Cada vez que llega su cumpleaños, las fiestas de fin de año o simplemente como hoy, el día del padre, comienza un bombardeo en mi cabeza que me llena de impotencia cuando cuento el tiempo que hace que vengo peleando por esto sin obtener ningún resultado. Pero ni el más mínimo, como para poder pensar que por una mente o un corazón se cruce aunque sea en forma rasante la verdad, esa verdad que carcome silencios porque cuando los quiero tener brota pidiendo a gritos justicia.
La historia comenzaría como algo simple un día dos de Octubre de hace tres años atrás. Mi padre, mi padre querido, mi querido padre, no se sintió bien después de su almuerzo. Le tomó un hipo al cual él no estaba acostumbrado, le duró un rato y se le quitó. Luego continuó sin problemas, pero sin embargo, al día siguiente se presentó la misma situación, bastante molesta para él. Ese día ya se le produjo en reiteradas oportunidades situación por la que hablamos con su médico de familia, el Dr. Carlos, quien le dió un primer turno para atenderlo el día cuatro.
El día cuatro, yo, que me ocupaba ciertamente de todos los asuntos que pudieran ocasionar problemas a mis padres fui a buscarlo a su casa y acompañado por mi madre lo llevé al consultorio de su doctor. El Dr. Carlos nos atendió con una amplia sonrisa y nos hizo pasar al consultorio. No había nadie aún, realmente nos había dado el primer turno.
Aunque haya pasado el tiempo o quizás por eso mismo y tomando distancia, cada vez más me doy cuenta de cuan por arriba fue la revisación del médico quien sentó a mi padre en la camilla y palpando su estómago de inmediato le dijo “…esto es gordura che…. Vas a tener que hacer una dieta por unos días y después vas a volver a verme”…. Recuerdo las frágiles palabras de mi madre detrás de mí casi como en un murmullo tratando de decirle al doctor que en realidad mi padre no estaba comiendo muy bien. Recuerdo que ante esto yo repetí las palabras de mi madre al profesional pero él siguió diciendo que no le encontraba nada ( creo que le tomó las pulsaciones, no así la presión ni la fiebre), que lo de él era gordura y que debía hacer una dieta de aproximadamente diez días, aflojarse un poco la vestimenta (señalando su cinturón) y que luego regresara.
Cómo uno iba a imaginar ante esas palabras semejante desenlace. Cómo uno podía ante la serenidad del Dr. Carlos, su doctor, pensar que podía ocurrir algo diferente a lo que brotaba de su boca.
A medida que pasaba la semana, entre mis ocupaciones laborales y del hogar pasaba a ver a mi padre o lo llamaba por teléfono para ver cómo seguía. Generalmente cuando llamaba por teléfono la que atendía era mi madre y yo escuchaba la voz lejana de mi padre diciendo que estaba mejor.
El catorce de Octubre, día en que teóricamente debía haber ido mi padre al médico era Domingo. Domingo y para colmo de elecciones. Indefectiblemente tuvimos que esperar hasta el otro día.
El Lunes a las seis de la mañana me levanté como todos los días, tomé mi café, me despedí de mi esposo y llevé los chicos a la escuela antes de ir a mi trabajo. Pero mi rutina matinal se vio quebrada. Estaba en el trabajo a las 10.00 hs. cuando me llama mi madre para decirme si podía ir a su casa pues mi padre tenía que cobrar su jubilación y no se sentía con ganas de salir. Ya me resultó extraño eso porque mi padre fue siempre una persona muy activa así que recuerdo que informé a mi jefa la situación y apuradamente me dirigí a verlo.
Recuerdo que cuando llegué a su casa estaba sentado vestido en su lugar de siempre en la cabecera de la mesa pero algo diferente noté y no quise decirle a mi madre. No se había peinado. Mi padre, el más elegante de sus tiempos, el que nunca quería salir mal a la calle, el que durante años se había peleado conmigo por el baño porque quería salir impecable, no se había peinado. Aunque parezca imposible, para mí, ese fue el primer indicio de que mi padre no estaba bien. De todas formas continué con lo que me pedían intentando no ponerme nerviosa. Recuerdo que me pidió que cobrara su jubilación y así lo hice regresando en forma inmediata y ahí tuve el segundo indicio de que no estaba bien. Cuando le entregué su dinero lo noté distraído y mientras intentaba que me dijera qué le pasaba miraba cómo él no actuaba como otras veces contando el dinero o diciéndome “…este mes tengo que pagar…..”. Simplemente lo hizo a un lado y me miraba. Le dije: - Papi, te sentís bien? Y el serenamente me respondió que sí. Pero yo me daba cuenta que algo no andaba bien.
Habría transcurrido menos de media hora y regresé inmediatamente a mi trabajo para contarle a mi jefa la situación.
Recuerdo que ella me dijo: -Algo le está pasando. Acto seguido me ofreció llamar al médico de familia de mi padre desde allí.
Debo hacer un pequeño paréntesis para poder explicar que mi padre era mi referente en mi casa de vida de soltera, porque mi madre está operada de un aneurisma cerebral desde el año 1990 y mi único hermano tiene parálisis cerebral, leve, pero que le produce un retardo que no le permite discernir entre diferentes cosas que se presentan en la vida cotidiana.
Recuerdo haber llamado por teléfono desde la misma jefatura de mi trabajo porque realmente no había visto bien a mi padre, simplemente por los indicios anteriormente mencionados. También recuerdo que el doctor me atendió y a pesar de expresarle la situación me dijo – Llevalo a la tarde al consultorio. Recuerdo haber insistido sobre el estado en el que veía a mi padre y también que su respuesta fue exactamente la misma.
Acto seguido y luego de una charla entre mi jefa, su prima política que se encontraba casualmente allí, me aconsejaron llamar un servicio médico privado si éramos socios. Inmediatamente desde allí los llamé y me dirigí hacia la casa de mi padre llegando casi con la ambulancia.
La doctora, muy humana y amablemente lo hizo ir hacia su cama y lo hizo desvestir. Allí surgió la verdad. El cuerpo de mi padre se encontraba de color totalmente ámbar, detalle éste que yo no había notado porque tanto su rostro y sus manos tenían rastros de una quemadura grave que había tenido a los veintiséis años entonces al estar vestido no se podía observar el amarillo de su piel sana.
Inmediatamente la doctora me indicó unos estudios que no demoré en hacerle hacer, sangre, ecografía abdominal, etc, etc.. También ahora recuerdo dolorosamente que la doctora me dijo que tenía que seguirlo su médico pero que entre tanto hiciera eso.
Estando en casa de mi padre, a las dos de la tarde apareció su médico de cabecera, el Dr.Carlos, y mirándolo le dijo fríamente “ Ey, cuánto hace que estás con ese color? …”
Recuerdo que no hice ningún gesto ni emití palabra alguna por ese simple temor que tiene uno arraigado de que después el médico puede tratar mal al enfermo. Aunque acá no hicieron falta palabras en el medio.
El Dr. Carlos me pidió que le hiciera los mismos estudios a mi padre que los que horas antes me había indicado la doctora del servicio privado. Acto seguido se despidió de todos y me pidió que saliera con él hasta afuera y allí comenzó a hablar de posibles enfermedades que el día en que revisó a mi padre ni mencionó. Habló de colesistitis, de pancreatitis y demás yerbas. Todo de golpe brotaba de su boca y entraba en mi cabeza como golpes, todo de esa misma boca que hacía diez días atrás le había indicado a mi padre una dieta para su gordura. Terminó diciendo, “…cuando tengas todo te vas al consultorio…”
Yo cumplí ( aunque ya había comenzado por orden de la doctora) al pie de la letra con todo lo solicitado y una vez obtenido el resultado de los estudios que solo Dios sabe como logré que se los hicieran en el día los acerqué al consultorio. Para esto eran las siete de la tarde.
Con mi padre nos cruzamos con mucha gente conocida mientras lo llevé a hacerse la ecografía abdominal. Toda gente querida que no se imaginaba lo que estaba sucediendo.
Viene a mi memoria la fuerza que tuve que poner desde adentro para no demostrar preocupación, para no transmitirle mis miedos, ni a él ni a mi madre. Continué y continué sin que nada me hiciera parar. No podía darme el lujo de parar. Cada segundo que pasaba para mí era una eternidad.
Eran como las siete de la tarde cuando logré reunir todos los estudios, yo estaba intentando recuperar esa semana perdida por la negligencia del Dr. Carlos.
Mi padre se había acostado y me dirigí rápidamente al consultorio para que éste los viera. Realmente yo no quise abrirlos antes.
Tengo presente su cara al abrirlos. Tengo presente su voz al decirme “…bueno, pero che, tiene una gran infección…voy a tener que bajársela…yo llamo al hospital para que te esperen con una cama para tu papá…andá a buscarlo y llevalo que lo van a estar esperando…” Delante de mí habló al Hospital pidiendo una cama y explicando que había una infección que bajar, que estuvieran listos para eso. En ningún momento se mostró ni remotamente nervioso tan siquiera para decirme que lo trasladara en una ambulancia, al contrario, siempre se mostró sereno, casi se diría rozando la indiferencia.
Busqué a mi padre y le dije lo que había dicho el Dr. Carlos, minimizando aún más la situación para no preocuparlos.
Lo ayudé a vestirse, bien abrigado porque hacía mucho frío. Noté un sinsabor en su mirada, pero había que hacer lo indicado.
Juntamos algunas cosas con mi madre y recuerdo que como la idea es que a los días regresaba, tal como lo había dicho el Dr. Carlos. “…Hay que tenerlo unos días para bajarle la infección…después vuelta a casa…” También recuerdo el simple saludo de mi hermano deseándole suerte. También el de mi hija mayor que había estado allí con él.
Emprendí entonces el camino hacia el Hospital con mi padre sentado en el auto a mi lado y mi madre atrás. Cumplí sus deseos de comprar algún dulce porque tenía mal sabor en su boca y aproveché para también comprarle algunas revistas por las dudas que se hiciera el tiempo más largo de lo previsto.
Pasé por el trabajo de mi esposo para avisarle y mi padre saludó a él y a mi hijo que se encontraba allí casualmente.
Legamos a destino casi inmediatamente. Bajó mi madre y se encontró con unas personas amigas que le preguntaron qué pasaba y ella les explicaba entretanto yo ayudaba a mi padre a bajar del auto abrigado para evitar que sintiera frío.
Hay unos escalones para llegar a la sala de espera del Hospital, ya no recuerdo si son cuatro, o cinco. O quizás seis. Lo qué sí se es que a mi padre le costó subirlos a pesar de estar apoyado en mi.
No hicimos más que abrir la puerta y un calor abrumador nos golpeó la cara. Entramos y le dije – “…ves papi, acá está más calentito, vas a estar mejor…” Él me dijo –“…si, pero yo necesito sentarme..”
En tres pasos se acercó de mi mano a las sillas de la sala, se sentó y pude ver como le costaba acomodarse. Siento su dificultad para respirar y me siento a su lado para ayudarlo mientras le pido que se acomode en el asiento y continúo sintiendo su respiración pero de pronto no escucho nada más y lo miro y sigo sin escuchar su respuesta. No escucho nada más….Solo lo llamo, solo le pido que siga respirando, solo grito para que llamen un médico urgente, solo me interpongo entre él y mi madre que estaba frente a él, solo intento no perder a los dos, solo tengo ganas de que hable, que me diga ya pasó, sana ,sana,solo quiero que todo sea un sueño.
Veo como aparecen inmediatamente los médicos del Hospital y lo arrastran en forma urgente a Terapia Intensiva y estoy sola, con mi madre, pero sola frente al horror.
Pido una silla para que se siente mi madre y explico que tiene presión alta y que está operada de un aneurisma. La ayudan a sentarse. Yo me quedo a su lado palpitando lo peor y transmitiéndoselo de forma …..de qué forma…..Ni yo lo sé. Solo sé que no quería que le pasara algo a ella también. Habíamos ido sólo a bajarle una infección a mi padre y acababa de tener un paro cardíaco sentado a mi lado en la sala de espera.
Qué le diría a mi hermano si algo pasara, qué le diría a mis hijos, cómo le diría a mi madre…. Que eterna la espera aunque fueron minutos, que serias las caras de los que pasaban. Algo no andaba bien.
Me llaman aparte de mi madre y el doctor del hospital me toma del brazo y me acerca a Terapia. Habrá pasado todo? Tengo derecho a una ilusión todavía? De pronto sale otro doctor de adentro y veo de soslayo las pertenencias de mi padre en su mano, siento más fuerte la mano del primero en mi brazo y empieza a decir - “… no pudimos hacer nada, lo intentamos pero no pudimos…”. Me siento caer, pego con las rodillas en el suelo frío del hospital y escucho un grito de afuera hacia adentro. Ya brota en mi la impotencia, ya nace en mi la incertidumbre, ya me siento envuelta en llanto y pidiendo explicaciones que no me saben dar. Pido llamar a la poca familia que somos, llamo a mis primos, les pido que le avisen a mi esposo y cuando me dicen si quiero que llamen al médico que lo envió increíblemente digo que sí. Seguramente en mi interior ya buscaba respuestas.
Todos acudieron a mi llamado. Menos el Dr. Carlos. El no tuvo el coraje de enfrentarse a la hija y esposa de un muerto que quizás no debía estar allí de no haber sido por su indiferencia. No tuvo coraje en ese momento ni lo tuvo después ya que nunca más supimos de él.
Para mí llegó el horror, la impotencia, el dolor punzante que no deja respirar, los días con su ausencia física y sin su palabra justa, sin su consuelo, sin mi compinche. Todo lo que siento aún, aunque ahora sólo me encierre en el baño a llorar o mire películas tristes para hacerlos sin explicaciones.
Pero también estoy en tiempo de lucha, de una lucha que no voy a dejar aunque a veces así lo parezca de tanto dolor que me produce el continuar con ella.
Pasados dos meses aproximadamente presenté una denuncia contra el Dr. Carlos en la obra social de mi padre que tenía una prestadora que lo tenía como “médico de familia”. Dije “..no podré probar su mala praxis, pero sí voy a probar el abandono de persona…”
He mantenido a mi madre y a mi hermano lejos de toda mi pelea porque los profesionales de la obra social son realmente sucios para defender lo indefendible. Se transforman realmente en gusanos dentro de la inmensa basura. Dan vueltas y giros y cambian los hechos y las palabras.
Lamentablemente yo soy la hija del otro Carlos, del muerto, del Carlos que mató Carlos, del error cometido que están pretendiendo tapar con tierra. Y seguiré peleando, aunque, me siga llevando años.
Mi Carlos hubiera hecho lo mismo por mí.
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