Cuando amanece, este olor a mudanza
acelera un tiempo que me gusta robar,
un poso de tristeza en el primer café de la mañana
vierte un número indeterminado de recuerdos sobre el mantel,
el pijama sigue oliendo a sábanas rozadas
y a una melancolía de estar por casa
que descorre las cortinas y se asoma, todavía dormida, a la ventana entreabierta.

Entre los papeles desordenados del escritorio malvivo, desamparado, memoria de otro tiempo, de otro yo.

Sobre la mesa las manos se malgastan,
la ausencia, compañera de pretextos, me desprecia.
En este momento noto que me he ido,
que ya no vuelvo.

Acostumbrado a que después del segundo café
desaparezca la tristeza del primero, el de todos los días,
y que el pijama sea simplemente
el que me vuelva a enfundar esta noche,
sin olor a sábanas rozadas ni a ausencia ni a melancolía,
y que la memoria se organice en catálogos viejos
cubiertos de una capa de polvo
sobre la que alguien escribiera "no te olvidaré jamás".

Me sorprendo llorando,
recién duchado,
dando orden a mis viejos papeles
que se confunden con el olor de mi pelo recién aclarado
y pensando en el pasado,
las palabras y momentos que, tarde o temprano,
deba, definitivamente, atreverme a cerrar.

Monterrey, 13 de junio de 2004