13 de enero
Me acompañaba Maité, en buena hora. Es mejor tener compañía cuando alguien nos dice: tu padre acaba de fallecer o tu hijo ha sufrido un accidente. Y sí, es necesaria la mano amiga, del amor, de la compañía solidaria para recibir noticias ingratas. La sala de espera no era opresiva, típicos sillones magros con madera curvada en sus posa codos, mostrador de atención espacioso, cabezas de las asistentas asomándose apenas como piezas de un palitroque monocorde. Luz suficiente para leer revistas de modas y chismes y enterarse de las curaciones milagrosas en medicina oncológica. Cierta tensión en el ambiente, rostros preocupados, pensativos, ausentes, las sonrisas sobraban en un consultorio donde se trataba una enfermedad tan seria. Aminoraba las tensiones conversando con Maité, ella es callada, esta vez quiso ser locuaz. Cuando me anunciaron la cita me tomó de la mano con fuerza, segura de su ánimo. La enfermera nos precedía, cortés, profesional. Ingresamos a un pasillo que pronto se quebró hacia la izquierda. Piso lustroso, bien cuidado, olor a medicinas. Nos abrió la puerta como un torero hace un inútil pase de pecho y nos dejó frente a la sonrisa beatifica del médico que nada bueno prometía. De pie, delgado, bata blanca, un tanto presumido, autosuficiente. Se le reputaba como una autoridad en su campo. Me miró neutro, sin señales. Percibí su turbación al mirar a Maité. Se acomodó en el asiento giratorio, revisó los resultados. Simuló leerlos, evitando mirarnos, dijo:
- Lo que presumía, señor Montalvo, sus antecedentes ¿no?, era lo que esperábamos, las muestras tienen carcinomas.
Sentí el silencio del dolor, la ausencia de puntos cardinales. Mis partículas se sacudieron una sobre otra hasta llegar a la punta los pies. ¿Es lo que oigo? Respiré profundo, lo miré tranquilo. Intuí el resultado desde el inicio de la tanda de análisis. No podía terminar de otra manera una disfunción de tantos años. Algún día tendría que enfrentar a una verdad semejante. Nos miramos con Maité.
Siguió hablando.
- Le hicimos seis muestras. Cuatro están limpias sin vestigios y dos tienen el mal. Hiperplasia estromal y adenocarcinoma de próstata. Leason 7/10, es agresivo.
- Bueno, lo sabía, usted adelantó esta posibilidad. Mis antecedentes familiares, mi largo historial de problemas. No es novedad. Lo esperaba.
Maité me tomó de la mano, ajustó sus dedos.
- Hay que enfrentarlo, señor Montalvo. Las posibilidades de salir bien son muchas. A su edad, el 85% de pacientes superan el cáncer detectado a tiempo. El 15% restante puede recibir un tratamiento de calidad por quince, veinte años. Así es que tranquilo.
- Si, estoy tranquilo, descuide, estoy bien. Dígame que hay que hacer.
A pesar de intuirlo, a pesar de las certezas previas, qué duro resultaba saber la noticia oficialmente. No me ayudaban los malditos genes. Un hermano con el mal, mi padre atacado con lo mismo. Y las molestias de toda mi edad adulta. Pero bueno, hay tiempo. Y ojala que no esté ramificado, eso es lo mas importante. ¿Maité?, tan joven. ¿Tiene que pasar por esta prueba?, ¿porqué? Tendremos que hablar, si, hablaremos, aún cuando ya lo hicimos.
Las palabras del médico me sacaron del ensimismamiento. Sonaba sereno.
- Si, confianza, mucha confianza. Ya ve cómo está su hermano superando los problemas, cada vez mejor. Hace dos años de su operación y camina y está muy bien. Es una excelente referencia. Y ahora debo indicarle exámenes adicionales.
Borroneó una cuartillas blancas y marcó aspas en páginas impresas. Requerimos ver cómo están sus pulmones, la zona del vientre, y también los huesos. Debemos descartar que el cáncer se haya extendido a otras zonas del cuerpo. Es un chequeo de rutina. No creo que hallemos nada complicado señor Montalvo, no habrá problemas, lo veo sano. ¿Qué es estar sano?, ¿estar libre de enfermedades? ¿Es caminar tranquilo, sin deudas con el pasado, siendo optimista, sin deudas? No, no estaba sano, nunca lo estuve.
El consultorio me asfixiaba, debía salir de esa carcelería. Caminar en libertad por las calles del vecindario, conversar con Maité. Era la segunda vez que me hacían un diagnóstico similar. La primera fue hace muchos años. Noté un abultamiento en mi garganta , a la altura de la tiroides. Un especialista recomendado me revisó como un conejo de pruebas. Palpó mi garganta, la vio de cerca, de lejos, de costado, pero nada más, y concluyó que era cáncer de tiroides. Así, sólo palpando, tocando. El estúpido especialista me recalcó que pasara las fiestas de navidad y año nuevo en familia, me operaria en enero. Nunca olvidaré al estúpido, me quedé clavado en la silla. Luego caminé sin rumbo hasta que la noche hizo peligroso continuar. Mis hijas estaban pequeñas y mi matrimonio andaba bien, o regular. No conté la novedad, pero me sumí en un silencio sepulcral que nada pudo evitar. Días después visité a un segundo especialista que rectificó el diagnóstico inicial. Pasé por una serie de pruebas que finalmente me devolvieron la tranquilidad. Ese irresponsable médico esta ahora bajo tierra. Pero esto no, no era igual. Estaban las biopsias, no había dudas.
Al salir conversé con su asistente. Una expeditiva mujer que me ubicó en el tema del seguro médico y las orientaciones indispensables. Esperaba que el tema funcionara. No estaba para asumir gastos imprevistos de tal magnitud. Lo renové contra el tiempo, a fuerza de visitas de la vendedora. ¡Qué cosas que tiene la vida!
Afuera la tarde fenecía, los autos se desplazaban con pereza y el calor del verano no era el mismo de antes. Tantas cosas no eran las mismas de antes.
Caminé con Maité sin rumbo aparente. Me tomó de la cintura y se pegó a mi pecho. Saldremos de esto, Arturo. Venceremos juntos todos estos detalles menudos. ¿Eran detalles menudos?, quizá sí. Quizá era lo que me faltaba para terminar de salir de todos mis problemas. Pero igual, la ciudad me pareció menos amable. Pensé en mis hijas. Evitaría decirles. Tenía a Fernanda fuera del país. Si, callaría la información.
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