Entre en cielo y la tierra
Mi mamá dice que está en el cielo. Que cuando yo nací él ya se había ido, tomado de la mano por un par de angelitos que lo vinieron a buscar. Me dice que desde allá me observa y que por eso debo ser buena en la escuela, y tratar bien a los otros niñitos, y bañarme todos los días, y cepillarme los dientes, y respetar a los mayores, y comerme toda la comida. En fin, según ella mi papá siempre está mirándome. A veces pienso que el pobre se debe cansar de tanto ver para el mismo sitio, entonces me imagino que pestañea, o que se levanta para estirar los músculos, o que está en el baño haciendo pipí. Ahí aprovecho yo para hacer trampa, para darle un pedazo de mi pan a un compañero en hora de merienda, o para sacarle la lengua a la niñita esa que se las da de gran cosota en el salón.
Mi abuela, en cambio, piensa todo lo contrario. Me dice que él está en la montaña, y me señala con el dedo una manchita pequeña, pequeñita, allá a lo lejos, en el cerro, por donde está un árbol floreado o donde se nota que no ha llovido porque las matas están amarillentas. Siempre el sitio cambia porque, según mi abuela, a papá le gusta mucho caminar, y se la pasa del timbo al tambo correteando en medio del monte. Mi abuela también me dice que no le diga a nadie. Que me guarde el secreto bien escondido, que me lo saque de la boca con cuidado y me lo ponga detrás de una oreja cada vez que me den ganas de decírselo a alguien, o que abra un hueco en el patio y lo grite ahí, y después lo tape con bastante tierra, para que no se escape ese secreto. Yo no le veo sentido, porque ¿a quién se le va a ocurrir meterse en esa montaña a buscar a nadie? Yo me imagino que la única con ganas de ir tras él debe ser mi mamá, por eso se lo escondo y no le digo nada. Mejor si sigue pensando que él está en el cielo, pues por alguna razón papá se le debe estar escondiendo, ¿ ó no?.
También hay gente que piensa que está preso. Así me lo dijo el otro día la niñita esa que se cree gran cosota. La maestra preguntaba por los trabajos de nuestros papás, y cuando llegó mi turno se lo dije: el trabajo de mi papá es mirarme. Entonces la mocosa me lo dijo- ¿y cómo te va a ver tu papá, si los presos no pueden ver a nadie?
-mi papá no está preso- respondí- está en el cielo, y desde ahí me mira.
-¿En el cielo? ¡claro que no! tu papá está preso, chica, mi mamá me lo dijo, y también me dijo que menos mal, porque era un ñángara.
Yo quería responderle que no, que mi papá estaba allá arriba, en el punto de la montaña que me señaló mi abuela esta mañana, pero me acordé que era un secreto, y me lo saqué poquito a poco de la boca, y lo escondí, como me dijo ella, detrás de la oreja. Luego esperé a la niñita en el patio y le entré a golpes. Y que mi papá se ponga bravo si quiere, pero no puedo permitir que venga ésta a decirle ñángara, palabra que por cierto, no sé qué significa, pero por si acaso.
A veces pienso que nadie sabe a ciencia cierta dónde está. Cada uno dice lo que cree, pero ninguno lo ha visto. Yo por mi parte, seguiré pensando que todos tienen un poco de razón, y que papá está allá arriba, cautivo en algún punto del horizonte, justo en esa línea que divide las opiniones de mamá y de mi abuela, entre el cielo y la tierra.
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