“Volverán esos días de antaño, cuando en mi barrio no era un extraño y, las heridas en las rodillas punzaban más que los fuertes dolores de este corazón”. Armando Rosas.
En la infinita pureza de mi niñez, imaginaba que con el paso de los años encontraría a la mujer perfecta. Una mujer con la calidez de las manos de la abuela y con el amor incondicional de mamá.
Platicando con amigos, entre carritos y muñecos. "A quién no le impresionan los aviones, o los inmensos trenes al pasar sobre las infinitas vías" Nos preguntábamos, por lo que empecé a creer que tal vez no sería mala idea, en un futuro, compartir mi vida a lado de una operadora de la más descomunal máquina de vapor jamás antes vista, o mejor aún, una mujer bombero.
Pasó el tiempo y tanto la pubertad como la televisión jugaron su papel. Así que, comencé a fijarme por primera vez en las chicas que daban degustación en los centros comerciales. En edecanes y modelos de televisión. Vedets, prototipo de apariencia y pose. Pasarela de imagen y falsedad, carentes de autenticidad. Pero esas mujeres de sonrisa fingida indudablemente agonizaban de alegría por lo que, me concentré en una mujer autentica e intrépida, con metas bien definidas. Una mujer pirata.
Pensando en la frase, “El fin justifica los medios” es fácil deducir que en el ambiente intranquilo de un pirata donde sólo importa el fin, no hay espacio en términos prioritarios para el amor, por lo que, en un intento desesperado y convencido de que la apariencia es lo menos importante, empecé a suspirar por aquellas tiernas e inexplicables mujeres llenas de pasión y espejismos. Me aferré a una “mujer” sirena.
Los años se atropellaron y se me empezaron a amontonar en la espalda. En el curso de esos años, mujeres de diversos tipos se cruzaron en mi camino. Unas más tiempo que otras. Unas más formales que otras. Tal vez unas más bellas, tal vez no. Lo cierto es que a todas les faltaba algo…
Luego te vi. Como sol emergiste entre el fango de mi insensatez y mi mundo se transformo. Mi vida tomó un verdadero sentido. Por fin sentí que las piezas de mi ajetreada vida dejaban de ser un revuelto de masa sin forma, dando pie a la estabilidad nunca antes tenida y siempre deseada. Te abrí mi corazón y te di lo mejor de mí, pensando: "¡Por fin, la mujer perfecta para mí a llegado!" Ya no tendré que buscar más. Pero hoy, al verte vibrar en otros labios. Al observar que te desvaneces como el vuelo de un delfín, rápido, fugas entre mis brazos por besos desconocidos; sólo se me vino a la cabeza una mujer…una mujer con corazón. |