Sintió el puñal desgarrando sus carnes,
era su hijo, que de tierna imagen del pasado
transformada en fiera le atacaba,
su mente torpe retrocedió a aquellos años
en que acunaba a ese bribón entre sus brazos,
tan tierno, tan indefenso y como sus manitas,
esas que hoy le arrancaban la vida,
se movían locas buscando su cariño.
Cuando la sangre se desbordaba en su pecho
vio a ese engendro dando sus primeros pasos,
piernas regordetas, cabello crespo y en sus labios
la palabra papá asomando como una caricia.
la anemia comenzaba a hacer estragos, osito
de peluche, pelota de goma, camioncito
y en su pecho una rosa roja arrebatándole sus días,
la fotografía de un niño sonriendo en la tina
un baño infantil y un baño de sangre, vida y muerte
entremezcladas en su mente casi yerta: terno
y corbata, primer día de clases, gerente diminuto,
pequeño ángel haciendo sus tareas y ahora
acabando de una buena vez con ésta, tramada
en sueños pretéritos dictados por el resentimiento,
odio mezclado con llanto, de sus ojos desorbitados
escapan lágrimas de purificación y el padre tendido
con su mirada borrosa, le tiende sus manos
para que aseste el golpe final, la rúbrica perfecta
y el mocetón llorando a mares arroja el puñal
y se abraza a ese ser exangüe, a ese guiñapo triste
que aún tiene aliento para brindarle una sonrisa.
-Padre, padre- gimotea el hombre que de pronto
retorna a sus primeros pasos y es ese niño
de cabellos crespos y mirada cristalina que
sonríe dentro de su tina, mientras tanto
el progenitor agoniza y goza con esa imagen plena
que le sabe a perdón, a promesa, a vida eterna
y se despide con su mano pálida, de esa ensoñación
porque ha sonado el despertador y el hombre
contempla aturdido por el brusco despertar
como ese mozalbete se acerca a su lecho
y le abraza con fuerza para decirle al oído:
-¡Feliz día papá!- mientras un puñal rueda por el piso…