A ella le gusta verlo mirar el mar, le gusta su perfil esbelto recortado contra el cielo gris.
A él le gusta cuando entorna los ojos por la brisa marina que se los llena de sal.
A ella le deleita verlo caminar por la arena y medir el oleaje con cautela.
A él le encanta distinguirla entre las demás, descansando sobre las piedras.
Ella lo admira cuando acaricia las olas con su ala izquierda, mientras en vuelo rasante recorren la costa.
Él la protege desde lo alto cuando ella se posa sobre el agua y descansa de la pesca.
Ella se estremece cuando él la mira con su perfil varonil y su marcas azules alrededor de sus ojos.
Él se enternece cuando ella acomoda sus plumas después del vuelo.

El atardecer los encuentra sobre una enorme peña que domina el mar. Él la mira y abre sus alas, ella obedece y emprende el vuelo.
A él le encanta seguirla en el aire y verla planear hasta donde juntos pasaran la noche.
No necesitan mucho, sólo unas rocas secas y protegidas de la marea alta, donde una pareja de pelícanos puedan esperar que amanezca.