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Un naufrago.
El pequeño se acerco lo mas que pudo al borde del agua, los gritos de su madre que desesperada lo llamaba desde la puerta de la cocina eran apenas como un murmullo que el viento traía y se llevaba consigo, no sabia el niño que lo buscaban por la calle, que habían visto su bicicleta tirada a la orilla del camino y pensaban que lo habían atropellado.
Adentro en la casa, la hermana mas grande marcaba el número de emergencias y explicaba nerviosa y ansiosa lo que pasaba, lo que sus papas hacían – la voz del otro lado eléctrica y fría le contestaba que tenían que pasar setenta y dos horas. El seguía ahí viendo el agua correr sin frenos y acercándose más y más a la orilla.
Se percato que su padre también lo llamaba, pero el no podía desprenderse del encanto que el agua le provocaba y sentándose a la orilla se empezó a desamarrar los zapatos.
Un espejo era el río un dinámico espejo que arrastraba todo a su paso, se volvió a poner de pie el pequeño, estiro la mano para ver su reflejo en el agua y sin darse cuenta ya estaba un pie adentro, la corriente lo jalo inexorablemente, sintió el frío recorrerlo y envolver todo su cuerpo, la falta de oxigeno, un ardor cuando lo arrastro el torrente y su pierna se raspo contra la rama y la cabeza golpeo contra un guijarro un poco afilado. Después ya no sintió nada, fue como zambullirse en un mundo diferente, todo flotante y liquido, -me estoy llenando de agua- pensó.
El cause lo deposito unos cuantos kilómetros adelante justo donde al otro día su familia lo habría de encontrar con el brazo debajo de la cabeza y los ojos cerrados como si durmiera en esa humedad.
Jorge P. Guillen.
Enero de 2010
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Texto agregado el 27-01-2010, y leído por 171
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Lectores Opinan |
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28-01-2010 |
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buen cuento, casi una crónica NeweN |
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