagino. En mi mente. Agrega la muy pendeja.