El sol penetrò a travès del cristàl y me golpeò en la cara, me despertè rapidamente, las mañanas de diciembre son hermosas y tienen ese algo especial que te animan a iniciar el dìa con energìa y optimismo. Abrì la ventana y la brisa fresca me bañò por completo, esa misma brisa que afuera en el patio estremecìa los àrboles produciendo una lluvia de hojas muertas que al caer forman una alfombra de color amarillento.
Son los vientos alisios del norte que llegan al Caribe desde finales de noviembre y permanecen hasta marzo, en el verano sofocante los vientos apaciguan la canìcula y permiten el disfrute de cuatro meses secos. De los dìas de insoportable calor hùmedo y zancudos de septiembre y octubre, damos paso a mañanas luminosas, atardeceres de conejo como dicen los campesinos de las sabanas de Còrdoba y noches frescas que invitan a charlas amenas hasta la medianoche.
Pareciera que el dìa es màs largo, el tiempo alcanza para todo y las sonrisas en los rostros mulatos de las gentes del Caribe confirman lo conocido por todos, la aversiòn que sentimos por el invierno, porque el invierno nos confina, nos obliga a guarecernos, a estar encerrados y el alma Caribe vive en las calles, en las esquinas donde la gente se reùne alrededor de las ventas de comida, en el mercado local con su bullicio de vendedoras de frutas, pescado y fritangas. Aquì en estos espacios y al encuentro con amigos discutimos de fùtbol, polìtica, de mùsica, y naturalmente al entretenimiento por excelencia del Caribe: la vaciladera o mamadera de gallo, que no es otra cosa màs que embromar y molestar al uno y al otro.
El Caribe vive en sus calles y sus gentes. |