DARÍO

“Quiero vivir, y la vida es sinónimo de Revolucionario,
aunque ésta sólo dure un segundo,
pero será un segundo que en verdad habré vivido”
Argelio Reina -1949-1973.
(Desaparecido y asesinado bajo el
Gobierno de Rafael Caldera. Once días después de su desaparición, la Guardia Nacional entregó sus restos a su mamá, diciendo que había sido víctima de un accidente de tránsito. A su cuerpo le faltaban las uñas y los ojos.)

Señora, aquí está su hijo. Dicen mis superiores que fue un carro. Un choque, usted sabe... algún borracho delirando al volante en la autopista. No pregunte por qué desapareció hace once dias, pregúntese mejor por qué terminó en un calaboza hace tres años. ¿Recuerda?, ese muchacho suyo vivía haciendo pintas y muy mal juntado con gente comecandela y anti democrática, ¡usted sabrá por qué no le recortó la cuerda a tiempo!. Señora, ese hijo suyo se las trajo, no se crea... al principio se nos hizo dificil, ni el agua ni la corriente lo hacían respondernos. Pero somos pacientes, Doña, y en poco tiempo su muchacho cantó. ¡Claro! Cuando se es tan joven el miedo acaba ganando la partida, y con un poco de mañay suerte se les convence de hablar. Después lloró, señora, lloró como un niñito, hace tres años, y pedía perdón a los otros presos y juraba que s esforzaría por volver a ganar la confianza de sus “camaradas”. Pobres muchachos... después que cantan una vez casi todos se vuelven unos artistas. Dos, tres, las veces que sean necesarias los hacemos decir lo que sea, cualquier cosa, cualquier nombre es bueno, cualquier dirección. Él no, sólo cantó una vez y por más que intentamos, no pudimos sacarle otro dato. Luego los tribunales agarraron su caso y no hubo modo de antenerlo con nosotros. ¡No llore, Doña, solo fueron tres años! Hubiera podido quedarse tras las rejas el resto de la vida. Lo dejamos ir, y el muy pendejo regresa. En vez de perderse de ese cuartel para siempre, vuelve y que “a visitar”, a llevar recaditos, a hacer mandados... muy sospechoso, Doña, muy valiente, muy osado. Así no se puede estar sacando gente a la calle.

Aquí está su hijo, señora. Fue un accidente de tránsito. A cualquiera le pasa, ¿verdad? No me pregunte dónde están sus uñas. Tal vez las dejó enterradas en uno de los túneles sin boca que suelen construir los presos para matar el tiempo. Tal vez se las comió en un intento por calmar la angustia, mientras esperaba el juicio que le permitiría salir otra vez a la calle. Tanto buscar la libertad para esto... hubiera sido mejor para todos si se hubiera quedado con nosotros, “guardadito” en su celda, en el Cuartel San Carlos, ¿no cree, Doñita?

Señora, aquí está el cuerpo de su hijo. ¿Lo reconoce? Fue trágico el suceso, pero nosotros lo reconocimos al instante. No me pregunte dónde están sus ojos ahora. A lo mejor se le quedaron enredados entre los expedientes de presos viejos que se había empeñado en sacar a la luz pública. A lo mejor se le gastaron de tanta oscuridad en los tigritos que habitó durante sus tres años de cárcel, o se les secaron de tanto leer esas revistas ñángara que solía meter a la cárcel mientras visitaba a los que siguen presos.

No llore, Doña, no pierda el tiempo en eso. Mejor póngase a rezar, a ver si así San Pedro se conduele y lo deja cruzar la puerta del Cielo. Piénselo bien, siempre es mejor tener un hijo muerto que uno desaparecido. Y mejor no pregunte más nada, señora, porque en este sistema democrático, por preguntar también se va a la cárcel.