Millones y millones de dólares gastan las compañías farmacéuticas en publicidad. En EE.UU. los canales de televisión abierta o por cable los spots comerciales de medicamentos son un verdadero bombardeo, uno detrás de otro. Nuevas medicinas para la depresión, reducción del colesterol, artritis, acidez estomacal, hipertensión, diabetes, etc.
Más allá de los estudiados movimientos de cámara y montaje de imágenes milimétrico, más allá de los paisajes rurales y urbanos que aparecen en el fondo para llenar el ojo, más allá de la música edulcorada, se oye una monocorde voz en off con la consabida retahila de posibles efectos secundarios. Para muestra incluyo unos cuantos entre los más citados: sequedad de garganta, diarrea, mareos, somnolencia, reacciones cutáneas, tos bronquial, sudores fríos, palpitaciones, movimientos musculares incontrolables que pueden hacerse permanente, y, “en muy pocos casos”, coma y muerte. Jamás mencionan que hay seres humanos que se enferman de por vida o mueren tras utilizar los tan mentados nuevos fármacos, promocionados en los medios como si fuesen perfume o una marca de automóvil. Para justificarse hacen hincapié en que se trata de porcentajes muy bajos. Como si a una persona que padecerá toda la vida convulsiones y mareos como “efecto colateral” de un medicamento le pueda servir de consuelo constatar que tales consecuencias afectan solamente a un bajísimo porcentaje.
Esas mismas industrias disponen de un presupuesto enorme que en EE.UU. utilizan para “bonificar” a los políticos de turno, especialmente a los senadores y representantes federales, para que aprueben leyes en su favor y, muy especialmente, fijar los precios a niveles astronómicos. Y tampoco se quedan atrás a la hora de ofrecer incentivos a los médicos de este país, entre los cuales suelen ser comunes las vacaciones con gastos pagos a Hawai, playas del Caribe, etc.
Asimismo, desnudan su dudoso talento para insultar la inteligencia del público cuando argumentan que los precios de sus productos en EE.UU. son más altos que en cualquier parte del mundo porque en los demás países “pierden dinero”. Con razón dicen que en Estados Unidos el teatro del absurdo está condenado al fracaso. Sin la calidad literaria de Beckett o Ionesco, los escribas de la industria farmacológica se las ingenian para avanzar nuevos peldaños en la no-lógica del sinsentido que justifica su vergonzoso e implacable chantaje a la salud pública.
© Eytán Lasca-Szalit, febrero de 2010
|