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Hoy suspiro cuando cierro los ojos, me hundo en el hombro de Cristina intentando llegar al aroma de la piel, el perfume me ampara en su pecho aunque en los pensamientos sueltos se fijan todavía esos ojos blancos tal migas de luna o luciérnagas: vuela aún el ave negra, esta de la cual relataré el plumaje de un negro azabache y brillante hasta en ausencia de luz, su pico de un gris muy intenso como hecho de porcelana exótica, las garras también de un pardo áspero y pavoroso tal un acervo de uñas macabras, mugrientas, quizá parecidas a espinas renegridas también como la lengua seca.
Del pájaro no se habló más, vino a lastimarme y pareció esfumarse del recuerdo de ella desde aquellas altas horas; ni intento nombrarlo siquiera, desde aquella noche prefiero callar, ambas lo preferimos lejamente oculto. Acostada bajo la cobija permanecí cuando lo oí entrar por la ventana, la enorme persiana que abre el balcón hacia Ciudad de la Paz, un enorme pavor terminó invadiéndome cuando el primer chillido surcó la oscuridad de las cuatro y veinte, la noche en soledad, una presencia funesta en mi cuarto aleteando viento negro, posándose cerca de mí e hincando su pico en mi costado, en el vientre. Al primer trozo de carne lo tragó y apenas pude sostener el grito. Vi la figura en mi mente de mi hermano fallecido, distinguí una de las chicas como si estuviera soñándola; noté desvanecerme cuando hundió de nuevo el pico y casi llegó a mi costilla. Vi una cara adormecida y pensé que era la mía, supuse al rostro de mi novia angustiado como el mío en la imagen difusa cual pensé de la muerte. Creí perecer en el abrir y cerrar de ojos, vi desfilar muchos sucesos tal como Cristina desnuda con sus ojos grandes y marrones, su boca semiabierta aguardando un quejido desde la garganta.
Pasado un lapso oí su partida, se fue y yo paralizada encendí la lámpara. Sudada me saqué la remera y la arrojé al suelo toda teñida y húmeda. Cristina despertó, tomó poco a poco mis manos y me alcanzó un trago de sevenáp caliente desde la mesita de luz. Ella a la izquierda no consiguió descubrir mi lastimadura grande y latente, soporté dolorida hablándole sin preocupación mientras seguía inmóvil, tal vez me cayó mal el arroz, sí, una siempre tiene pesadillas cuando come mal, mi amor tenés los labios secos, dormite por favor. Medió un beso en los labios y la paz volvió oscura al cuarto, la ventana siguió abierta anhelando al menos una bocanada de aire. Cristina se acercó a mi cuerpo mimándome y besuqueó en el cuello su cariño, me dijo no poder dormir, sentí su tibieza en mis senos y sus manos resbalar, yo le mantuve oculta la herida en lo oscuro. La toqué, comenzó a bajar besándome en las piernas hasta sentir su lengua despacio y delicada en mi sexo. Eso me tranquilizaba. Agradecida le peiné la nuca mientras su contacto me relajaba más, casi no sentía la sangre del costado. Hasta empecé a advertir nuevamente el ahogo de las imágenes: mi hermano yendo muerto hacia no sé dónde, un senderito incomprensible donde empecé a correr y vi a mamá, a papá, el auto destrozado al borde del caminito que fue la ruta y los llantos y los cuerpos sangrando al costado del camino y la lluvia gris del cielo de la pampa bonaerense. Vi a Cristina haciéndome al amor con la lengua, sus senos enormes y suaves y ricos, su boca deseosa de beso, sus dedos analmente hermosos mientras nos bañamos solas en un lago como los del sur pero de aguas calientes. La ducha con Cristina, el dolor de ver a mi hermano yéndose luego lejos de mamá y de papá por la ruta negra de asfalto, los alaridos sordos ya sin sentido. La nena esta bien, se golpeó nada mas tiene un golpe en la cabeza, la puta madre, vengan acá, la nena por favor.
La sábana quedó por mi cintura, cubría a Cristina entre mis piernas abiertas como cuando jugábamos al circo con mi hermano, en la cama de mami. Abrí los ojos y estaba ahí frente a mí parado en el respaldo de la cama. Lo veía como al revés, mi miedo sólo imaginaba su espantosa forma; lastimó mis senos, los llenó de algo patinoso como una saliva más, mientras mordía los pezones mis voces no desconcentraban el amor de Cristina.

Vi un mar mezclado de cielo, pensé que era al principio un cielo girando como un centrifugador conmigo en el medio, creí divisar olas pero las confundí con nubes. Me supe incorporada y era un sol llegándome al rostro bronceado, puse los pies sobre el suelo pareciéndose a la arena de un mar, como si mi yo se hubiese ido y abandonado, yo alejándome de mí, no quise ser yo sino mi yo de verdad. En el andar miré hacia atrás y me vi acostada en la cama junto a Cristina pero yo ahora era una historia paralela: yo acá y mi yo Aldana lastimada por un pájaro extraño tal si un bache se hubiese hendido, una oquedad en lo perpetuo me hubiera tragado a una narración tan mía como la mía en la cama con ella, con Cristina, yo y Cristina pero yo no era más que esa playa y el mar con el sol. Vi arena manchada de sangre, a mi hermano arrojándome la pelota para que la corra, a mamá sentada en la lona y a papá riéndose con esos bigotes: lo hacían tan lindo, mi papá era lindo con el mate en la mano y esa malla anticuada (un short de fútbol, Club Atlético Platense o algo así) y esa sonrisa de vernos jugar en la playa, che cuidado con la gente, la radio AM buscando en el dial borrado alguno del Polaco o de Pichuco, la vista fijada como si el dial no quisiese dárselos, esto no funciona carajo.
No los había visto tan felices como yo también, eh patiámela acá, dónde te habías metido dale che, me miré y deseé el agua salada y mi hueco al costado me ardía pero mamá me llamó a curarme, ponete esta Curita y no te toques, no pasó nada mi amor, nana nana, sana sana colita de rana, eso por no prestar atención te andás lastimando. Mamá era buena pero papá mas dulce, mamá lo quería más a Roque porque era mas limpito y prolijo, a mí no tanto porque me pegaba cuando papi no estaba y yo lloraba mucho pero escondida, y después papi me daba un paquete de Sugus que había comprado en lo de don Clito. Mami se reía poco y le molestaba cuando me veía jugar, la recuerdo volcando el agua desde la pava al termo rojo, quedate quieta ahí que esto quema, te dije que estés quieta. Yo quiero con papá porque a vos no te quiero, revivir, quisiera estar viva y poder volver a casa todos juntos porque tuve que volver sola, y vos me mandabas sola al quiosco y a mí me daba miedo, y no le llegues a contar a tu padre mocosa, no seas maricona y aprendé de tu hermano. Volvía sola nunca me sentí tan sola como volviendo del mar a casa, dónde está papá, quisiera revivir, quiero volver pero con todos porque los quiero y quiero estar en casa, mamá, quiero volver a casa con vos y con Roque. Vi destrozarse los cuerpos, un montón de vuelcos en el viento y mis pezones quedando en el pico con un hilo de carne aún amarrado a la piel, el sueño parecía mezclar sus aguas con una fiebre dolorosa y larga.
Estuve de nuevo en el viaje en la ruta y papá manejando rápido, el Falcon es rápido che, y no hay nadie. Recuerdo al ave negra volando bajo y estrellándose contra el vidrio, un hueco de la eternidad para llevárselos a ellos así como así y a aprender a vivir con la muerte, yo solita. Fue un accidente, dejate la Curita y cuidate mucho y no te lastimes mi amor, ahora estás desmayada me dijo papá, estaba en malla y en la playa y me dio un beso en la trompita con esos bigotes que me hacían cosquillas. Cristina siguió besándome lento en la mejilla, me dejó en paz y me cubrió con la manta hasta el cuello creyéndome dormida; ella es dulce y me cuida y me quiere, yo la quiero y me encanta cuando se preocupa por mí. Sentí otro graznido, su pico comiéndose la carne del costado y la sangre saliéndose; tuve frío y fiebre, miré toda la habitación y lo miré ahí tan brillante y negro, los ojos eran blancos y el pico abierto me recordaron a las fauces de un cocodrilo. Quedé hipnotizada entre tanto estruendo de aullidos latosos. Voló desde el lado de la cama hasta mi cara y hundió un par de picotazos en mis ojos. Alcancé a pegarle un empujón en el aire, la toqué a Cristina pero ella estaba ya dormida. Tal vez la pérdida de sangre me hacía desmayar enseguida una y otra vez, entonces papá y Roque y mamá, la ruta los gritos la policía y la ambulancia; la playa; entonces quedé boca arriba cubierta por completo hasta la cara, puse ambos brazos contra el pecho y las palmas hacia arriba, vi la voz de papá diciéndome mi amor, esperá a que se pose en vos nuevamente, después sentí sus garras abiertas sobre mí. Parecía buscarme a paso lento sobre mi cuerpo, bajo la sábana el miedo me quitaba el respiro y yo sentía cada paso como de manos abiertas, lo tomé como se toma a alguien de las muñecas e intenté asfixiarlo, chilló incesante cuando lo envolví con la manta y mi mano lo cazó de repente y le dejó descubierta la cabeza. El cuello erizado le era pequeño, el aleteo en vano, la presión casi lo comprimía del todo. Oí un beso de papá en mi boca, sentí latir el corazón del ave en mis manos y los graznidos ahogados. Le grité y Cristina abrió la ventana, tomó el martillo de mi caja de herramientas y le reventó la cabeza una y otra vez, muy duro y con mucho llanto y con mucho asco y asombro.
La cabeza del ave se transformó en la de mamá, violentamente la tiré por el balcón cayendo muerta sobre Ciudad de la Paz. Entonces abracé a Cristina y fue así como engañé a mi muerte, fue así como abracé a Cristina y lloré horrorizada.

Texto agregado el 03-02-2010, y leído por 124 visitantes. (0 votos)


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