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Llenó el vaso. Fondo blanco.
Los recuerdos en su mente no parecían salir de la enorme tristeza que le provocaba su vida. El fracaso se repetía una y otra vez mas en todos sus pensamientos, como si lo persiguieran en una cárcel de paredes opacas, que cada vez se acercaban mas hacia adentro, encerrándolo.
Otro vaso.
Allí estaba ella, sentada en un caballete, pálida como la luz de la luna, pero con un tono nuevo en su piel que nunca se desvanecía, aunque el tiempo parecía haber corroído su delicadeza. Allí desnuda, inexpresiva, casi burlándose de el, que con una botella de whisky en una mano y el vaso en la otra, la miraba de reojo deseando que se pudriese.
Sentía que había desperdiciado toda su vida esperándola.
Recordaba cuando ella le prometió fama y fortuna, y el solo obtuvo rechazo y deudas. Las tantas cuentas sin pagar y las cartas de la hipoteca se sumaban en un cesto de basura que antes podría haber sido un recipiente que contenía algún tipo de alimento. Estaba sumido en la pobreza, no tenía trabajo, apenas podía hacer changas para comprar algo de comer y cocinarlo en una hoguera en el medio de su apartamento vacío. Debía meses de la renta, nunca tenia plata suficiente para pagarla.
Vacío el vaso de un trago. Tomó a pico.
Recordó el gris día en que la conoció, tirada sobre el regazo de un sucio vendedor que se la ofreció por unos pesos, vendiéndola como una puta, como un objeto al que uno podía vender y comprar sin que le afectara, una artesanía. Y allí estaba ella, inmutable, pálida pero a su vez hermosa.
El la amaba, aunque nunca la había tocado. Le daba un tal sentido de pureza, como si el blanco de su piel se debiera a la luz que se posaba sobre ella, limpia, hermosa. Recordó sus tantas veces que había pasado tantas noches con una de ellas en su habitación por unos pocos mangos, sentía que hacia magia con sus manos, las tocaba, les daba placer orgásmico y las hacia de su propiedad. Las usaba y luego las tiraba a la basura, las mataba.
Pero ella era diferente, no era como las demás. Parecía un ángel al que debía corromper, esa constante excitación hacia lo prohibido, hacia lo “diabólico” que el quería compartir con ella. Quería oscurecerla, quería hacerla suya, aunque se resistía a la idea como esperando el momento, o mas bien la odiaba, la odiaba por las promesas que ella le dio y que nunca se cumplieron, los sueños que se cumplirían cuando el le de placer a ella, cuando la haga suya. Reacio, huyo de esos pensamientos con otro trago. Se sentía agotado, frustrado. Ella seguía indiferente, como si nada pasara, allí desnuda y esperando a que el llegue.
Otro trago mas, tiro la botella.
Camino apresurado hacia la pequeña mesa en el centro de la sala, tomo un chuchillo y se volvió hacia ella. Ella no lo miro, y el se sintió agredido. Le grito, nada.
Comenzó a tirarle puñaladas a su cuerpo mientras la repesaba con sus dedos, ya se veía el rojo color de su sangre saliendo de su blanca piel. No se oían gritos de dolor, solo de ira y placer.
Lanzo puñaladas hacia ella con furia y rapidez, pero cada una de ellas premeditada y bien pensada, para que sufra y a la vez muera lentamente.
Sus cuerpos estaban teñidos del fluido rojo ya inconfundible. Se desplomo sobre el suelo, agotado por el acto y satisfecho por lo que había hecho. Miro hacia donde estaba ella.
En el lienzo de la blanca tela podía observarse una colina, y dos jinetes, a lo lejos.

Texto agregado el 01-02-2010, y leído por 82 visitantes. (0 votos)


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