En la crónica de la exposición “Dominó Caníbal”, publicada por el periódico El País el día 23 de enero, figura una foto de la instalación creada por Jimmie Dirham para la misma. Eso, al menos, consta en el pie de la foto, en la cual pueden verse una caja de embalar hecha con listones de madera; una serie de bidones y latas de distintos colores, al lado o encima de aquella; y un gran neumático, situado a la derecha de todo. Si bien esta mera acumulación de objetos no entra dentro de lo que yo considero arte, sería absurdo sorprenderse o escandalizarse, habida cuenta de la oferta de la gran mayoría de los museos y galerías de arte en la actualidad. Hace tiempo Antonio Muñoz Molina utilizó un símil que me parece muy apropiado para el arte moderno, según el cual éste vendría a ser una especie de chiste que originariamente pudo tener su gracia, pero que, a fuerza de repetirse hasta la saciedad, la ha perdido por completo. Así, determinado tipo de pinturas y esculturas que, en el inicio de las vanguardias (hace más de medio siglo ya), se beneficiaron del prestigio de todo aquello que es novedoso y anticonvencional hoy no producen sino hastío y nausea (y son puro establishmnet).
El artículo del suplemento cultural del periódico relativo a la misma exposición, publicado también el día 3 de enero, se ilustra con una fotografía del mencionado artista, en la cual se observa al fondo una “parte del material para su instalación”. Eso, al menos, consta en el pie de foto. Pues bien, resulta que dicho material es el mismo que el que aparecía en la foto del periódico descrita anteriormente. Y la forma de estar agrupados los elementos es idéntica en ambos casos. La contradicción resulta patente: o bien el suplemento cultural tiene razón y la caja, los bidones, las latas y el neumático son la materia prima del artista, o bien el periódico tiene razón y son la propia obra de arte. Leo con detenimiento ambos artículos y concluyo que la hipótesis primera es la correcta: la fotografía ha sido tomada antes de que el proceso creativo haya dado comienzo. Pero eso es lo de menos. Lo de más es que hoy en día es completamente indistinguible la obra de arte del material con el que ésta se realiza… y además nadie se sorprende de ello.
Miguel Ángel Buonarroti sostenía que sus esculturas ya estaban en la piedra y que su labor no era crear nada nuevo, sino saber ver lo que ya existía. Su trabajo consistía, según eso, en separar del bloque de mármol la parte que no pertenece a la obra de arte. Esa tarea puede parecernos más o menos importante, más o menos artesanal, o más o menos genial, pero es una tarea que hay que llevar a cabo. Lo que sería inconcebible es que Miguel Ángel se presentara ante Julio II con pedazo de mármol tal y como había sido extraído de las canteras de Carrara y, acto seguido, le preguntara al papa qué le parecía su nueva obra.
Y es que la tomadura de pelo en el mundo del arte ha llegado a unos límites alarmantes. Cada vez es más complicado distinguir lo que es arte y lo que no. Mencionaré sólo dos ejemplos (supongo que hay muchos más). Ambos, con unos protagonistas inesperados: las señoras de la limpieza. En 2001 una de ellas tiró a la basura una obra de arte del cotizadísimo artista británico Damien Hirst. En 2004 otra empleada arrojó a idéntico lugar otra obra de arte, en este caso del artista alemán Gustav Metzger, inventor del arte autodestructivo. ¿Hubo un complot de las señoras de la limpieza contra el arte moderno a principios de este siglo? No lo creo. Mi opinión es que se trató de simples confusiones, derivadas de la propia naturaleza de las obras de arte expuestas. Veamos: la primera de ellas, la de Gustav Metzger, consistía en una bolsa de basura repleta de cartones y periódicos viejos, en tanto que la segunda de ellas, la de Damien Hirst, estaba formada por un cenicero lleno de colillas, botellas y paquetes de tabaco vacíos. Supongo que a este paso va a ser imprescindible que los empleados de la limpieza asistan a cursillos de arte que enseñen a diferenciar los objetos de arte de la simple y llana basura.
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