Las Tres Estrellas.
No era la más hermosa, no tenía una larga cabellera dorada, ni ojos claros, y mucho menos una esbelta figura, pero era la reina.
Su hada madrina no había bendecido a la reina Claudia de Mijangos con belleza, pero le había dado tres estrellas por hijos. No eran como los niños humanos, sus pieles no eran morenas ni pálidas, sus pieles eran plateadas como el oro blanco de las más finas joyas, sus ojos no eran de algún color conocido en la tierra, sus ojos más bien parecían un par de destellos brillantes en sus inocentes rostros.
Claudia María era una estrella con el don de la bondad, Ana Belén tenía el don de la alegría y Alfredo tenía el don de la curiosidad. Eran buenos hijos, no eran muy traviesos y sacaban a relucir sus dones con modestia.
La reina estaba complacida con sus estrellas, los amaba y los cuidaba, les daba todo lo que un niño pudiera desear. Sentía que esos pequeños dotaban a sus días de cielos más azules y sus noches se volvían más calidas.
Pero como cualquier ser humano lo máximo nunca era suficiente.
Cada mañana al lavarse la cara se la tallaba hasta hacer enrojecer su piel. Se miraba en el espejo e inspeccionaba las verrugas, las manchas de sol y esas molestas rayitas que tenía marcadas a los lados de los ojos. Belleza, le gustaba repetir esa palabra en voz alta, lo cual le traía un escalofrío y una pregunta recurrente: ¿Por qué ella no era una belleza?
Una tarde una anciana con una canasta tocó a las puertas del palacio 408.
Claudia María abrió la puerta y su vista tropezó con la mujer en el peor estado entes visto; carecía de mejillas, el vestido que llevaba puesto además sucio estaba bastante roto y la desgastada tela resultaba poco abrigadora, su cara estaba sucia, los ojos lagañosos, las manos callosas y los pies descalzos. La bondadosa estrella la hizo pasar, le dio un vestido así como zapatos, le ayudo a lavarse la cara y acto seguido pasaron a tomar el té con las otras estrellas.
Llevaban una plática amena con Ana Belén haciendo los reír de vez en vez. Entonces la curiosidad de Alfredo hizo su aparición: − Disculpe señora ¿qué lleva en su canasta?-
La vieja sonrió a medias, arqueo las cejas y respondió: − Pero qué buena pregunta curiosa estrella. En mi canasta llevo dos cosas: deseos y cosas pérdidas.- La mujer calló a la expectativa de que otro siguiera preguntando y así fue: − ¿Cosas perdidas? ¿Cómo cuando pierdes una muñeca o algo así?- cuestionó Ana Belén.
− No. Me temo que es algo más complicado.- prosiguió la mujer. − Verán mis queridas estrellas, yo concedo deseos pero a cambio se pierde algo.-
Los ojos de Claudia María se abrieron mucho y al grado de casi trabarse preguntó:
− ¿Usted podría concederle un deseo a mi madre?-
− Claro.- aseguró la anciana mostrándole su amarillenta sonrisa.
La extraña fue conducida a la recamara de la reina.
− ¡Madre! ¡Madre!- gritaban los niños en el camino. − Tenemos a alguien que te puede conceder un deseo.-
Las estrellas presentaron a la mujer y la reina prestó toda su atención, de tan sólo imaginarse bella el corazón le latía más fuerte.
− Me gustaría que me hiciera una belleza.- pidió la reina.
− Su majestad desea ser bella ¿eh? Pero ¿esta dispuesta a perder algo?- advirtió la mujer con una ceja alzada y señalándola con el dedo índice. La reina asintió sin pensarlo mucho.
De pronto la mujer mostró su verdadera forma de bruja, la familia quedo estupefacta ante la escena; el largísimo cabello negro le volaba en todas direcciones simulando la llegada de la noche, de sus arrugadas manos salía magia negra cual nubarrones de tormenta, los ojos se habían tornado color rojo brillante, sonreía macabramente mientras soltaba una sabrosa risotada. Toda luz del cuarto comenzó a perecer, y cuando menos se dieron cuanta estaban en un vacío de colores y formas distorsionadas. La reina se volvió una belleza y poco a poco sus estrellitas se opacaron
− Su deseo es tan grande como lo que más ama.- dijo el viento y la muerte al son da la risa de la bruja. De las bocas de las estrellas salió su sangre y los niños quedaron dormidos.
La reina Claudia regresó a su recamara, tal y como había estado en un principio, pero ahora ella una belleza y estaba vestida con la sangre de Claudia María, Ana Belén y Alfredo. Era una belleza sin la bondad, la alegría ni la curiosidad de sus estrellitas.
La reina se lavó la cara una cantidad desmesurada de veces pero su piel no enrojeció ni un poco, en cambio de sus manos salieron pequeñas heridas. Sólo deseaba que su belleza se acabara para que sus estrellitas regresaran. Trató de arrancarse su vestido de sangre pero era imposible. Con la respiración agitada se miró en el espejo y por un momento vio a una belleza pero su rostro se deformó en el reflejo hasta convertirse en la cara de la bruja que volvía a reír a carcajada limpia.
ALDRIGHETTI
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