-“¡Eso es una locura!. ¿Por qué?, dime entonces ¿por qué lo hizo, es acaso que estaba confundida? – dijo irónicamente – ¡No!, ella sabía muy bien lo que estaba haciendo en ese momento. Lo veía venir, pero no me atrevía, o mejor dicho no quería creer lo que hace ya dos meses sospechaba”.
-“Entonces dime Ariel, ¿cómo es posible que halla escuchado lo que oí?, yo no miento... tú lo sabes”.
-“Eso lo sé, no es que esté dudando de tu palabra, pero es que simplemente no la entiendo. Dime ¿tú la entiendes?”.
-“A decir verdad no, no logro comprender sus intenciones, pero qué le vamos a hacer, si me lo dijo”.
-“¿No será que escuchaste mal?”.
-“No – rió – te lo aseguro”.
-“No sé por qué ríes... no es chistoso – comenzó a pasearse histriónicamente, como un verdadero tigre enjaulado – lo digo en serio”.
-“Bueno está bien, lo siento, no es para que te pongas así tampoco” – dijo serio y un tanto molesto.
Ariel se calmó un poco y se disculpó: -“¡Ya!, perdón, pero es que me saca de quicios algunas de sus actitudes – hizo una pausa – algunas...“ – sonrió como recordando buenos momentos de antaño.
-“Sí, ya sé... otras te encantan, se te nota hasta en el color de piel. La amas, aún la amas a pesar de que te había estado engañando por más de cinco meses, y no hay nada que puedas hacer contra eso, son tus sentimientos”.
-“... Sí, es verdad, todavía la amo, de no ser así no estaría de esta manera – suspiró – y es que me da rabia el hecho de no saber el por qué de sus acciones, entonces la amo y la odio”.
-“Bueno, como dicen, entre el odio y el amor hay un solo paso...”.
Ariel sonrió de manera mas bien forzada y dijo: -“Tú y tus dichos. ¡Hay! mi querido amigo, ¿cuándo será el día en que nos libremos de este tipo de sufrimientos?”.
-“El día en que se decida destruir a cada una de las mujeres del planeta y vivamos de manera sodomita” – argumentó Julio como bromeando.
Ariel pareció reír, pronto se puso serio y un momento pareció dilatarse – “No te imaginas cuánto la he necesitado este último tiempo que, más que meses, parecen siglos. En cada momento, nunca me la saco de la cabeza. No he podido olvidar su aroma, su.... “– una dolorosa pausa sobrellenó el ambiente, trató de seguir hablando pero su voz se quebraba.
-“Tranquilo amigo, tranquilo. Te entiendo, de verdad te comprendo”.
-“¡Pues yo no a ella! – dijo Ariel con tremendo dolor en lo que le quedaba de alma – ¡¿cómo después de que ella misma fue quien me engañó, quien me tuvo inmerso en tan grande mentira donde todo el mundo sabía la verdad menos yo. Y ahora dice que me ama, y más encima, según lo que tú dices llora por mi?!”.
Julio miró al suelo en silencio, no sabía qué decir. La angustia de su compañero de toda la vida era tan grande que hacía temblar las paredes del dormitorio en el que se encontraban. Cogió nerviosamente el cigarro que había dejado prendido sobre el cenicero y lo puso entre sus labios; por entre el humo que brotaba del vicioso objeto veía a su acongojado amigo quien no hacía más que negar con la cabeza mirando sin realmente ver el suelo. Y luego, Julio, dijo:
-“Sé que es doloroso, pero piensa algo: tú la amas y ella te ama. Quizás puedan volver a estar juntos...”.
-“No lo sé – dijo negando con la cabeza y riendo sarcásticamente – no lo sé...”.
-“Pero ¿cómo, es que acaso no la amas?”.
-“¡Sí!, claro que la amo, pero...” – una pausa seguida de un suspiro de desesperación tumbaron a Julio quien se hacía caer sobre el sillón de cuero que tenía Ariel en su dormitorio mientras suspiraba y exclamaba a la vez: -“¡¿Pero qué?!, dime, ¡¿pero qué?!, es que no logro entenderte. Está bien, sé que ese tipo de alevosías no se perdonan fácilmente, pero si la amas y ella te ama ¿por qué es que no están juntos?".
-“Es más complicado que eso, créeme. Ella me engañó Julio, y si lo hizo una vez puede volver a hacerlo perfectamente. Además por algo tuvo que recurrir a otro hombre...”.
-“¡Ahy Ariel, Ariel! – interrumpió su amigo casi exaltado – ¡¿cómo puedes decir ese tipo de cosas?!, por dios Ariel. Las relaciones se viven de a dos, es decir que tanto los buenos como los malos momentos son mérito o culpa de ambos, no sólo tuya.
-“No sé, ya no sé que pensar al respecto, lo único que sé es que LA mujer que me ha podido amar, me ha dejado por otro... la he perdido, y es ¡mi culpa!, ¡mía!... no supe comprenderla, no supe cómo mantener la relación – hizo una pausa como para indicar el racconto de un pasado doloroso, siguió – el día en que ella...” – Ariel, adolorido, era incapaz de articular el final de la oración.
-“Te confesó que estaba viendo a otro hombre...” – dijo Julio continuando las palabras de Ariel, quien acongojado le miró de reojo y prosiguió diciendo: -“Ese día ella me dijo toda la verdad. Lo había conocido una vez que tuvo que ir al extranjero por razones de trabajo, en un bar hace cinco meses más o menos. – suspiró fuertemente como para tomar fuerzas de alguna parte – En ese momento mi alma se derritió arrasando con lo poco y nada que quedaba de mi frágil corazón. Lo único que fui capaz de hacer fue llorar de la desesperación, y entonces me dijo que era mejor que nos distanciáramos – díjolo levantando la ceja como si no supiese el por qué – luego de disculparse, al parecer sinceramente, unas cuantas veces, se fue como un perro con la cola entre las patas. Recuerdo lo último que me dijo antes de que cruzara el umbral: “ojalá pudieras perdonarme algún día y así volver a ser los amigos que en algún momento fuimos”. Mientras pronunciaba esa tóxica oración sentía como si su mirada me atravesara el cuerpo como una apuñalada directamente en el pulmón. Luego de sus palabras se dio media vuelta y al cerrar la puerta tras de ella una desesperación infinita me invadió, perdí completamente el control. ¡La amaba tanto! – una lágrima calló desde su ojo izquierdo sobrepasando los relieves de la cara y llegando hasta el cuello donde trágicamente se desprendió para caer al frío suelo.
-“Bueno, pero como vez, no era cierto – dijo Julio queriendo apaciguar las incontenible furia y angustia de Ariel – ella sigue enamorada de ti a pesar del tiempo que ha pasado. Yo creo que tienes que dejar a un lado tu cobardía y decirle que aún la amas”.
-“Pero si se lo dije, y nuevamente destacó que ella quería estar sola... Y no es cobardía, simplemente acato lo que me dijo”.
-“¿Cómo que no es cobardía? – dijo como mofándose de él – ¡claro que lo es!. Todas las cosas que has perdido han sido por lo mismo, por tu cobardía, y mientras más temprano lo reconozcas más fácil será luchar contra ella”.
-“¡¿Qué cosas dices?! – dijo enteramente extrañado y un tanto asustado por la actitud de su amigo – vamos, si no soy cobarde... – titubeó – o si?”-
-“¿Ves?, ya empezaste nuevamente con la inseguridad. Eso también te ha jugado en contra toda tu vida. Así no vas a llegar a ninguna parte, y no te lo digo para atormentarte sino todo lo contrario, porque soy tu amigo”.
-“Sí, eso lo sé – dijo inerme y asustado – pero es que no creo que sea cobardía”
Julio miró fijamente a los ojos de Ariel que se movían inseguros de un lado a otro como tratando de encontrar la salvación en los rincones de la habitación.
-“No lo hagas – dijo de pronto Julio severamente – o es acaso que crees que de esa manera vas a terminar con tu dolor”.
-“¿Qué? – Ariel lo miraba extrañado como si no reconociese a su propio “hermano” – ¿cómo?, ¿qué?....”.
-“Eso es a lo que me refería... cobardía. Si piensas que de esa manera vas a poder escapar de esta situación, no es así. Esa es la solución que durante siglos los cobardes han tomado. Eres acaso tú un cobarde?”.
-“Ehee... – comenzó a dudar – no, claro que no, yo no soy cobarde...” – dijo inseguro y nervioso.
-“¿Ah sí... estás seguro? – seguía mirando fijamente los ojos de Ariel haciendo que éste se alterara, y de manera intimidante empezó a caminar lentamente hacia él y dijo: - “Porque sé lo que estabas pensando, y eso, lo que querías hacer, es cobardía, no es otra cosa que cobardía”.
Ariel, asustado al escuchar las palabras de Julio, comenzó a retroceder, cerró los ojos como para no escuchar lo que decía, llevó sus manos a sus oídos y comenzó a gritar: -“¡Detente!, ¿por qué lo haces?!, ¡tú eres mi amigo, debes de apoyarme! – de la desesperación brotaron lagrimas de sus ojos y negando fuertemente con la cabeza siguió gritando y retrocediendo histéricamente – ¡Detente!, ¡¡¡Detente!!!”.
-“¿Amigos?, hemos estado toda la vida juntos, no lo puedo negar, ¿pero amigos? – dijo fríamente – no creo pueda un cobarde ser mi amigo. Eres despreciable”.
Ariel no lo podía creer. Su amigo, su más grande confidente de toda la vida ahora le estaba dando cuantas apuñaladas quería. Destrozado calló de rodillas al suelo en un rincón del dormitorio, con la cabeza gacha y los brazos sobre el suelo lloraba entrecortadamente, lleno de angustia, desesperación, ira y confusión. Julio, que estaba parado en frente de él, lo miraba altivamente, se agachó quedando en cuclillas y fríamente le dijo: -“Después de todo, la ida que tenias hace un momento no es del todo mala. Está claro que es un hecho de cobardía, pero no creo que haya problemas en eso, ¿qué eres tú sino un cobarde?, alguien que no puede enfrentarse a la vida por si mismo.... ¡Pf!, me das lástima... no, mejor dicho, ¡me das asco!”.
Desconsolado, Ariel, levanto la cabeza y tras enfocar la cara de su agresor preguntóle: -“¿Por qué?, ¿por qué lo haces?, después de todo lo que hemos pasado juntos”.
Julio, todavía en cuclillas, haciendo un gesto despectivo dejó caer su cabeza y comenzó a reír. Al levantar la vista se encontró con dos grandes manos precipitándose hacia su cuello. Ariel, descontrolado, lo estaba ahorcando.
Todavía con el personaje entre sus frías y tensas manos se puso de pie incorporando también el cuerpo de su víctima. Comenzó a transpirar producto de la agitación. A cada segundo apretaba más y más las manos, pero lo único que conseguía era la escandalosa risa de Julio. Pronto se sintió cansado, pero pasara lo que pasara no lo soltaría hasta que su cuerpo dejara de vivir.
Su respiración era muy agitada y entrecortada, como si le faltase el oxígeno, pero por más que éste (Ariel) apretase el cuello de su víctima, Julio no parecía dar señales de dolor o asfixia, por el contrario, reía cada vez mas fuerte.
Completamente alterado por sus carcajeos, Ariel, comenzó a enterrar los pulgares en su traquea. Un rojo liquido brotó del cuello del ahorcado y se vio esparcido por el suelo, pero de extraña manera no se veía afectado por esto. Súbitamente, Julio, dejó de reír y con lentitud forzada acercó su boca al oído del agitado Ariel que no dejaba de jadear, y susurró: -“He aquí tu redención... hermano”. Su histerismo se quebró, aflojó sus manos y las quitó del cuello de Julio. Se dejó caer en el suelo, cerró los ojos y un grito ensordecedor hizo temblar la puerta. Al abrirlos nuevamente no vio a Julio.
El cuello le dolía y sentía cómo la vida se le iba del cuerpo. En la blanca habitación de paredes acolchadas no había nadie más que él desde hacía cinco años. Los doctores, alarmados por el grito de Ariel, entraron estrepitosamente a la habitación para encontrar el cuerpo del internado apoyado en la esquina del dormitorio en medio de una posa de sangre todavía tibia con las manos aún alrededor de su propio cuello.
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