Intento ordenar mis ideas. Por la noche cuando creo haberlo logrado, duermo. Pero al despertarme, a veces, todo es un caos nuevamente. Supongo que alguno de mis viejos conocidos, los demonios (hace tanto que los conozco que estoy pensando en amigarme con ellos), se aprovechan durante mi sueño para desacomodarlo todo. Creo que son unos pendejos malcriados y parece que también incorregibles. Y no me queda otra que volver a ubicar cada cosa en su lugar. Sólo que a veces no estoy del todo seguro sobre cual es el lugar de cada cosa.
Las 4 en diciembre en Buenos Aires. Mi insomnio se acercó y me sacudió el hombro suave pero insistentemente. Traté de ignorarlo, pero es mas cabezón que yo y generalmente me gana. Pues esta noche se salió nuevamente con la suya.
Y aquí estoy, levantado y sin saber que hacer.
Increíblemente hace un frío nada estival. Dicen 14°C, yo siento 9°C y estoy usando pullover. Y yo tenía planes para este verano. ¿Acaso el cambio climático a decidido acelerarse? Sus manifestaciones mas molestas las venía esperando para mas adelante.
En la cocina me sirvo un café, espero que me impida cerrar los ojos y llegar tarde a la vida. Abro la alacena y elijo entre todos los frascos el de las vocales y el de las consonantes.
Vierto en un bol 150 gramos de vocales surtidas y 100 de consonantes. Quisiera seleccionarlas pero son pequeñas y tengo la vista cansada. Solo un puñado de harina para darle consistencia. Voy a batir la mezcla. Usaría la licuadora pero a esta hora es inconveniente. Despertaría a mi mujer y a los vecinos que me condenarían de por vidas con sus maldiciones.
Busco un plato adecuado a mi preparación. No lo encuentro. Opto por la pizarra negra emblanquecida de una tiza siempre pasajera.
Y sirvo para mí mismo mi alimento de hoy: “no te odio, te quiero”