Radiante, hecha un cascabel, giraste la llave y entraste en mi casa. Te desenvuelves bien en ella, como si tu cuerpo estuviese adaptado a todas sus cosas todos sus rincones. Mi casa, tu escenario de baile favorito.
Hablamos, preparamos asuntos, nos besamos. Las chispas de tus ojos guardaban muy mal tus intenciones. Tú hoy traías un secreto, una pequeña maldad para conmigo que aunque reservabas para el momento oportuno, te quemabas por descubrir. Disfrutaba esa alegre tensión tuya (siempre disfruto de ti), tus intento de contenerte, y jugué a hacerte daño, la leve tortura de fingir “como si todo fuese normalmente rutinario”. Nada especial ocurría. Normal. Un día más de dos enamorados. Se me dio muy bien mentir fingiendo a juzgar por lo desesperadas que empezaban a estar tus cejas. Pero no estallaste, ese día venias dispuesta a quererme mucho. Seguiste dulce, oliendo a ternura. Siendo ternura.
A suaves empujones me llevaste al sofá granate, el que esta junto al balcón que mira al río, junto al balcón que tiene desplegada la hamaca, en la que te gusta al atardecer recogerte a leer. Esa hamaca guarda muchos recuerdos: una parada durante nuestros paseos por el río, mi reposo, tu reposo. Intuyo que por eso la tienes especial cariño. A estas alturas para nosotros no es una hamaca, es una poesía, increíblemente cómoda.
Habré ese lado me dijiste, al tiempo que tu abrías el parejo. Con los reposa pies extendidos el sofá se convirtió en el excelente nido para dos que ya conocemos. Esta vez para hacerme caer sobre el me empujaste con tu cuerpo. Caíamos juntos y con una velocidad de la que no te creía ni a ti, ni a nadie capaz, me dejaste desnudo de cintura para abajo. Y te quedaste mirándome arrodillada en el sofá, sentada sobre mis piernas, con una sonrisa de triunfo y de amor, de ¿ves?, embelleciéndote la cara.
Apenas pude aguantar fingiendo indiferencia tres segundos más. Se bese, te gire, te sobé los pechos queriendo traspasar la ropa, me mirabas devolviéndome tanto cariño que me quede en tus labios, en tu cuello, y lleve mi mano izquierda a jugar con tu vulva, al primer gemido, cubriste mi mano con la tuya y apretando me susurraste al oído: para me vas a hacer mearme de gusto, ya sabes que siento cada uno de tus dedos como labios, especialmente estos cuatro y llevando mis dedos, de tu vulva a mi boca, empezaste a chuparlos.
Ahora, eras tú, quien disfrutaba torturándome. Rara tortura psicológica que se practica antes de regalar vida con tu vida. Obedecí, me quede pasivo y ya visiblemente, a juzgar por mi dura erección, nada indiferente.
Abandonaste el sofá y saliste corriendo al cuarto, espérame ahí – exclamaste. Aun llevabas puesto tu traje de trabajo. Volviste, traías tus bragas en la mano y con una sonrisa de plan feliz delicadamente las dejaste en el reposabrazos de tu lado, recogiste la parte posterior de tu falda contra tus muslos y te sentaste pegada a mi ceremoniosamente y ceremoniosamente cubriste mis partes con la pequeña manta de viaje que siempre dejas sobre la cabecera del sofá y con la que te gusta cubrirte las piernas desnudas las noches de fresco en que eliges acurrucada como un erizo, utilizar para escribir este lugar de la casa.
A estas altura ¿mi erección? Ya; medio blanda. Tu mano izquierda por debajo de la mantita me la agarro decididamente. Sonreíste, muy suficiente tu, orgullosa del efecto me haces, de nuevo, muy evidente. Guiñaste un ojo, sacaste un dvd que estaba escondido dentro de tus bragas, en el reposabrazos. Dvd al proyector, on, y comenzó la proyección frente a nosotros, en la pantalla tamaño natural que tenemos.
Una rubia y una pelirroja hermosas, modelos sexuales, si hubiese modelos sexuales, se acariciaban, despertaban su deseo. Tú me mirabas, pero no me dejabas mirarte. Disfrútalas, hazlo por mí, las he traído para ti, y apoyando tu cabeza sobre mi hombro tu mano izquierda empezó a masturbarme. Sensible, atenta a la escena, llevando, con el amor de tus dedos, a mi polla, hasta el más leve estremecimiento visible o imaginable de la escena.
-Acabas de inventar el doblaje de sexo, dije.
-Cállate y no me hagas reír, gózalas cabrón me dijiste entredientes mientras me apretabas realmente fuerte la polla.
La niña, se enfada- pensé. No hay que contrariarla. Y permití que a mi mente, la invadieran, la rubia, la pelirroja y la lujuria.
Fundida conmigo tu mano te contaba todo lo que había, como, cuanto y cuando estaba por venir. Y a su momento, dejaste el sofá te arrodillaste frente a la pantalla, levantaste la falda azul de tu traje, ese con el que te había conocido y con la frente contra el suelo, me ofreciste tus nalgas tus muslos, tu culo y tu sexo separando sus labios mayores con tus dos primeros dedos. Mientras me suplicabas, tómalas cariño, métesela por mi.
Apoye mi grande en ese sexo, que tanto amo, que fue lo primero que yo vi de ti, te acuerdas. En aquel día que ante la pantalla de un ordenador yo me descubrí enamorado de ti. Y muy despacio, para que mi grande pudiera ir besando cada milímetro de tu vagina, avance, hasta que pudo acariciar tu útero. Entonces frenéticamente, entregado a la lujuria, empecé a golpear mi pelvis contra tu nalgas, mis huevos (que en tu mano al tiempo acariciabas) restregando tus muslos.
Y todo culmino y abrace con un nudo en la garganta tu espalda.
Más tarde juntos los cuerpos en sofá, oliendo a sexo, enamorados, me preguntaste
-¿A quien gozaste más a la rubia o a la pelirroja?
Me di la vuelta y en un papel anote mi respuesta. Lo doble, dos o tres veces no quería que se trasparentase ninguna letra. No quería arriesgarme a que adivinases. Volví a mirarte, bese la palma de tu mano, puse mi nota en ella, cerré tus dedos acariciándolos Y volví a besar tu mano no por lo que había hecho, porque es tu mano. Solo por eso.
Leíste la nota.
-Lo sabía, dijiste.
- ¿Y porque preguntaste?
- quería que me lo dijeras.
La morena, siempre la morena.
(Continuará)
Si tú quieres,
SIEMPRE CONTINUARÁ
Sonho meu
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