Cuando Gregorio Samsa se despertó, tras una noche agitada de mucho soñar, no se había convertido en nada en especial, seguía siendo Gregorio Samsa. Y ese hecho, tan normal, tan lógico, le pareció –por sorprendente que fuera- extraño. Mirándose al espejo, reconociendo en él sus rasgos de siempre, su mirada somnolienta de todas las mañanas, su rictus inexpresivo de cada día, sabiendo exactamente cuál iba a ser su rutina, todo eso le hizo sentirse como un insecto, un ser desprovisto de cerebro que se limita a cumplir escrupulosamente las instrucciones necesarias para seguir vivo, sin plantearse jamás un cambio drástico que le emocionara, sin ni tan siquiera imaginar que ese día –como todos los días- fuera a suceder algo que no fuera lo ya visto ayer y lo previsto para mañana. Ese tipo de pensamientos no eran propios de Samsa, un hombre curtido en la árida tarea de contable en un banco, él mismo se consideraba como una persona cabal, fría, recta, sin más pretensiones que las pertinentes a su momento, a su escala social y a lo que las buenas costumbres dictaban. Pero la extrañeza se disipó momentáneamente cuando el agua fría le bañó el rostro, un gesto que le sirvió como interruptor que le anunciaba el comienzo de su ritual matutino antes de dirigirse al trabajo.
Pero al verse en el comedor, con su desayuno habitual, con la presencia adusta de su madre –que no olvidó recordarle que debía pedir aumento de sueldo a su jefe, que debía esforzarse más, que ya era hora de que ascendiera, que así no iba a conseguir nunca una mujer de la categoría que tu familia requiere-; la coquetería exagerada de su hermanita; y la no-presencia de un padre demasiado enfrascado en su aburrida hosquedad; al verse así, Gregorio volvió a sentirse invadido por ese extraño sentimiento que le había asaltado nada más levantarse y, dando un paso más, deseo que sí, que casi le gustaría que le sucediese, que bien podría un buen día convertirse en un insecto porque tanto daba ya. Dio un sorbo a su café –sin azúcar, eso es un capricho de espíritus débiles- y miró su reflejo. Y creyó ver, por un momento, que sus ojos brillaban quien sabe si de esperanza, de esa esperanza de que sí, hoy puede ser que no, pero mañana sí, mañana van a cambiar las cosas.
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