El maldito silencio, la impotencia del desgarro inevitable ante el juicio implacable. Ojos presentes y tacto sutil se deben tomar cadencia sigilosa. Es el momento en que lo visceral se hace emocional y los instintos corren, la sangre hierve con ira, los ojos se calvan con malicia. Quisiera gritar pero no puedo, nadie escucha y es para salvaguardar el frágil equilibrio que pende de un agudo acto de fe. La sangre te llama pero la psique trata de calmarla, quiere atravesar mis poros y bañarte con el fervor perverso de mis tiernas miradas, llenarte de dagas que sean como besos, quitarte la vida y encontrarte infinita. Sin embargo, perplejo me encuentro, sintiendo y acariciando el hielo. Tus pasos se alejan en musita calma, en violenta tranquilidad. Mis brazos te gritan, mi sangre te llama; no hay olvido, solo memorias de heridas afables que están presentes; maldigo el silencio que tumultuoso subleva mi espíritu al momento exacto de perder el rostro. Mi sangre te llama al compás en el que mi fuego se vuelve tuyo; todos los días mi sangre te pide y mi alma suplica…no te vayas.