Matan las horas los hombres en el bar del pueblo,donde en sus mesas se mezclan el tabaco y el vino joven,en esta tarde de frío y nubes.
Cuatro juegan y vociferan alrededor de las fichas de un desgastado dominó ante la mirada de dos aburridos ancianos,otros tres intentan cerrar un trato que no consigo adivinar,justo detrás de mí otro trío que discute de fútbol como si en ello les fuera la vida y,tras la barra ,una joven que intuyo hija del propietario,ocupa el tiempo resolviendo tediosa el crucigrama del diario de turno.
Dan calor al local dos leños de almendro que arden casi a cámara lenta frente a los que otro hombre lía un cigarrillo con la misma pasividad. Todo parece ir más despacio.
Sin separación alguna,el bar se convierte en una pequeña tienda de comestibles,donde en sus estanterías se entremezclaban legumbres,bebidas y productos de limpieza. Al fondo una vitrina refrigerada guarda varios packs de yogures,algunos precocinados y algo de fiambre para cortar.
Nadie se inmuta cuando se abre la puerta del bar y entra una muchacha que todavía no debe alcanzar los diez años,vestida con un chándal celeste de mercadillo y una cinta rosa en el pelo a modo de diadema. La niña avanza tímida,casi asustada y se dirige hacia el mostrador,donde sigue la hija del dueño metida en su pasatiempo.
-Dice mi madre que me des media docena de huevos,un litro de leche y dos latas de atún de las medianas.
-Voy- le responde desganada la joven.
Mientras le atienden,la niña mira al suelo y juguetea con sus pies mientras tararea algo que parece una canción infantil.
-Aquí tienes,cuatro con treinta.
-Dice mi madre que se lo apuntes,que ella pasará el viernes-contesta la niña al tiempo que levanta los brazos para alcanzar la bolsa que lleva su compra.
-Papá,-dice tras la barra dirigiéndose a la mesa donde sigue tan competida la partida-que dice que se lo apunte,que pasará el viernes.
De la mesa se levanta uno de los jugadores para acercarse a la niña.
-Mira nena,-le dice con voz grave y brusca-le dices a tu madre,o a tu padre,igual me da,que no le fío
nada más hasta que venga y me pague los ochenta euros que tiene apuntaos. Que si no tenéis pa cenar le pedís al cura,que aquí ya se han acabao las limosnas.
Las palabras retumban entre las paredes y todas las miradas de los allí presentes se clavan en la dulce cara de la niña,que empieza a temblar ruborizada y sale corriendo mientras se le desborda súbitamente el llanto provocado por la vergüenza y el tono tosco del hombre.
-Coño... Paco- se oye desde la mesa.
-Ni Paco ni leches,que siempre estamos igual,-responde autojustificado mientras vuelve a su sitio de la partida-que se creen que soy la beneficencia. Si está malo y no trabaja no es mi problema,que bastantes tengo ya.
-Pero hombre,que todos sabemos como está Ricardo.
-¿Y tengo yo que darle de comer?
-Hoy por ti mañana por mí,Paco.
-Venga...déjame de sermones y juega,que vas tú- contesta el dueño sentándose de nuevo.
-No,deja,me voy ya- dice el otro levantándose.
-Va Ramón,no me jodas,¿qué quieres que haga?¿que abra las puertas y cada uno coja lo que quiera?
Sin mirarlo,Ramón se dirige al mostrador y a la joven.
-Anda,dame eso y cóbrame todo lo que tenga apuntao Ricardo.
-Vaya hombre,ha llegao el buen samaritano,-grita Paco irónico desde la mesa- pues no creas que no te lo voy a cobrar. Son ochenta mas lo que lleve ahí.
-Ochenta y cuatro con treinta- contesta la chica.
El hombre saca su cartera y deja un billete de cien euros sobre la barra.
-Ahí tienes. No me devuelvas,cóbrate lo de la gente.
-¿El cortado de este chico también?-pregunta para mi sorpresa la chica mirándome.
-No hombre,no- contesto yo.
-Sí,cóbralo también -responde Ramón – total ya...además,que este no es de aquí y así verá que hay buena gente en este pueblo.
-Ramón...no me toques los cojones...
--Tranquilo Paco- le dicen los otros de la mesa.
-Será mejor que te vayas- habla como sentenciando el hombre que frente a la chimenea ya apura su cigarrillo.
-Sí,mejor será – dice Ramón cogiendo la bolsa con la leche y demás y enfilando sus pasos hacia la calle.
-Sí,ve,que ya has quedao como dios, -replica Paco- pero que sepas que aquí no engañas a nadie,que todos sabemos por qué lo haces.
Ramón se detiene unos instantes clavando su mirada seria y desafiante en los ojos de Paco,pero desiste de continuar la conversación y abandona el bar.
El silencio inunda el local,apenas puede oírse el crujir de los troncos al arder y todo vuelve a suceder despacio. Cada segundo se hace mas largo.
-Va,vámonos que se hace tarde – dice uno de los que están detrás de mí a los otros dos.
-Vámonos nosotros también -se escucha a uno de los tratantes.
Paco abandona la mesa serio y malhumorado,para meterse detrás de la barra y desaparecer por una puerta que supongo dará a la cocina o a la casa anexa. Yo también debo marcharme.
-Adiós,buenas tardes.
-Adiós,buenas tardes – me contestan algunos.
A los pocos minutos ya dejo atrás el pueblo. Poco me importa su nombre,como poco lo que deba estar pensando el propietario del bar y todos los que allí quedaron
Cuatro horas después ya estoy en casa e impulsívamente he empezado a escribir. No para culpar ni satanizar a nadie,allá cada cual con su conciencia. Tampoco por ensalzar al otro,pues aunque su gesto le pueda honrar,es cierto que me deja alguna duda su actitud un tanto chulesca y oportunista que delataba su rostro con algunos gestos y muecas. Sencillamente,es que no puedo borrarme la imagen de la niña huyendo muerta de miedo y vergüenza. Me duele en el alma su llanto y su inocencia pisoteada. Me duele su injusta humillación,su maltrato,su daño,su indefensión,sus labios temblorosos,su niñez. Me duele que haya cosas que no entienda.
A todos nos dijeron en su momento que cuando fuéramos mayores entenderíamos más cosas.
Sinceramente,yo cada día entiendo menos. |