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-Así que a usted también le vendieron esa antigua idea de que la luna es de queso…
Mathias Dars remojó su bizcocho en el té de hierbas. La Baronesa miraba al vacío momentos antes de responder cualquier cosa.
-He llegado a la conclusión –prosiguió Dars ante la impasibilidad de la Baronesa- de que la luna no está hecha de ese lácteo prosaico, de escoria, o de minerales extraños a la naturaleza humana. Vaya, he llegado a la conclusión de que la luna ni siquiera es de luna.
-Si… -dijo la Baronesa- sin duda las vacas son animales terribles…
La Baronesa mostró una conmovida afectación al decir estas palabras. Parecía conmovida, casi a punto de llorar.
-…con esos ojillos tan tiernos… tan inocentes.
Una pausa dramática hizo que Dars casi sintiera simpatía por ella.
-La inocencia es una cosa tan terrible, ¿No cree, señor Dars?
-Sí –respondió el aludido- esto sin duda pondrá el apellido Dars en todos los libros de historia: “¡Se revela la naturaleza oculta de la luna!” “¡La verdad absoluta de Selene, puesta al descubierto por un granjero de la costa!” ¡Es un momento histórico, querida Baronesa!
La Baronesa miraba al suelo apenada. Gruesas gotas saladas bañaban sus pálidas mejillas, daba pena contemplarla mientras decía entre dientes: “¡Pobres! ¡Pobres vacas!” Dars brincaba de alegría en círculos: sin saberlo, trazaba funciones trigonométricas exactas en su extasiado baile. Si un geómetra hubiese pasado por ahí en ese instante, quizá hubiese podido dilucidar la ecuación de todas las variables del universo, que le hubiesen permitido conocer el futuro del mismo, y por ende, destruirlo. Para buena fortuna de todos los que gustamos de respirar, ningún matemático curioso pasaba por el vecindario en ese momento. Ambos personajes permanecían frente a sus respectivas tazas de té, murmurando “¡La luna! ¡He descubierto su secreto!”; y “Pobres, pobres vacas…”
No sè que hizo salir a la Baronesa de su letargo. Quizà la danza del joven Mathias le habìa terminado por conmover. Extendiò su bebida hacia el loco joven y brindo por su gloria mientras sus ojos se llenaban de agua y nieve. “Entonces” dijo ella “¿De què es la luna?”
-¡Hola! ¿Es que no es evidente? ¡La luna no existe! –la Baronesa dio un aterrado gritito- ¡Sì, señora Baronesa, o Duquesa, o Mascota! ¡La luna es un mito! ¿Es que no se da cuenta? ¡Es la sonrisa del gato!
La Baronesa rompiò en llanto. Desgarrò sus vestidos, matò dos o tres veces a Dars, que se reìa de ella. La Baronesa lloraba a grito pelado “¡Mis vacas! ¡Mis pobres vacas!” Dars continuaba rièndose en medio de su agonìa.
-¡Sì querida señora! ¡La luna es la sonrisa del gato! Por lògica, la tierra es uno de sus ojitos de gato…
En ese momento despertè. Me relamì los bigotes. Afilè mis garras en el respaldo de un sillòn muy fino, sin darle importancia a los seres diminutos que se extasiaban con mi sonrisa burlona.

Texto agregado el 05-02-2010, y leído por 160 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
19-02-2010 Gran cuento, sin duda!! Me transporté a Alicia en el país de las maravillas. Me parecía asistir a una de las conversaciones del sombrerero loco y ver al gato burlón al fondo. Genial narración, muy ingenioso!!!! ****************** nayru
05-02-2010 Uno. Kodiak
05-02-2010 pasé por aquí, y primero me llamó la atención tu título, después leí con gusto tu cuento. Me gustó mucho tu forma de narrar, y tus cambios de diálogo. estaré atenta cuando vuelvas a escribir. Saludos gatoligia
 
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