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Érase una vez una niña pequeña que nació feliz pero se volvió muy desgraciada. Su frágil cuerpecillo enfermaba con facilidad y su alma delicada y sensible sufría en silencio.
Ella no sabía el porqué pero los problemas comenzaron con el nuevo embarazo de la madre. Como no iba bien tuvo que hacer reposo absoluto para no perder la nueva criatura y las cosas empeoraron bastante al nacer una nueva niña rolliza y hermosa que no paraba de llorar ni de día ni de noche. La situación en la casa era insostenible, la madre estaba agotada y de mal humor trajinando siempre con el bebé llorón en los brazos y la pequeña niña no sabia como ayudar. Era demasiado pequeña para poder ser útil y se quedaba quietecita en un rincón procurando no estorbar. Cuando llegaba el padre era peor. No soportaba el llanto del bebé y muchas veces antes de llegar a la sala daba media vuelta y se iba de nuevo dando un portazo.
Un día de pronto el silencio volvió a reinar en la casa, el bebé dormía plácidamente en su cunita y poco a poco todo volvió a la normalidad.
Bueno, todo no. Porque aquella niña rolliza y hermosa se hizo la dueña de la casa. Todo lo que hacía era celebrado como una fiesta. Por la calle todos se paraban a mirar al bebé hermoso y rollizo ignorando a la pequeña. La madre miraba orgullosa a aquel bebé que tantos sufrimientos le había costado y la niña pequeña se sentía muy desgraciada, tanto, que empezó a tener problemas en la escuela.
Esto empeoró aun mas las cosas porque el padre se enfadó muchísimo con la niña pequeña y le dijo que si no se espabilaba pues peor para ella porque ya se veía que su hermanita iba a ser más lista.
Tanto enfermó la niña pequeña que la fiebre le hacía delirar estirando y estrechando el techo y las paredes de la habitación. Tenía la sensación de que iba a morir muy pronto. El miedo le paralizaba y reprimía las ganas de gritar pidiendo ayuda porque sabía que si lo hacía solo recibiría una fuerte reprimenda como tantas otras veces.
La enfermedad provocó que todas las semanas tuviera que hacer un largo recorrido hasta la visita de una mole peluda como un oso, el doctor que le obligaba a abrir la boca hasta el límite para mirarle las entrañas con un espejo redondo y brillante colgado de su cabeza como una corona.
Lo único bueno de aquel caminito andado y desandado tantas veces era una parada a la vuelta, en una pequeña librería que le hacía soltar la manita de la madre para pegar la nariz al escaparate. Decenas de cuentos de diversas formas y colores adornaban el escaparate-imán que tanto le atraía. De vez en cuando su dicha era completa si la madre entraba con ella y le permitía elegir un pequeño cuento que ella llevaba orgullosamente como un tesoro en el camino de vuelta y leía con avidez al llegar en su sillita del rincón de la cocina.
Así, poco a poco, los personajes de los cuentos fueron haciéndose amigos fieles a los que recurría cuando la angustia y los terrores infantiles no la dejaban en paz. Y sin moverse de su rinconcito recorrió exóticos países, conoció a reyes, príncipes, hadas, brujas y sabios que le permitieron vivir sus historias y aventuras transportándola al idílico país de la fantasía, a salvo de todo mal.
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Texto agregado el 23-04-2003, y leído por 388
visitantes. (1 voto)
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Lectores Opinan |
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23-05-2003 |
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chispassss¡ que bonito cuento, vio usted que hay un foro de cuentos infantiles, se lo digo por si quiere dejarlo allí.... rnahimla |
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30-04-2003 |
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Jarabe de cuentos muy bonito, podría ser Mafalda, no?...
Por otro lado, según tu biografía, ahora no vives...Naciste, viviste y aún no has muerto, pero ¿ahora vives?...Un beso! darken |
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27-04-2003 |
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Este cuento me trae muchos recuerdos de como me enamoré de las letras. Gracias. Gracias. maryluna |
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