El relojito despertador, que incesante labora sobre la mesa de noche, señala las nueve y cuarto de la mañana, la pijama pegada al cuerpo, el calor sofoca la habitación fuertemente encortinada y franqueada por un sol ecuatorial que amenaza con evaporar el asfalto; un viejo ventilador ronronea toscamente desde el fondo de la habitación, las gotas de sudor que resbalan por el rostro de María dan fe de la inutilidad del mencionado aparato.
La posibilidad, de que venza el sueño y quedar dormida, se desvanecerse lentamente con el paso de los minutos; el calor aumenta sin dar la mas mínima tregua, el deseo de tomarse un vaso de agua fría se ha apoderado de su mente y la impulsa a dejar la cama; descalza camina en dirección a la ducha mientras se retira perezosamente la sudada pijama del cuerpo, la arroja al suelo al lado de la puerta del baño, toma del lavamanos un vasito plástico con la cara del pato DONALD, y abre la llave del grifo... de Nuevo no hay agua.
La idea de tener que salir sin ducharse le asquea, pero tiene que ir a trabajar y bien sabe que cuando cortan el agua en el barrio demoran de dos a tres días en reconectarla(es un barrio pobre donde no importan los derechos humanos ni ninguna de las patrañas que dicen los políticos en fechas de elecciones) putea en voz baja, se coloca una sudadera vieja y una blusita blanca que encontró bajo la cama; salió del cuartico, bajo por las escaleras, de nuevo el viejo pervertido del quinto intento tocarla mientras se cruzaban en el pasillo de la portería, cruzo la calle y entro en la tiendita de don Carlos; se tomo un tinto y compro dos bolsas de agua de $ 400 para poder asearse con un trapito y así evitar un mal olor durante las diez horas de trabajo que le esperaban .
Subir los siete pisos y esperar no encontrarse con el “viejo asqueroso” del quinto, como todos los días las matronas del cuarto piso critican de toda la gente del edificio, y los niños de la negra lloran del hambre, subir hasta ese infierno que llama casa y caer en cuenta que dejo las llaves de la puerta en la tienda de don Carlos, tener que bajar de nuevo, y los niños de la negra, el sádico del quinto, las viejas chismosas y el gato muerto que se descompone en algún lado del viejo edificio.
Una toallita vieja, que guarda en el cajón de la ropa interior y “el baño del gato” como decía la abuela, sobarse el trapo húmedo por las sudadas axilas, por las pegoteadas piernas, pasarse la toalla por el acalorado sexo, quitarse las lagañas de los ojos; luego el uniforme de trabajo y mierda hoy no se puede ensuciar, luego a revisar la gaveta de la cocina y ver si quedo un pedazo de pan para el desayuno... y no ,toca aguantarse hasta la noche o hasta mañana...
Una hora y veinticinco minutos apretujada en el interior de un destartalado bus, de pie a su lado, una señora con dos niños en brazos intenta equilibrarse, apoyando un codo en la espalda de María, que se apresura a acercarse a la puerta trasera del vehículo con el fin de poder descender de este; el paradero del bus la deja a veinte minutos a pie del edificio donde trabaja fregando los pisos y lavando los baños.
Con un retraso de diez minutos María entra presurosa pidiendo disculpas al supervisor que la mira y hace un gesto de desaprobación, María se toma el cabello con una moña rosa, se coloca los guantes plásticos, toma un balde, una esponja y un cepillo; se arrodilla en la mitad de la sala de recepción del edificio y empieza a limpiar el inmenso logotipo que en letras doradas dicta: Ministerio de seguridad social y lucha contra la pobreza.
|