Cuando adquiero un cartón con algún juego de azar, lo atesoro y lo guardo por algún tiempo. Entretanto, sueño que gano el premio, decido prioridades, descarto luego algunas y las reemplazo por otras. Me imbuyo en el papel de millonario, me calzo sus zapatos y recorro las calles con tranco seguro. Esa sensación es la que pago al comprar el cartón aquel y no tanto la utópica posibilidad de adquirir el premio mayor.
Pero, luego decido que ya mis sueños han colmado esos pocos pesos invertidos y reviso el cartón. Por supuesto, nunca gano, a veces consigo puntuaciones vergonzosas, demostrándome con minuciosa frialdad la diferencia entre los sueños y la tan tajante realidad. En otras ocasiones, recobro lo invertido y, por supuesto, de inmediato lo invierto en otro pasaje a lo onírico.
Algunos aconsejan vivir la realidad ya que los sueños a nada conducen. Yo diría todo lo contrario. Soñar despierto es atributo de unos pocos y es algo muy aconsejable para la salud, ya que se eliminan las ansiedades y el organismo responde mejor. Además, por si alguien aventura un dejo de irresponsabilidad en este relato, les recuerdo que las deudas son los mejores despertadores que uno puede tener, ya que con puntualidad agobiante nos declaran sus demandas. Ante eso, no hay sueño que valga. Sólo comprar un nuevo cartón y encomendarse a todos los santos para que la suerte nos sonría alguna vez. Con el agregado inestimable de un buen surtido de sueños gratis…
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